La Moral neotestamentaria
Pero el conocimiento del hecho de que la catequesis del Cristianismo primitivo ha seguido los grandes rasgos de la enseñanza moral de la época, no nos debe hacer olvidar que lo específicamente cristiano es la imitación y el seguimiento de Cristo
por Pedro Trevijano
En el Concilio Vaticano II se nos dice: “Téngase especial cuidado en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura, deberá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo” (Decreto “Optatam totius” nº 16).
Queda claro, por tanto, que nuestra moral debe basarse en la Sagrada Escritura y, muy especialmente, en el Nuevo Testamento. En los Evange¬lios, sobre todo en el de S. Mateo, la moral, porque es adherirnos a la Persona de Cristo, es más bien narrativa y ligada al comportamiento de Jesús y su anuncio de la buena noticia de la llegada del Reino de Dios, tema principal de la predicación de Jesús en los Sinópticos, comportamiento y predicación que son la norma moral definitiva, estando ambas en estrecha relación, pues la teología se basa en la Historia de la Salvación, especialmente en los hechos que conciernen a Cristo, siendo un rasgo característico del Cristianismo el ser una religión histórica. Por tanto en el Cristianismo la moral no es un sistema autónomo, sino que depende de unos acontecimientos y enseñanzas y surge como respuesta a ellos.
Tengamos sin embargo cuidado en no interpretar los hechos a nuestro gusto, porque hace pocos días leí lo siguiente en una Carta al Director de un periódico: “No me pega a mí eso de Jesús en el evangelio atacando a los fariseos y escribas. Me suena a la primitiva comunidad cristiana”. Curiosamente desde el punto de vista religioso sería irrelevante. Se trata de textos del evangelio, y, por tanto, inspirados por Dios,
Para San Pablo, si la fe tiene por objeto las verdades que hay que creer, tiene también un contenido moral, pues exige un compromiso coherente de vida y es por ello la primera virtud práctica: las enseñanzas de los capítulos1215 de Romanos son la consecuencia directa y el fruto de la fe, al expresar detalladamente cuál es la justicia que la fe produce en la vida. Se trata de moral, pero no de una moral comprendida como una serie de imperativos y prescripciones, sino de la práctica de unas virtudes agrupadas alrededor de la fe y de la caridad. Por ello la vida moral del cristiano es como un culto espiritual fundado en el dinamismo del amor en el que nuestro cuerpo mismo es ofrecido como sacrificio vivo y santo.
Ya en el escrito cristiano probablemente más antiguo que conservamos, S. Pablo exhorta a los fieles de Tesalónica a vivir según las exigencias morales de su fe (1 Tes 4,112). Notemos en este texto el tono directo y perentorio que usa S. Pablo: nada de persuasiones y consejos, sino órdenes. San Pablo, apóstol de la libertad, no es ningún ácrata. Pero estas órdenes tienen un carácter extremadamente práctico y lleno de sentido común, instrucciones que es casi seguro que formasen parte del programa normal de recomendaciones morales para uso de los nuevos convertidos y cuyo nombre técnico era “catequesis”. Como esta enseñanza recibe de Pablo el nombre de "tradición"(1 Cor 11, 2), podemos suponer que existía una enseñanza común de la moral para uso de los paganos convertidos al Cristianismo. Aunque Pablo sólo en dos ocasiones hace referencia literal a la palabra del Señor (Hch 20,35; 1 Cor 9,14), los hechos y palabras de Jesús constituían para la Iglesia primitiva la regla decisiva y obligatoria.
He aquí el contenido de esta enseñanza moral: se comienza por exhortar al convertido a abandonar ciertos comportamientos condenables, en particular algunos muy extendidos y hacia los que la sociedad pagana era muy indulgente. "Los primeros cristianos, provenientes tanto del pueblo judío como de la gentilidad, se diferenciaban de los paganos no sólo por su fe y su liturgia, sino también por el testimonio de la conducta moral, inspirada en la Ley Nueva"(Juan Pablo II, Encíclica “Veritatis Splendor”, nº 26). Para ello el fiel tenía que vivir los principios morales desde una perspectiva cristiana, alejándo¬se de los vicios de la época, de los que tenemos diversas listas (1 Cor 6,910; Gal 5,19-23; Ef 5,5), que provienen de una enseñanza moral popular independiente del Cristianismo.
Después venía la exposición de las virtudes características del nuevo estilo de vida: pureza y sobriedad, dulzura y humildad, generosidad y espíritu de hospitalidad, paciencia y perdón. En las virtudes sociales figuran en primer lugar las familiares, exhortándose igualmente a los neófitos a respetar a los jefes de la comunidad cristiana. Con respecto a los paganos se les pide ser prudentes, evitar toda provocación y buscar la paz, pero aprovechando todas las ocasiones de hacerles el bien.
En relación con el Imperio los cristianos deben obedecer a las autoridades constituidas, observar las leyes y pagar los impuestos (Rom 13,1-7). Pero en esta obediencia hay un límite impuesto por una fidelidad mayor: el cristiano debe a su fe una fidelidad total, incluso hasta sufrir persecución y martirio.
Este esquema se completa y desarrolla de diversos modos según los diversos escritos: así en Santiago, la fe y el comportamiento obediente van indisolublemente ligados; la fe sola, como tal, no puede salvar. Sólo mediante la obediencia y un comporta¬miento que se ajuste a los mandamientos de Dios puede llegar la fe a su realización (Sant 2,21-22). Pero el conocimiento del hecho de que la catequesis del Cristianismo primitivo ha seguido los grandes rasgos de la enseñanza moral de la época, no nos debe hacer olvidar que lo específicamente cristiano es la imitación y el seguimiento de Cristo.
