Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Tres monjas y una misa en Argelia


Les pregunté con mi continuada extrañeza cómo pasaban los controles militares que estaban por las carreteras. La respuesta fue inmediata: que Cristo las protegía.

por Vicente Pedro Colomar Cerrada

Opinión

 A primero de abril de 1995 emprendí viaje hacia Argelia siguiendo órdenes de la Empresa Constructora a la que pertenecía para iniciar los trabajos del levantamiento de las instalaciones necesarias en la construcción de una Presa. Conmigo vino un compañero quien habría de encargarse de las cuestiones logísticas, como mantenimiento de nuestras viviendas, manutención, compras y otros, llevando a cabo una labor encomiable y al que nunca olvidaré. La citada obra estaba ubicada al este de Argel en la Wilaya de Mila, a unos 40 kilómetros aproximadamente de la ciudad que lleva ese mismo nombre y donde residía el Gobernador, en un río cuya margen derecha lamía las últimas casas del poblado de Beni Haroun y de aquí que la obra tomase su nombre y la conociésemos como “Presa de Beni Haroun”.

Dada la dramática realidad que en esos años se abatía sobre el país, con una acción indiscriminada por parte de los grupos terroristas, fanáticos islámicos, que cometían toda clase de acciones violentas que ensangrentaban y aterrorizaban a una población civil indefensa a pesar de la abnegada acción de las Fuerzas de Orden Publico y del Ejército, nosotros nos vimos obligados a instalar nuestra residencia en el interior del Cuartel que las tropas argelinas habían instalado en las proximidades del pueblo de Sibari, muy próximo al lugar donde se tenía que levantar la Presa y a unos 14 kilómetros de la importante villa de Graren Gouga. Es de comprender que nuestra vida fuese bastante complicada hasta el extremo de estar sometidas nuestras salidas fuera del recinto cuartelario a la rigidez disciplinaria que imperaba y al fuerte control puesto por los militares.

Así iniciamos en el año de 1995 nuestro trabajo, para de principio levantar en una ladera situada frente al Cuartel y con la participación de una Empresa argelina un Campamento civil amurallado (más conocido como Base de Vida) y circundado por ocho garitas que deberían ocupar soldados para mantener nuestra seguridad. Esa Base habría de servir como residencia a los técnicos españoles que habrían de llegar un año más tarde para llevar a cabo los trabajos de ejecución de la Presa propiamente dicha. En esas circunstancias me encontraba cuando sobre finales de mayo vino a verme mi compañero Julio al despacho y me dijo que había tres monjas españolas que habían venido a saludarnos.

Como hay que comprender mi sorpresa fue mayúscula, pues en unas fechas en que los embates de los grupos terroristas estaban en todo su apogeo cometiendo toda clase de atentados sangrientos de una crueldad aterradora, me era muy difícil asimilar que dentro del Cuartel había tres monjas que querían saludarme. Salí al exterior y me encontré con tres mujercitas que por los recuerdos que me llegan podrían estar entre los 35 a 40 años de edad, de cuerpo menudo y vestidas muy sencillamente de civil, con unos ojos muy expresivos y con unos modales pausados que mostraban una humildad y una sencillez que favorecía un acercamiento amistoso hacia ellas. Al verme dejaron entrever una sonrisa por el manifiesto gesto de extrañeza que yo expresaba en mi rostro al verlas dentro de aquellas instalaciones militares y además en tierras argelinas.

Después de saludarlas las primeras preguntas que les hice fue que hacían en Argelia, en una situación auténtica de guerra entre los militares y los grupos terroristas que en sus acciones de comando no respetaban ni a los extranjeros (hay que recordar que un año más tarde, 1996, se produjo el asesinato de siete religiosos por un grupo de desalmados), y como se habían enterado de nuestra presencia allí hasta el extremo de venir a visitarnos. A la primera pregunta me respondieron que ellas vivían en Constantina en un piso y que se dedicaban a la enseñanza de las jóvenes argelinas, cuestiones de costura, de cocina, de mantenimiento de una casa, del cuidado de los hijos, en general sobre todo lo relacionado con una mujer que en su día se casaría y sería madre. Hay que tener presente que en esa ciudad está ubicada una de las Madrasas (escuela religiosa islámica) más importantes de Argelia y que por eso en un principio los ataques terroristas se llevaron a cabo por esa zona ya que los montes que rodeaban al puerto de Djen Djen (Jijel), a unos 30 kilómetros del lugar donde íbamos a realizar la obra, les servía a los subversivos de refugio, hasta que la acción contundente del Ejercito argelino les obligó a desplazarse a otros lugares.

Me dijeron las monjitas que tenían el cupo lleno de alumnas entre mañana y tarde considerándose muy apreciadas por el pueblo argelino y que por eso no tenían ningún miedo aunque si respeto a la situación. Que se habían enterado de nuestra presencia a través de D. Pío, un cura italiano que también ejercía su labor pastoral con los escasos compatriotas que aún permanecían en esas tierras como nosotros por cuestiones de trabajo. Por ello este cura se desplazaba con cierta frecuencia con su pequeño coche y sin ningún temor hasta el Campamento donde residían esos empleados de una Empresa italiana y que estaba ubicado muy cerca del que nosotros estábamos levantando frente al Cuartel. Ellas decidieron acompañarle para saludarnos y que allí estaban.

