Los malos pensamientos
En resumen, ni angustia excesiva u obsesiva ante los malos pensamientos, pero tampoco un dejar pasar que facilita el libertinaje moral
por Pedro Trevijano
La moral católica considera contrarios al noveno mandamiento los pensamientos y deseos suscitados por movimientos y tentaciones impuras, es decir relativas a acciones prohibidas en el sexto mandamiento. Es impura la actitud que implica la aprobación voluntaria de algún acto deshonesto propio o extraño. Y correlativamente, son deshonestos los pensamientos, imaginaciones y deseos que expresan que hay en el interior una actitud impura.
Como nos recuerda Mt 15, 19, el corazón es la sede de la personalidad moral. Es Dios quien ha puesto en nosotros la capacidad de amar, aunque también tengamos instintos un tanto desbordados. No hay que asustarse por la irrupción en nosotros de los malos pensamientos. Tenemos que aceptar el nacimiento de la vida con su prodigiosa exuberancia, sin duda sin dejarnos llevar por el mal, pero también sin perder la paz. Desde luego no es tarea fácil educar la imaginación, pero la sola represión es un camino equivocado, pues ello nos llevaría a la obsesión y complejos de culpabilidad.
Es normal que la fantasía sexual sana dé origen a algunos placeres, lo que no equivale a equipararlos con un “estar dándole vueltas”. Las personas tenemos pensamientos sexuales, en forma de fantasías, sueños eróticos, deseos, que no suponen en sí mismos fallos morales, sino que son una manifestación de la presión del instinto sexual, de impulsos no bien integrados. Ser castos no consiste en aplastar nuestros instintos, sino en saber dominarlos y encauzarlos.
Cuando se nos van los ojos detrás de la belleza de otra persona, pidamos para que esa persona sea aún más hermosa en lo moral, en lo espiritual y en lo religioso. Pero tan pronto como la fantasía sexual se convierta en causa de un despertar de excitaciones morbosas o de deseos desordenados, tendrá que ponerse en práctica el dominio de la voluntad. El consentimiento voluntario en deseos insanos envenena el manantial de nuestras decisiones interiores y de nuestra conducta, pero para ello tiene que estar presente nuestra libertad. La imaginación se hace mala no sólo cuando planifica una conducta pecadora, sino también cuando debilita la resistencia interior contra el mal.
A pesar de ello, no olvidemos que el mero pensamiento encierra por lo común menor voluntad y malicia que el pecado de obra. Además, el psicoanálisis nos dice que estos malos pensamientos son la representación de las pulsiones del mundo instintivo, tanto de las sexuales como de las agresivas y que una de las condiciones para el buen funcionamiento de una instancia es que pueda expresarse, cosa que el Ello o Yo profundo hace en forma de deseos. Estos deseos se concentran en fantasías, en “malos pensamientos”, a los que en consecuencia no hemos de dar en principio excesiva importancia moral.
El problema es el prolongado entretenimiento en las fantasías. Las personas que se refugian en el mundo fantástico son de dos tipos: a) los niños y adolescentes, porque al estar en período evolutivo, el miedo a abrirse a una nueva realidad les hace refugiarse muchas veces en el mundo de la fantasía; b) algunos tipos de enfermos que huyen de la realidad debido a que ésta les frustra, prefiriendo vivir en un mundo imaginario.
Por ello, el entretenerse excesivamente en fantasías sexuales es una inmadurez rechazable desde el punto de vista moral, siendo en consecuencia importante una higiene sana de la imaginación, procurando crear para ella un entorno saludable para uno mismo, cuidando la elección de nuestros amigos, lecturas, espectáculos, etc., a fin de conseguir el respeto hacia los otros y hacia la propia persona.
En cambio, la cosificación del sexo y el consumo de pornografía son sino de contaminar nuestra imaginación y envenenar nuestra salud moral.
No hay que olvidar, sin embargo, que “la opción fundamental es la que define en último término la condición moral de una persona. Pero una opción fundamental puede ser cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados, como sucede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales.
En todo caso, no es verdad que los actos singulares, no son suficientes para constituir un pecado mortal” ( Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Persona Humana nº 10). “La llamada opción fundamental, en la medida en que se diferencia de una intención genérica y, por ello, no determinada todavía en una forma vinculante de la libertad, se actúa siempre mediante elecciones conscientes y libres. Precisamente por esto, la opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario, en materia moral grave” (Encíclica de Juan Pablo II Veritatis splendor, nº 67), doctrina recordada por nuestra Conferencia Episcopal en su Instrucción Pastoral “Teología y secularización en España” en su nº 58.
Pero también hay que tener en cuenta que “es verdad que en las faltas de orden sexual, vista su condición especial y sus causas, sucede más fácilmente que no se les dé un consentimiento plenamente libre; y esto invita a proceder con cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad subjetiva de las mismas”... “Sin embargo, recomendar esta prudencia en el juicio sobre la gravedad subjetiva no significa en modo alguno sostener que en materia sexual no se cometen pecados mortales” (PH nº 10).
