País Vasco: el dolor necesario para la curación
La película "Yoyes", dirigida por Helena Taberna en 1999, muestra una escena que me parece reveladora. Al entrar en el portal de su casa se encuentra con una mujer viuda de un asesinado por ETA que se planta frente a ella, y tras insultarle le escupe en la cara. Aquella militante violenta y aguerrida en la lucha ideológica soporta a pie enjuto el ataque tragándose las lágrimas
por José Luis Restán
La salida de la cárcel de la etarra Inés del Río, consecuencia fulgurante de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que anula la denominada “Doctrina Parot”, me ha hecho recordar la figura de otra miembro de ETA, Dolores González Katarain, Yoyes, asesinada por la banda en 1986 por haberse acogido a la política de reinserción establecida por el Gobierno español.
Inés del Río ha visto “extinguidas sus responsabilidades penales”, según reza el auto de la Audiencia Nacional, e incluso dice el fiscal del País Vasco que ya no puede ser denominada “terrorista”. Abandonó la cárcel tras cumplir veintiséis años y tres meses, sin rastro de arrepentimiento por los veinticuatro asesinatos que cometió durante su terrible etapa en el denominado “Comando Madrid”. Las imágenes de su salida la muestran envuelta en una ikurriña y mostrando una media sonrisa que no logra esconder el cansancio y la amargura. El entorno batasuno puede capitalizar esta y otras salidas de presos de ETA, responsables de múltiples asesinatos, diciendo que su lucha ha merecido la pena. Pero es fácil imaginar que algo dentro de esa mujer ha volado en pedazos para siempre, aunque la ideología trate de enmascarar la tragedia.
Me interesa el contraluz de ambos rostros, el que apenas hemos entrevisto de la etarra del Río y el de aquella Yoyes que volviendo a casa sabía que había firmado su sentencia de muerte. El rostro de Dolores González (y no olvido todas sus culpas) se había suavizado, del mismo modo que la retórica ideológica de su primera juventud se trocó en amor a los campos, en contemplación de la maternidad, en celebración de la vida. Cuando Yoyes retorna al solar vasco ha realizado ya un largo camino interior. Así escribe en su diario en 1985: “Muchos son culpables de esta injusticia, ¡demasiados! Hay otros que no pero son impotentes ante ella. Hay también mucho silencio cómplice. Mucho miedo en la gente ante todo, ante su propia libertad... ¡cuánta mierda!... El mito de ETA, la hidra sangrienta que nos atenaza: En este mito, la persona de carne y hueso que es un sustrato, no existe más que como tal sustrato, no es humana”.
La película “Yoyes”, dirigida por Helena Taberna en 1999, muestra una escena que me parece reveladora. Al entrar en el portal de su casa se encuentra con una mujer viuda de un asesinado por ETA que se planta frente a ella, y tras insultarle le escupe en la cara. Aquella militante violenta y aguerrida en la lucha ideológica soporta a pie enjuto el ataque tragándose las lágrimas. Sabía que era parte del precio a pagar por su redención, por su regreso a casa, por volver a ser una persona de carne y hueso.
Es ardua la discusión sobre si ETA ha sido derrotada. ¿Realmente lo ha sido? Por un lado es cierto que los golpes reiterados de la policía, la colaboración internacional y la acción de la justicia han dado con la mayoría de sus asesinos en la cárcel, y que les quedaba poca mecha para cebar su maquinaria de muerte. Y sin embargo la frivolidad y la malicia del Ejecutivo Zapatero les han brindado la oportunidad de transformar la derrota policial en victoria política. Sin haber entregado las armas, sin contrición alguna por el terrible daño causado durante décadas, sin depuración moral de su obscena mentira ideológica, se han encontrado con los títulos necesarios para entrar en una competencia electoral que debía estar reservada a quienes creen en la libertad y la convivencia. Aunque no me olvido: ese 26% de voto cosechado en las elecciones vascas por la coalición Bildu (la “marca blanca” del mundo batasuno avalada por un Constitucional que avergüenza), no es fruto sólo de las componendas de Zapatero.
Es también, quizás sobre todo, fruto de una enfermedad moral que no ha sido sanada en la sociedad vasca, y de una dramática impotencia de quienes (por otro lado de manera heroica) se han enfrentado a la ideología del terror sin conseguir arraigar una propuesta cultural alternativa en amplios sectores de esa sociedad. Cada uno habrá de asumir su propia responsabilidad en este nuevo escenario, dramático aunque no ya no humeen las pistolas de los asesinos. Aquí es donde retomo la historia de estas dos mujeres de ETA. En Inés del Río no se vislumbra dolor ni contrición, como tampoco en la casta de nuevos dirigentes reciclados que han cambiado el zulo por la moqueta. Mientras que en las palabras y gestos de Yoyes, en su decisión de afrontar su propia responsabilidad y asumir el alto precio de volver a casa, se encuentra todo el dolor y la esperanza que constituyen la única medicina (amarga y luminosa) para la profunda llaga que aún supura en el País Vasco.
