Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Melilla: un cementerio entre las aguas


Fueron muchas las familias españolas las que llevaron los conocimientos de una civilización más avanzada a ese pueblo tan necesitado con un profundo sentimiento humanista y cristiano.

por Vicente Pedro Colomar Cerrada

Opinión

Al abandonar Zeluán el famoso cabecilla de la zona oriental el “Roghi”, diciembre de 1908, y dirigirse hacia la cabila de Beni Ukil donde fue hecho prisionero por “los mehalas”(soldados del Sultán reinante) y entregado al sultán Mulay Hafiz, quien le dio una horrenda muerte, las tropas españolas quedaron obligadas a proteger al personal y a las instalaciones de las empresas mineras que desde finales de 1907 habían emprendido las labores de explotación del mineral de hierro y de plomo en los montes de Uixan y Afra, respectivamente, en la cabila de Beni bu Ifrur (antiguo Protectorado de España en Marruecos).

A principios de junio de 1909 las referidas empresas reanudaron los trabajos que habían quedado paralizados por los ataques sufridos por grupos incontrolados de rifeños rebeldes, pobladores de las cabilas próximas a la ciudad de Melilla, quienes destrozaron las instalaciones construidas a pie de mina obligando a la huida hacia Zeluán de los trabajadores españoles, y levantaron una gran parte de las vías del ferrocarril que las empresas mineras ya habían colocado, derribando también los apeaderos en construcción en puntos determinados de la traza del ferrocarril. Los rebeldes no vieron con buenos ojos el retorno de los españoles al trabajo y decidieron tomar todas las medidas a su alcance para impedirlo.

Al poco de iniciarse la jornada del día 9 de julio de ese mismo año, unos obreros que estaban enfrascados en su trabajo de replantear el tendido de vía en el tramo comprendido entre la línea límite de la Plaza de soberanía española (Melilla) y el campo exterior sufrieron una agresión en el que murieron tres de ellos y los demás tuvieron que emprender la huida, muriendo otro por disparos de los moros perseguidores, hasta que una locomotora de una de las empresas mineras que se dirigía al hipódromo los recogió y al llegar pudieron dar la voz de alarma.

Nada más quedar enterado el teniente coronel Barrios, del Regimiento de África, pasó información al gobernador de la ciudad, general José Marina y Vega, y aprovechando cuatro vagones de una de las empresas mineras partió con dos compañías hacia el lugar donde se había producido la agresión.

Al llegar las tropas españolas a la parte baja de la ladera sureña del cerro de Sidi Musa fueron recibidas con un nutrido fuego de fusilería por parte de los rifeños rebeldes, emboscados en las resquebrajaduras del terreno, que produjo las primeras bajas. Desplegadas las compañías por las proximidades de la Segunda Caseta, empezaron a responder la agresión, entablándose una enconada lucha. Entretanto el general Marina tomó personalmente el mando de las tropas de la guarnición y pasada una media hora se encontraba en el escenario del enfrentamiento continuando la embestida contra los rebeldes, y en menos de tres horas ya había avanzado más diez kilómetros en terreno enemigo… Fue el inicio de la conocida Guerra de 1909, que terminó en diciembre de ese mismo año.

En el mes de septiembre un destacamento militar que al frente de un capitán realizaba un reconocimiento del terreno entre los barrancos de Aloer y de Sidi Musa (antigua carretera de Melilla a Nador) encontró varios cadáveres de soldados españoles en pleno estado de descomposición. Recogidos de la mejor forma posible por sus compañeros en vida, fueron trasladados a la posición conocida como la Segunda Caseta, y allí pudieron comprobar que se trataba de integrantes de las columnas de los Regimientos de África y de Melilla que en la tarde del día 9 de julio emprendieron las acciones de castigo contra los rifeños rebeldes que habían agredido alevosamente a un grupo de trabajadores españoles, ocasionando varios muertos y heridos.

