Satanismo en el confesonario
Creo que es nuestro deber de adultos poner en guardia a nuestros jóvenes, y también a nuestros adultos, para que eviten hacer cosas que empiezan como un juego pero pueden terminar muy mal.
por Pedro Trevijano
Recientemente he pasado dos semanas confesando en Medjugorje. Me resulta curioso pensar que cada vez que me enfrento con varios centenares de confesiones en pocos días, siempre me encuentro con algo para mí relativamente nuevo. Este año ha sido el satanismo, o mejor dicho -porque no me he encontrado con ningún caso propiamente satánico-, con sus consecuencias. En efecto, he tenido varios casos de personas, además de distintos países, que me han expresado su preocupación porque, en su familia personas cercanas a ellos han empezado a frecuentar círculos sospechosos con sus consecuencias de rupturas de familia y posibles posesiones diabólicas. Por supuesto que ante estos fenómenos es buena una dosis de escepticismo. Siempre que sea posible una explicación natural, hemos de acogernos a ella.
Pero el problema es real y la Iglesia es consciente de ello, por lo que no nos extrañe que el Catecismo de la Iglesia Católica lo aborde y nos diga:
“2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo”.
Más recientemente, en el Instrumentum Laboris para el próximo Sínodo de la Familia, leemos en el nº 79: “Entre las situaciones críticas se recuerdan también la difusión de las sectas, las prácticas esotéricas, el ocultismo, la magia y la brujería”. Estos hechos, aunque los ha habido en todos los tiempos, como nos recuerdan las citas del Antiguo Testamento, o las expulsiones de demonios por parte de Jesús, están en claro aumento, y así, en los últimos meses he leído que diócesis como Madrid, Barcelona y Milán han aumentado el número de sacerdotes exorcistas.
No les extrañe que, después de lo sucedido en Medjugorje, haya empezado a leer libros de exorcistas. En el momento actual, estoy leyendo uno del Padre Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, en el que he encontrado este párrafo: “Satanás tiene también un poder extraordinario sobre el hombre. Con este poder puede ocasionar males... que culminan en la posesión. Estos males están dirigidos a un número muy limitado de personas. Pero hoy este número va en aumento porque, dado que cada vez falta más la confianza en Dios, la gente se entrega al ocultismo, al satanismo, a hacer maleficios o consagraciones a Satanás. ¿Cuáles y cuántos son los maleficios? Son muchos y de varios tipos. Son los males hechos con la ayuda del demonio: brujería, misas negras, magia negra, hechizos, ligaduras, maldiciones, mal de ojo, macumba, vudú... todos estos son maleficios que se logran recurriendo a magos, hechiceros, médiums, tarotistas, a personas que de algún modo y en alguna medida, está ligadas a Satanás”.
Personalmente, en mi vida sacerdotal, apenas he tenido casos de éstos y, pienso, poco graves, pues se han resuelto con agua bendita. Pero nunca me olvidaré una conversación que tuve en 1979, en ocasión de un acontecimiento familiar, con el Padre Pilón, jesuíta ya fallecido y muy metido en el mundo de lo paranormal y lo parapsicólogico. Me dijo: “Pedro, dile a tus alumnas que no jueguen al juego del vasito, porque mi amigo el Doctor X, un conocido psiquiatra de Madrid, está hasta hasta las narices de ese juego, porque tiene la consulta invadida por adolescentes como consecuencia de ello. Y es que pueden liberarse unas fuerzas que no sabemos bien qué son, pero pueden resultar peligrosas”. Creo que es nuestro deber de adultos poner en guardia a nuestros jóvenes, y también a nuestros adultos, para que eviten hacer cosas que empiezan como un juego pero pueden terminar muy mal.
Pero el problema es real y la Iglesia es consciente de ello, por lo que no nos extrañe que el Catecismo de la Iglesia Católica lo aborde y nos diga:
“2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo”.
Más recientemente, en el Instrumentum Laboris para el próximo Sínodo de la Familia, leemos en el nº 79: “Entre las situaciones críticas se recuerdan también la difusión de las sectas, las prácticas esotéricas, el ocultismo, la magia y la brujería”. Estos hechos, aunque los ha habido en todos los tiempos, como nos recuerdan las citas del Antiguo Testamento, o las expulsiones de demonios por parte de Jesús, están en claro aumento, y así, en los últimos meses he leído que diócesis como Madrid, Barcelona y Milán han aumentado el número de sacerdotes exorcistas.
No les extrañe que, después de lo sucedido en Medjugorje, haya empezado a leer libros de exorcistas. En el momento actual, estoy leyendo uno del Padre Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, en el que he encontrado este párrafo: “Satanás tiene también un poder extraordinario sobre el hombre. Con este poder puede ocasionar males... que culminan en la posesión. Estos males están dirigidos a un número muy limitado de personas. Pero hoy este número va en aumento porque, dado que cada vez falta más la confianza en Dios, la gente se entrega al ocultismo, al satanismo, a hacer maleficios o consagraciones a Satanás. ¿Cuáles y cuántos son los maleficios? Son muchos y de varios tipos. Son los males hechos con la ayuda del demonio: brujería, misas negras, magia negra, hechizos, ligaduras, maldiciones, mal de ojo, macumba, vudú... todos estos son maleficios que se logran recurriendo a magos, hechiceros, médiums, tarotistas, a personas que de algún modo y en alguna medida, está ligadas a Satanás”.
Personalmente, en mi vida sacerdotal, apenas he tenido casos de éstos y, pienso, poco graves, pues se han resuelto con agua bendita. Pero nunca me olvidaré una conversación que tuve en 1979, en ocasión de un acontecimiento familiar, con el Padre Pilón, jesuíta ya fallecido y muy metido en el mundo de lo paranormal y lo parapsicólogico. Me dijo: “Pedro, dile a tus alumnas que no jueguen al juego del vasito, porque mi amigo el Doctor X, un conocido psiquiatra de Madrid, está hasta hasta las narices de ese juego, porque tiene la consulta invadida por adolescentes como consecuencia de ello. Y es que pueden liberarse unas fuerzas que no sabemos bien qué son, pero pueden resultar peligrosas”. Creo que es nuestro deber de adultos poner en guardia a nuestros jóvenes, y también a nuestros adultos, para que eviten hacer cosas que empiezan como un juego pero pueden terminar muy mal.
Comentarios
Otros artículos del autor
- Los conflictos matrimoniales y su superación
- Cielo, purgatorio, infierno
- Los hijos del diablo, según Jesucristo
- Iglesia, nacionalismo y bien común
- El Antiguo Testamento y la elección de Israel
- Creo en la Comunión de los Santos
- Familia, demonio y libertad
- Los días más especiales en una vida humana
- Sin Dios ni sentido común
- Conferencia episcopal e ideología de género