© PáginasDigital.es
Inés del Río ha visto “extinguidas sus responsabilidades penales”, según reza el auto de la Audiencia Nacional, e incluso dice el fiscal del País Vasco que ya no puede ser denominada “terrorista”. Abandonó la cárcel tras cumplir veintiséis años y tres meses, sin rastro de arrepentimiento por los veinticuatro asesinatos que cometió durante su terrible etapa en el denominado “Comando Madrid”. Las imágenes de su salida la muestran envuelta en una ikurriña y mostrando una media sonrisa que no logra esconder el cansancio y la amargura. El entorno batasuno puede capitalizar esta y otras salidas de presos de ETA, responsables de múltiples asesinatos, diciendo que su lucha ha merecido la pena. Pero es fácil imaginar que algo dentro de esa mujer ha volado en pedazos para siempre, aunque la ideología trate de enmascarar la tragedia.
Me interesa el contraluz de ambos rostros, el que apenas hemos entrevisto de la etarra del Río y el de aquella Yoyes que volviendo a casa sabía que había firmado su sentencia de muerte. El rostro de Dolores González (y no olvido todas sus culpas) se había suavizado, del mismo modo que la retórica ideológica de su primera juventud se trocó en amor a los campos, en contemplación de la maternidad, en celebración de la vida. Cuando Yoyes retorna al solar vasco ha realizado ya un largo camino interior. Así escribe en su diario en 1985: “Muchos son culpables de esta injusticia, ¡demasiados! Hay otros que no pero son impotentes ante ella. Hay también mucho silencio cómplice. Mucho miedo en la gente ante todo, ante su propia libertad... ¡cuánta mierda!... El mito de ETA, la hidra sangrienta que nos atenaza: En este mito, la persona de carne y hueso que es un sustrato, no existe más que como tal sustrato, no es humana”.
La película “Yoyes”, dirigida por Helena Taberna en 1999, muestra una escena que me parece reveladora. Al entrar en el portal de su casa se encuentra con una mujer viuda de un asesinado por ETA que se planta frente a ella, y tras insultarle le escupe en la cara. Aquella militante violenta y aguerrida en la lucha ideológica soporta a pie enjuto el ataque tragándose las lágrimas. Sabía que era parte del precio a pagar por su redención, por su regreso a casa, por volver a ser una persona de carne y hueso.
Es ardua la discusión sobre si ETA ha sido derrotada. ¿Realmente lo ha sido? Por un lado es cierto que los golpes reiterados de la policía, la colaboración internacional y la acción de la justicia han dado con la mayoría de sus asesinos en la cárcel, y que les quedaba poca mecha para cebar su maquinaria de muerte. Y sin embargo la frivolidad y la malicia del Ejecutivo Zapatero les han brindado la oportunidad de transformar la derrota policial en victoria política. Sin haber entregado las armas, sin contrición alguna por el terrible daño causado durante décadas, sin depuración moral de su obscena mentira ideológica, se han encontrado con los títulos necesarios para entrar en una competencia electoral que debía estar reservada a quienes creen en la libertad y la convivencia. Aunque no me olvido: ese 26% de voto cosechado en las elecciones vascas por la coalición Bildu (la “marca blanca” del mundo batasuno avalada por un Constitucional que avergüenza), no es fruto sólo de las componendas de Zapatero.
Es también, quizás sobre todo, fruto de una enfermedad moral que no ha sido sanada en la sociedad vasca, y de una dramática impotencia de quienes (por otro lado de manera heroica) se han enfrentado a la ideología del terror sin conseguir arraigar una propuesta cultural alternativa en amplios sectores de esa sociedad. Cada uno habrá de asumir su propia responsabilidad en este nuevo escenario, dramático aunque no ya no humeen las pistolas de los asesinos. Aquí es donde retomo la historia de estas dos mujeres de ETA. En Inés del Río no se vislumbra dolor ni contrición, como tampoco en la casta de nuevos dirigentes reciclados que han cambiado el zulo por la moqueta. Mientras que en las palabras y gestos de Yoyes, en su decisión de afrontar su propia responsabilidad y asumir el alto precio de volver a casa, se encuentra todo el dolor y la esperanza que constituyen la única medicina (amarga y luminosa) para la profunda llaga que aún supura en el País Vasco.
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