Seguí insistiendo que no llegaba a comprender como los militares las dejaban circular con D. Pío, cuando nosotros para salir fuera del recinto e incluso ir al aeropuerto teníamos que ir acompañados de soldados ó de gendarmes, e incluso les pregunté con mi continuada extrañeza cómo pasaban los controles militares que estaban por las carreteras. La respuesta fue inmediata, que Cristo las protegía, y seguidamente me dijeron que los terroristas sabían que ellas no hacían ningún mal y que por ello estaban convencidas que no las iban a atacar y que por otro lado la Policía argelina y el Ejercito, conociendo cual era su trabajo, también las protegían. Finalmente quise saber que le dijeron a los centinelas de la puerta del Cuartel, que tenían unas órdenes muy severas para no dejar el paso libre hacia el interior a personas desconocidas sin el permiso de los mandos.

Parece ser que llamaron a uno de los tenientes a los que ellas se dieron a conocer y una vez que este informó por radio al capitán tuvieron el paso libre y así para el resto de las visitas que nos continuaron haciendo. A partir de esa fecha yo me entregué con más intensidad a mis obligaciones con la dirección técnica del levantamiento de las instalaciones y las pude saludar en alguna otra ocasión. Fue mi compañero Julio el encargado de atenderlas en sus siguientes visitas.

A final de año Julio y yo nos vivimos a la Península a pasar las Fiestas de Navidad y ya nos quedamos una serie de meses porque se presentaron problemas de financiación y había que solucionarlos antes de emprender los trabajos de la construcción de la Presa propiamente dicha. A primeros de octubre de 1996 volvimos para preparar la llegada de los compañeros que construirían el cuerpo de presa. Al llegar la Navidad nos dividimos en dos grupos, unos que se vinieron a la Península para pasar el día 25 en casa y un segundo grupo que nos quedamos para ser relevados y pasar el 31 con la familia. El día 24 me dijo Julio que habían estado las religiosas y que tenían interés en celebrar una misa al medio día del citado 25. Hay que recordar que todos esos días para nosotros eran días normales de trabajo. Yo hablé con los compañeros que habían quedado conmigo y no hubo ningún problema para su asistencia.

Ese día cuando llegamos al comedor sobre las 13h., que ya habíamos inaugurado en la Base de Vida, las religiosas habían limpiado una de las mesas cubierta con un mantel blanco y aun lado estaba sentado D. Pío con ellas a uno y otro lado. Nosotros, aproximadamente unos once, nos pusimos enfrente y entonces el cura saco de una cartera un pequeño cáliz, un tarro con agua, otro con vino, un crucifijo, un par de platillos, un libro sagrado y en general todos lo necesario para la celebración del acto. A indicación de una de las religiosas Julio se acercó hasta los argelinos que estaban al servicio de la cocina y del comedor, y que nos observaban con interés y reconocimiento, para que les diesen un par develas de las que teníamos siempre en reserva. Una vez encendidas estas y con todo dispuesto empezó D. Pío a celebrar la Santa misa con la ayuda de “las monjitas”.

Yo me iba fijando en los hombres que tenía a mi lado, muchos de los cuales no habían pisado una Iglesia desde el día de su Primera Comunión, y quedaba sorprendido del grado de recogimiento y de atención que manifestaban sus rostros atendiendo al acto y escuchando las parcas palabras de agradecimiento que nos ofreció D. Pío por nuestra asistencia en una mezcla entre italiano, francés y español. Creo que pocos se enteraron, pero atendieron. Pero el momento más trascendental para mí fue cuando en el momento de la Consagración y al levantar el sacerdote el cáliz, por las ventanas que tenía enfrente se proyectó en el horizonte las garitas que yo había construido y a los militares argelinos en su interior con los fusiles Kalashnikov enfilados por las mirillas hacia el exterior. Fue un momento sublime y a la mente me llegó como un repaso fugaz la situación tan tensa y delicada en las que estaban envueltas nuestras vidas, con el recuerdo emocionado de mis padres ya fallecidos, de mis hijos, y en general de todos mis seres queridos. Jamás en mi vida he asistido a una Santa Misa que me haya emocionado tanto. Nunca podré olvidar aquella experiencia. Terminada la ceremonia todos juntos nos dispusimos a dar buena cuenta de las suculentas viandas que los argelinos nos habían preparado bajo la dirección de Julio.

A la vuelta de las vacaciones de Navidad ya la marcha de la obra nos introdujo en ese mundo tan interesante pero que pedía de nosotros toda nuestra entrega y disponibilidad para la buena marcha del proyecto. Yo sé que “las monjitas” volvieron en varias ocasiones y que Julio las continuó atendiendo, permitiéndome en alguna ocasión el poderlas saludar. Yo me vine definitivamente a finales del 98 y ya con la edad de jubilación. No recuerdo sus nombres, pero aún mantengo en el recuerdo sus figuras y su afabilidad. Bravas mujeres, que sin temor a poder perder la vida en un acto terrorista por parte de grupos incontrolados que actuaban en las mismas capitales de las wilayas, dedicaban su buen hacer en el nombre de Cristo en llevar los niveles de una civilización europea y cristiana a esas jóvenes argelinas. Pienso que en estas fechas ya estarán de vuelta a España. Nunca las olvidaré, ni a D. Pío el cura italiano.
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