El mundo sí tiene remedio
por Pedro Trevijano
Un conocido político comentaba en una conversación privada, que para él el problema de África no tenía solución. Un amigo mío, a quien le conté esto, muy implicado en los casos que voy a contar ahora, me respondió: “El problema no es de los territorios, el problema es de las personas, y algunas, como nuestros misioneros, están haciendo cosas asombrosas”.
Conocí al matrimonio Hortsman en un viaje a Tierra Santa: él, Peter es un arquitecto alemán afincado en España; ella, Ana Sendagorta, es médico oftalmóloga en un conocido Hospital de Madrid. Tuvieron la desgracia de perder un hijo de doce años buceando en las Baleares y, como católicos que son, decidieron dar sentido a ese fallecimiento y crear un hospital Pediátrico en Kenia, fundamentalmente para niños, haciendo una Fundación en memoria de su hijo, llamada Pablo Hortsman. Llevan allí unas setenta mil visitas, habiendo atendiendo unos diecisiete mil casos, preferentemente, pero no siempre, niños. Y como todavía hay bastantes médicos que no sólo creen en el juramento hipocrático, sino también en la Medicina como vocación, de vez en cuando se traen a equipos médicos de los mejores hospitales de Madrid a realizar campañas de Cirugía. Les señalan a quien hay que operar y durante quince días hacen unas quinientas operaciones, en sesiones inacabables de Cirugía, logrando salvar muchas vidas.
Gracias a los Hortsman y otros amigos comunes, conocí en Medjugorje a una monja ecuatoriana llamada Olinda, de las Misioneras Sociales de la Iglesia, que, en una charla religiosa tenida allí en Medjugorje, y ante la pregunta sobre si había visto allí algo milagroso o maravilloso, contestó sencillamente: “yo no creo en los milagros, los vivo cada día”. Esta misionera lleva en Turkana, al norte de Kenia, catorce años, uno de los lugares más pobres de mundo. En este tiempo ha conseguido dos grandes logros: cuando ella llegó, cuando una persona cumplía los cuarenta y cinco años, le decían: “ya has vivido bastante. Vete al desierto a morirte”. Ella empezó por acoger a algunos de estos ancianos y hoy esa costumbre ya no se hace más.
El segundo problema es el de la escolarización. Ha logrado crear una serie de escuelas que atienden a unos mil ochocientos chicos y chicas. No sólo los tienen escolarizados, sino que además les dan de comer seis días a la semana, todos los días salvo el domingo que no hay escuela. Lo que les cuesta cada niño al mes por su escolarización y comida es diez euros al mes, unos doce dólares. La religiosa calcula, que de no haber sido por la escuela, sólo vivirían una tercera parte de esos niños. Y es que cuando el dinero se administra bien, se es honrado y se trabaja por Dios, si hay algo que el Señor nunca hará, es dejarse ganar en generosidad. Con muy poco se puede hacer mucho, pero hay que ver la profunda fe que hay tras esta contestación: “yo no creo en los milagros, los vivo cada día”. Y por ello termino con la frase que da título al artículo: El mundo sí tiene remedio.
Pedro Trevijano
Conocí al matrimonio Hortsman en un viaje a Tierra Santa: él, Peter es un arquitecto alemán afincado en España; ella, Ana Sendagorta, es médico oftalmóloga en un conocido Hospital de Madrid. Tuvieron la desgracia de perder un hijo de doce años buceando en las Baleares y, como católicos que son, decidieron dar sentido a ese fallecimiento y crear un hospital Pediátrico en Kenia, fundamentalmente para niños, haciendo una Fundación en memoria de su hijo, llamada Pablo Hortsman. Llevan allí unas setenta mil visitas, habiendo atendiendo unos diecisiete mil casos, preferentemente, pero no siempre, niños. Y como todavía hay bastantes médicos que no sólo creen en el juramento hipocrático, sino también en la Medicina como vocación, de vez en cuando se traen a equipos médicos de los mejores hospitales de Madrid a realizar campañas de Cirugía. Les señalan a quien hay que operar y durante quince días hacen unas quinientas operaciones, en sesiones inacabables de Cirugía, logrando salvar muchas vidas.
Gracias a los Hortsman y otros amigos comunes, conocí en Medjugorje a una monja ecuatoriana llamada Olinda, de las Misioneras Sociales de la Iglesia, que, en una charla religiosa tenida allí en Medjugorje, y ante la pregunta sobre si había visto allí algo milagroso o maravilloso, contestó sencillamente: “yo no creo en los milagros, los vivo cada día”. Esta misionera lleva en Turkana, al norte de Kenia, catorce años, uno de los lugares más pobres de mundo. En este tiempo ha conseguido dos grandes logros: cuando ella llegó, cuando una persona cumplía los cuarenta y cinco años, le decían: “ya has vivido bastante. Vete al desierto a morirte”. Ella empezó por acoger a algunos de estos ancianos y hoy esa costumbre ya no se hace más.
El segundo problema es el de la escolarización. Ha logrado crear una serie de escuelas que atienden a unos mil ochocientos chicos y chicas. No sólo los tienen escolarizados, sino que además les dan de comer seis días a la semana, todos los días salvo el domingo que no hay escuela. Lo que les cuesta cada niño al mes por su escolarización y comida es diez euros al mes, unos doce dólares. La religiosa calcula, que de no haber sido por la escuela, sólo vivirían una tercera parte de esos niños. Y es que cuando el dinero se administra bien, se es honrado y se trabaja por Dios, si hay algo que el Señor nunca hará, es dejarse ganar en generosidad. Con muy poco se puede hacer mucho, pero hay que ver la profunda fe que hay tras esta contestación: “yo no creo en los milagros, los vivo cada día”. Y por ello termino con la frase que da título al artículo: El mundo sí tiene remedio.
Pedro Trevijano
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