Pedro Trevijano
Queda claro, por tanto, que nuestra moral debe basarse en la Sagrada Escritura y, muy especialmente, en el Nuevo Testamento. En los Evange¬lios, sobre todo en el de S. Mateo, la moral, porque es adherirnos a la Persona de Cristo, es más bien narrativa y ligada al comportamiento de Jesús y su anuncio de la buena noticia de la llegada del Reino de Dios, tema principal de la predicación de Jesús en los Sinópticos, comportamiento y predicación que son la norma moral definitiva, estando ambas en estrecha relación, pues la teología se basa en la Historia de la Salvación, especialmente en los hechos que conciernen a Cristo, siendo un rasgo característico del Cristianismo el ser una religión histórica. Por tanto en el Cristianismo la moral no es un sistema autónomo, sino que depende de unos acontecimientos y enseñanzas y surge como respuesta a ellos.
Tengamos sin embargo cuidado en no interpretar los hechos a nuestro gusto, porque hace pocos días leí lo siguiente en una Carta al Director de un periódico: “No me pega a mí eso de Jesús en el evangelio atacando a los fariseos y escribas. Me suena a la primitiva comunidad cristiana”. Curiosamente desde el punto de vista religioso sería irrelevante. Se trata de textos del evangelio, y, por tanto, inspirados por Dios,
Para San Pablo, si la fe tiene por objeto las verdades que hay que creer, tiene también un contenido moral, pues exige un compromiso coherente de vida y es por ello la primera virtud práctica: las enseñanzas de los capítulos1215 de Romanos son la consecuencia directa y el fruto de la fe, al expresar detalladamente cuál es la justicia que la fe produce en la vida. Se trata de moral, pero no de una moral comprendida como una serie de imperativos y prescripciones, sino de la práctica de unas virtudes agrupadas alrededor de la fe y de la caridad. Por ello la vida moral del cristiano es como un culto espiritual fundado en el dinamismo del amor en el que nuestro cuerpo mismo es ofrecido como sacrificio vivo y santo.
Ya en el escrito cristiano probablemente más antiguo que conservamos, S. Pablo exhorta a los fieles de Tesalónica a vivir según las exigencias morales de su fe (1 Tes 4,112). Notemos en este texto el tono directo y perentorio que usa S. Pablo: nada de persuasiones y consejos, sino órdenes. San Pablo, apóstol de la libertad, no es ningún ácrata. Pero estas órdenes tienen un carácter extremadamente práctico y lleno de sentido común, instrucciones que es casi seguro que formasen parte del programa normal de recomendaciones morales para uso de los nuevos convertidos y cuyo nombre técnico era “catequesis”. Como esta enseñanza recibe de Pablo el nombre de "tradición"(1 Cor 11, 2), podemos suponer que existía una enseñanza común de la moral para uso de los paganos convertidos al Cristianismo. Aunque Pablo sólo en dos ocasiones hace referencia literal a la palabra del Señor (Hch 20,35; 1 Cor 9,14), los hechos y palabras de Jesús constituían para la Iglesia primitiva la regla decisiva y obligatoria.
He aquí el contenido de esta enseñanza moral: se comienza por exhortar al convertido a abandonar ciertos comportamientos condenables, en particular algunos muy extendidos y hacia los que la sociedad pagana era muy indulgente. "Los primeros cristianos, provenientes tanto del pueblo judío como de la gentilidad, se diferenciaban de los paganos no sólo por su fe y su liturgia, sino también por el testimonio de la conducta moral, inspirada en la Ley Nueva"(Juan Pablo II, Encíclica “Veritatis Splendor”, nº 26). Para ello el fiel tenía que vivir los principios morales desde una perspectiva cristiana, alejándo¬se de los vicios de la época, de los que tenemos diversas listas (1 Cor 6,910; Gal 5,19-23; Ef 5,5), que provienen de una enseñanza moral popular independiente del Cristianismo.
Después venía la exposición de las virtudes características del nuevo estilo de vida: pureza y sobriedad, dulzura y humildad, generosidad y espíritu de hospitalidad, paciencia y perdón. En las virtudes sociales figuran en primer lugar las familiares, exhortándose igualmente a los neófitos a respetar a los jefes de la comunidad cristiana. Con respecto a los paganos se les pide ser prudentes, evitar toda provocación y buscar la paz, pero aprovechando todas las ocasiones de hacerles el bien.
En relación con el Imperio los cristianos deben obedecer a las autoridades constituidas, observar las leyes y pagar los impuestos (Rom 13,1-7). Pero en esta obediencia hay un límite impuesto por una fidelidad mayor: el cristiano debe a su fe una fidelidad total, incluso hasta sufrir persecución y martirio.
Este esquema se completa y desarrolla de diversos modos según los diversos escritos: así en Santiago, la fe y el comportamiento obediente van indisolublemente ligados; la fe sola, como tal, no puede salvar. Sólo mediante la obediencia y un comporta¬miento que se ajuste a los mandamientos de Dios puede llegar la fe a su realización (Sant 2,21-22). Pero el conocimiento del hecho de que la catequesis del Cristianismo primitivo ha seguido los grandes rasgos de la enseñanza moral de la época, no nos debe hacer olvidar que lo específicamente cristiano es la imitación y el seguimiento de Cristo.
Pedro Trevijano
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