¿Por qué y para qué?
Hace unos días hablaba con un amigo sobre un tema sobre el que creo al que todos nos hemos enfrentado alguna vez, el de las muertes de personas todavía bastante jóvenes y con una clara tarea que hacer todavía en la vida. En concreto en este caso el de una madre joven en una familia profundamente cristiana.
por Pedro Trevijano
Hace unos días hablaba con un amigo sobre un tema sobre el que creo al que todos nos hemos enfrentado alguna vez, el de las muertes de personas todavía bastante jóvenes y con una clara tarea que hacer todavía en la vida. En concreto en este caso el de una madre joven en una familia profundamente cristiana. Me comentaba mi interlocutor que veía bastante entero al marido, pero que una hija adolescente más que preguntarse el porqué de lo sucedido, se estaba preguntando el para qué de la muerte de su madre. Debo decir que si muchas veces me he preguntado el por qué sucede algo de este estilo, muy pocas veces me he planteado, y sin embargo creo que es la gran pregunta, para qué sucede algo.
No es nada fácil enfrentarse con el tema de la muerte. Para los que no tienen fe, en buena lógica tienen que pensar que la muerte es el final de todo y a nosotros los creyentes, cuando damos el pésame a los familiares, aparte de darles un abrazo más o menos silencioso, lo que nos queda es encomendarles a ellos y a sus familias. Lo que a mí me resulta muy curioso es que precisamente uno de los grandes argumentos en contra de la existencia de Dios, la existencia de injusticias y del mal en el mundo, porque como puede un Dios que dicen que es bueno, permitir semejantes cosas, es uno de mis argumentos a favor de la existencia de Dios, porque si no existe, los problemas de las injusticias y el mal son realmente insolubles, mientras que si Dios existe, sigue abierta la esperanza y el Mal no es la última palabra.
Para los que tenemos fe, por supuesto es mucho más fácil. Aunque sabemos que hay mucho bueno en este mundo, también reconocemos que es un valle de lágrimas, por lo que nos damos cuenta que nuestra patria y morada definitiva es el cielo y que allí vamos a ser eternamente felices. Pero para los que nos quedamos aquí la separación con frecuencia es muy dura y el dolor grande, como nos muestra el propio Jesús conmoviéndose por la muerte de su amigo Lázaro (cf. Jn 11, 33).
Pero indiscutiblemente tiene que haber un sentido, porque como nos dice San Pablo en Romanos 8,28: “sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien”. A mí se me quedó muy grabado, cuando tenía doce años, que mi padre, en la última enfermedad de mi abuelo, me decía: “reza por la salud del abuelo, si le conviene”. Y yo era consciente que era difícil que mi abuelo estuviese nunca mejor preparado para encarar la muerte, que en aquel momento. El porqué muere la gente más o menos tenemos una idea.
El para qué hay que verlo en una doble dimensión. Sobrenaturalmente está claro que nuestra muerte es un paso necesario para entrar en el cielo, al que iremos si no nos empeñamos en rechazar la gracia divina, porque Dios respeta nuestra libertad. Pero como hemos leído en el texto antes citado de San Pablo, todo sirve para el bien, hay que buscar qué es lo que Dios quiere que saquemos de positivo de nuestras desgracias y males.
Como capellán de una residencia de enfermos de Alzheimer, he presenciado muchos casos en los que el cariño hacia el familiar enfermo, ha elevado hasta alturas increíbles la categoría humana, moral y religiosa de muchos de sus familiares, aunque para mí el caso más patente es el de unos padres que perdieron a un hijo adolescente, y su reacción fue crear un hospital para niños en África, lo que ha permitido salvar centenares de vidas, aunque desde luego no siempre es tan fácil ver el para qué suceden las cosas. En muchos casos estamos ante el misterio que se nos desvelará solamente en el más allá.
No es nada fácil enfrentarse con el tema de la muerte. Para los que no tienen fe, en buena lógica tienen que pensar que la muerte es el final de todo y a nosotros los creyentes, cuando damos el pésame a los familiares, aparte de darles un abrazo más o menos silencioso, lo que nos queda es encomendarles a ellos y a sus familias. Lo que a mí me resulta muy curioso es que precisamente uno de los grandes argumentos en contra de la existencia de Dios, la existencia de injusticias y del mal en el mundo, porque como puede un Dios que dicen que es bueno, permitir semejantes cosas, es uno de mis argumentos a favor de la existencia de Dios, porque si no existe, los problemas de las injusticias y el mal son realmente insolubles, mientras que si Dios existe, sigue abierta la esperanza y el Mal no es la última palabra.
Para los que tenemos fe, por supuesto es mucho más fácil. Aunque sabemos que hay mucho bueno en este mundo, también reconocemos que es un valle de lágrimas, por lo que nos damos cuenta que nuestra patria y morada definitiva es el cielo y que allí vamos a ser eternamente felices. Pero para los que nos quedamos aquí la separación con frecuencia es muy dura y el dolor grande, como nos muestra el propio Jesús conmoviéndose por la muerte de su amigo Lázaro (cf. Jn 11, 33).
Pero indiscutiblemente tiene que haber un sentido, porque como nos dice San Pablo en Romanos 8,28: “sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien”. A mí se me quedó muy grabado, cuando tenía doce años, que mi padre, en la última enfermedad de mi abuelo, me decía: “reza por la salud del abuelo, si le conviene”. Y yo era consciente que era difícil que mi abuelo estuviese nunca mejor preparado para encarar la muerte, que en aquel momento. El porqué muere la gente más o menos tenemos una idea.
El para qué hay que verlo en una doble dimensión. Sobrenaturalmente está claro que nuestra muerte es un paso necesario para entrar en el cielo, al que iremos si no nos empeñamos en rechazar la gracia divina, porque Dios respeta nuestra libertad. Pero como hemos leído en el texto antes citado de San Pablo, todo sirve para el bien, hay que buscar qué es lo que Dios quiere que saquemos de positivo de nuestras desgracias y males.
Como capellán de una residencia de enfermos de Alzheimer, he presenciado muchos casos en los que el cariño hacia el familiar enfermo, ha elevado hasta alturas increíbles la categoría humana, moral y religiosa de muchos de sus familiares, aunque para mí el caso más patente es el de unos padres que perdieron a un hijo adolescente, y su reacción fue crear un hospital para niños en África, lo que ha permitido salvar centenares de vidas, aunque desde luego no siempre es tan fácil ver el para qué suceden las cosas. En muchos casos estamos ante el misterio que se nos desvelará solamente en el más allá.
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