Comoquiera que aquellos restos debían recibir cristiana sepultura, siguiendo instrucciones del capitán (después de inspeccionar los alrededores de la posición española) al final quedó decidido abrir una serie de fosas en un antiguo huerto cercándolas con alambre de espino y colocando una cruz de madera con letrero que decía: “Juntos supieron dar la vida por la Patria y juntos duermen el sueño eterno de la Gloria”. A partir de esa fecha se formó un pequeño cementerio con la recogida de otros cadáveres de soldados muertos por las cercanías.

En los primeros días del mes de agosto de 1910 las autoridades de la Plaza, con el empleo de apropiada maquinaria, abrieron la bocana, que en muchas ocasiones quedaba cegada por el aporte de arenas procedentes del mar cercano, permitiendo con ello que las aguas del Mar Mediterráneo inundasen la Mar Chica y todos sus alrededores, quedando con ello sumergido entre las aguas el pequeño cementerio. Sin embargo, por encima de la superficie del pequeño mar sobresalían tres cruces que parecían clamar misericordia al Cielo para que los hombres de bien pudiesen dar una solución a su macabra situación.

La solución vino de parte de Rafael Fernández de Castro, funcionario de la Compañía Trasatlántica, quien con el apoyo del director del periódico local, El Telegrama del Rif, D. Cándido Lobera, aprovechando su puesto de redactor en el citado periódico inició una suscripción pública para recaudar fondos exponiendo su lema escrito en una de las páginas en febrero de 1912: “Un puñado de pesetas… pudiese asegurar para siempre el reposo de los gloriosos muertos…”.

El pueblo melillense, que supo reconocer la obligación que tenía para con un grupo de soldados españoles que entregaron sus vidas en la defensa de su Patria, supo responder con extrema generosidad y con el monto del dinero conseguido (el presupuesto de la obra a realizar alcanzaba las 2.000 pesetas) a mediados del mes de abril de 1912 comenzaron las obras de construcción de un nuevo cementerio en las proximidades de la Segunda Caseta, quedando abandonado el primero, que quedó cubierto de piedras.

En el mes de septiembre de 1912 fue bendecido por D. Miguel Acosta Aguilera, vicario (muy querido en Melilla y promotor de la construcción de la Iglesia del Llano, hoy la conocida Iglesia del Sagrado Corazón), volcándose el pueblo melillense en la asistencia de tal efemérides con la colaboración de la Compañía Española de Minas del Rif, que puso a disposición de la autoridades una máquina con varios vagones para el traslado de viajeros.

En el mes de noviembre de ese mismo año y siguiendo instrucciones de las autoridades militares se llevó a cabo un acto patriótico al llevar al cementerio de la Segunda Caseta los restos de soldados españoles dispersos en aquellas resecas y ensangrentadas tierras, volviéndose a repetir la participación masiva de los ciudadanos melillenses y la colaboración gratuita de la empresa minera…

España dejó la impronta de su buen hacer en aquellas tierras africanas y dedicó un sublime esfuerzo en cumplir los acuerdos firmados ante las naciones europeas (Conferencia de Algeciras de 1906), llevando los avances de una civilización moderna y cristiana a un pueblo que desde época remota sufría el embate de la pobreza, de la miseria, de las enfermedades de todo tipo, y principalmente la convivencia en una situación de anarquía y descontrol total que no le permitía una mínima esperanza de poder llevar a cabo una vida más humanizada y social.

Fueron muchos los españoles que integraban las unidades militares los que dejaron sus vidas en aquellas tierras en una lucha sin cuartel por llevar la paz y la concordia a unas cabilas rebeldes y fueron muchas las familias españolas las que llevaron los conocimientos de una civilización más avanzada a ese pueblo tan necesitado con un profundo sentimiento humanista y cristiano. Y fueron muchos los que allí dejaron sus vidas en el cumplimiento de su deber poblando los cementerios de Nador, Zeluán, Monte Arruit, Larache, Tetuán, Xauen, Ceuta ó Melilla.

A todos ellos, como español nacido en aquellas tierras, mi cariño, mi agradecimiento y mi reconocimiento…
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