En resumen, ni angustia excesiva u obsesiva ante los malos pensamientos, pero tampoco un dejar pasar que facilita el libertinaje moral, recordando las palabras de Jesús: “dichosos los limpios de corazón”(Mt 5,8) y “lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”(Mc 7,15).
Pedro Trevijano
Como nos recuerda Mt 15, 19, el corazón es la sede de la personalidad moral. Es Dios quien ha puesto en nosotros la capacidad de amar, aunque también tengamos instintos un tanto desbordados. No hay que asustarse por la irrupción en nosotros de los malos pensamientos. Tenemos que aceptar el nacimiento de la vida con su prodigiosa exuberancia, sin duda sin dejarnos llevar por el mal, pero también sin perder la paz. Desde luego no es tarea fácil educar la imaginación, pero la sola represión es un camino equivocado, pues ello nos llevaría a la obsesión y complejos de culpabilidad.
Es normal que la fantasía sexual sana dé origen a algunos placeres, lo que no equivale a equipararlos con un “estar dándole vueltas”. Las personas tenemos pensamientos sexuales, en forma de fantasías, sueños eróticos, deseos, que no suponen en sí mismos fallos morales, sino que son una manifestación de la presión del instinto sexual, de impulsos no bien integrados. Ser castos no consiste en aplastar nuestros instintos, sino en saber dominarlos y encauzarlos.
Cuando se nos van los ojos detrás de la belleza de otra persona, pidamos para que esa persona sea aún más hermosa en lo moral, en lo espiritual y en lo religioso. Pero tan pronto como la fantasía sexual se convierta en causa de un despertar de excitaciones morbosas o de deseos desordenados, tendrá que ponerse en práctica el dominio de la voluntad. El consentimiento voluntario en deseos insanos envenena el manantial de nuestras decisiones interiores y de nuestra conducta, pero para ello tiene que estar presente nuestra libertad. La imaginación se hace mala no sólo cuando planifica una conducta pecadora, sino también cuando debilita la resistencia interior contra el mal.
A pesar de ello, no olvidemos que el mero pensamiento encierra por lo común menor voluntad y malicia que el pecado de obra. Además, el psicoanálisis nos dice que estos malos pensamientos son la representación de las pulsiones del mundo instintivo, tanto de las sexuales como de las agresivas y que una de las condiciones para el buen funcionamiento de una instancia es que pueda expresarse, cosa que el Ello o Yo profundo hace en forma de deseos. Estos deseos se concentran en fantasías, en “malos pensamientos”, a los que en consecuencia no hemos de dar en principio excesiva importancia moral.
El problema es el prolongado entretenimiento en las fantasías. Las personas que se refugian en el mundo fantástico son de dos tipos: a) los niños y adolescentes, porque al estar en período evolutivo, el miedo a abrirse a una nueva realidad les hace refugiarse muchas veces en el mundo de la fantasía; b) algunos tipos de enfermos que huyen de la realidad debido a que ésta les frustra, prefiriendo vivir en un mundo imaginario.
Por ello, el entretenerse excesivamente en fantasías sexuales es una inmadurez rechazable desde el punto de vista moral, siendo en consecuencia importante una higiene sana de la imaginación, procurando crear para ella un entorno saludable para uno mismo, cuidando la elección de nuestros amigos, lecturas, espectáculos, etc., a fin de conseguir el respeto hacia los otros y hacia la propia persona.
En cambio, la cosificación del sexo y el consumo de pornografía son sino de contaminar nuestra imaginación y envenenar nuestra salud moral.
No hay que olvidar, sin embargo, que “la opción fundamental es la que define en último término la condición moral de una persona. Pero una opción fundamental puede ser cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados, como sucede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales.
En todo caso, no es verdad que los actos singulares, no son suficientes para constituir un pecado mortal” ( Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Persona Humana nº 10). “La llamada opción fundamental, en la medida en que se diferencia de una intención genérica y, por ello, no determinada todavía en una forma vinculante de la libertad, se actúa siempre mediante elecciones conscientes y libres. Precisamente por esto, la opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario, en materia moral grave” (Encíclica de Juan Pablo II Veritatis splendor, nº 67), doctrina recordada por nuestra Conferencia Episcopal en su Instrucción Pastoral “Teología y secularización en España” en su nº 58.
Pero también hay que tener en cuenta que “es verdad que en las faltas de orden sexual, vista su condición especial y sus causas, sucede más fácilmente que no se les dé un consentimiento plenamente libre; y esto invita a proceder con cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad subjetiva de las mismas”... “Sin embargo, recomendar esta prudencia en el juicio sobre la gravedad subjetiva no significa en modo alguno sostener que en materia sexual no se cometen pecados mortales” (PH nº 10).
En resumen, ni angustia excesiva u obsesiva ante los malos pensamientos, pero tampoco un dejar pasar que facilita el libertinaje moral, recordando las palabras de Jesús: “dichosos los limpios de corazón”(Mt 5,8) y “lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”(Mc 7,15).
Pedro Trevijano
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