Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Nopoki: la fe que cambia el mundo


La pasión misionera de Gerardo Zerdin, la sencillez despierta y disponible de su pueblo y la colaboración inteligente y conmovida de los miembros de CESAL han tejido esta historia de bien en la remota periferia amazónica, un historia bien concreta que demuestra que la fraternidad es el fundamento y la vía para una paz verdadera

por José Luis Restán

Opinión

Pregunta el papa en su mensaje para próxima Jornada Mundial de la paz: “¿los hombres y las mujeres de este mundo podrán corresponder alguna vez plenamente al anhelo de fraternidad, que Dios Padre imprimió en ellos? ¿Conseguirán, sólo con sus fuerzas, vencer la indiferencia, el egoísmo y el odio, y aceptar las legítimas diferencias que caracterizan a los hermanos y hermanas?...” Y continúa Francisco: “la fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios… porque el amor de Dios, cuando es acogido, se convierte en el agente más asombroso de transformación de la existencia y de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad”.

Este pasaje me ha venido a la memoria al conocer estos días la figura del obispo Gerardo Zerdin y la universidad Nopoki para los indígenas, que ha puesto en marcha (con ayuda de la ONG española CESAL) en la ciudad de Atalaya, en la Amazonía peruana. Zerdin llegó hace 40 años a la región de Ucayali procedente de su Croacia natal. Entonces era un joven franciscano que acababa de terminar la Teología en Zagreb y había respondido sin dilación al reclamo del obispo de la zona que buscaba manos disponibles para la misión. Procedía de la Europa, todavía gélida, del otro lado del Telón de Acero, y se encontró surcando los impresionantes ríos Ucayali y Tambo para llegar a unas comunidades dispersas que hablaban en idiomas tan extraños para él como el asháninka o el shipibo. Es impresionante su capacidad para aprender estas y otras lenguas (que cuarenta años después habla como cualquiera de los pobladores), pero más impresionante es aún su amor por estas gentes tan distintas de su propia fisonomía y cultura. De hecho se ha amoldado por completo a su estilo de vida y costumbres.

Durante once años fue párroco en Atalaya, la ciudad más oriental de la amazonía peruana, que algunos visitantes califican como una especie de poblado del “Far West” en medio de la selva, donde llegan aventureros, arribistas y colonos deseosos de explotar sus enormes riquezas de madrea, petróleo y otras materias primas. En aquella época Sendero Luminoso asestaba sus últimos zarpazos y en una ocasión los terroristas entraron en su casa obligando a todos a tumbarse con las manos en la nuca. Zerdin se negó afirmando que sólo se arrodillaba ante Dios, y a continuación comenzó a discutir con ellos hablándoles de su experiencia bajo un régimen comunista. Ahí pudo acabar la aventura de este fraile franciscano pero los terroristas bajaron las armas y abandonaron la casa.

En 2002 el papa le nombra obispo del Vicariato apostólico de San Ramón, territorio similar en extensión al de Austria, que pastorea con la ayuda de una treintena de sacerdotes. Desde su nueva responsabilidad Mons. Zerdin pensó el modo mejor de responder a las necesidades más perentorias de las comunidades indígenas, aisladas por las dificultades topográficas pero también por la falta de una formación adecuada y por la disparidad de lenguas. Comprendió que la urgencia mayor era formar docentes bilingües capaces de asumir un liderazgo en sus comunidades nativas. Ahí estaba el germen de una universidad única en su género cuyo nombre es Nopoki (“estoy aquí”, en lengua shipiba).

En 2006, con la ayuda de CESAL, comienza la puesta en marcha de este centro universitario bilingüe, en cada una de las lenguas locales y en castellano, donde acuden jóvenes de las distintas etnias. El centro presta especial importancia a la facultad de educación como efecto multiplicador de todas las enseñanzas, dado que tradicionalmente los profesores enviados por el gobierno peruano no tenían conocimiento de las lenguas ni de las culturas de la población autóctona, lo que constituía una barrera y provocaba un endémico retraso académico y la pérdida paulatina de sus costumbres y tradiciones. Los propios jóvenes nativos han ayudado a construir el campus de Nopoki, donde estudian y conviven con jóvenes de otras etnias (algo absolutamente inusual en la región) ya que muchos alumnos viven muy lejos y sería imposible retornar a sus hogares tras las clases.Con el tiempo se han introducido talleres sobre producción agropecuaria, carpintería, artesanía indígena, cocina, corte y confección e informática. Todo ello permitirá a los más de 87 jóvenes que se forman en estas aulas, impartir y promover estos oficios en diversas escuelas rurales y en sus propias comunidades

Mons. Zerdin habla con entusiasmo de la potencialidad de la Amazonia, de sus recursos y sobre todo de sus gentes. Pero advierte también de que esa potencialidad a veces está dormida, y del grave riesgo de una explotación desordenada que genera el espejismo de un desarrollo rápido pero sólo aparente, ya que “las relaciones humanas están deterioradas y se generan toda clase de vicios y violencia, y ninguna felicidad real”

Como dice la organización CESAL en su campaña Manos a la Obra de 2014, con iniciativas como ésta no se soluciona el vasto problema del empleo juvenil o del desarrollo en un lugar concreto como la región de Atalaya, pero sí se favorece que surjan personas que renacen, que se ponen en movimiento, se vuelven protagonistas y se convierten en esperanza para otros. Esa es la historia cotidiana que se vive en Nopoki. Mons. Zerdin explicaba en una entrevista que la fe de su pueblo “es una fe que reflexiona, que ve las cosas y trata de encontrar su sentido, una fe en diálogo con el mundo y con la naturaleza… muchas comunidades han sufrido mucho por la violencia y reconocen que estamos aquí para ayudarlas a crecer, para afirmar el valor de toda criatura por encima de cualquier diferencia”.

La pasión misionera de Gerardo Zerdin, la sencillez despierta y disponible de su pueblo y la colaboración inteligente y conmovida de los miembros de CESAL han tejido esta historia de bien en la remota periferia amazónica, un historia bien concreta que demuestra que la fraternidad es el fundamento y la vía para una paz verdadera, y que esa fraternidad necesita ser sostenida y regenerada por la fe. Hasta allí ha llegado ese ímpetu del que continuamente habla Francisco: no es un proyecto, es un hecho viviente que podemos identificar y sorprender agradecidos.

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