Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Jesús, lo demás es consecuencia


De ese trágico alejamiento de Dios ha derivado un campo de batalla que ha deja a las personas a merced de los poderes de este mundo, a merced de su instintividad, a merced de los ídolos

por José Luis Restán

Opinión

En una vibrante discusión incluida en el Diario de un cura rural, de Bernanos, un ateo confiesa al sacerdote protagonista que sólo alcanza a concebir la Iglesia como una inmensa empresa de lavandería. Me ha venido ese texto a la memoria pensando sobre uno de los grandes titulares que ha dejado la reciente entrevista concedida por el papa Francisco a las revistas de la Compañía de Jesús: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”.

La batalla de la que habla Francisco es, ciertamente, la batalla de la vida de cada hombre y mujer a lo largo de los siglos. Pero es también, aquí y ahora, la batalla que ha derribado al hombre y lo ha arrastrado por el polvo, una vez que éste ha llegado a la conclusión de que Dios, en caso de existir, sería el enemigo de su razón y de su felicidad. De ese trágico alejamiento de Dios ha derivado un campo de batalla que ha deja a las personas a merced de los poderes de este mundo, a merced de su instintividad, a merced de los ídolos. Quizás no hemos sabido verlo ni siquiera nosotros, los cristianos, y por eso a algunos les ha costado tanto éste y otros pasajes de la entrevista.

Como diría el gran poeta Charles Peguy éste no es un mundo de mal cristianismo (de cristianos incoherentes, para entendernos) sino “un mundo no cristiano”. Y por eso tiene razón Francisco cuando dice que “hay que comenzar por lo más elemental… por curar las heridas y dar calor a los corazones”. La misión tiene que nacer del amor y de las lágrimas (de las que por cierto ha hablado ya varias veces el Papa), lo demás es pura esterilidad. También Jesús lloró sobre aquella Jerusalén autosuficiente y desdeñosa, sobre el extravío de los hombres y mujeres de su tiempo. Y como diría otra vez Peguy, no gastó su tiempo en recriminar al mundo, sino que “hizo el cristianismo”. Introdujo en la historia un Hecho completamente nuevo: la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Desde la primera generación apostólica, el demonio de la reducción ha intentado mutilar el acontecimiento cristiano reduciéndolo a discurso, a moral, a cultura, a rito, a sentimiento o a proyecto social. Cada época ha tenido su reducción preferida, pero no ha podido impedir que Jesús resucitado vuelva a acontecer.

“Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad”, ha explicado Francisco. Antes de empezar con los “si, pero”, pregunto: ¿no es eso, literalmente eso, lo que hizo Jesús? Hay un tremendo equívoco en identificar ser cristiano con “estar en orden”; los primeros que no estamos en orden somos nosotros (los que inmerecidamente llevamos ese nombre) y por eso estamos necesitados de volver a Él cada día, cada hora. “Al que poco se le perdona poco ama”, dice misteriosamente Jesús en el Evangelio. Quizás la falta de ardor (de amor) en nuestras comunidades, procede en buena parte de no ser conscientes de cuánto se nos tiene que perdonar todos los días.

Concluyo con un apunte sobre uno de los temas que más escozor han provocado, sin ánimo de agotar el asunto. Promover “la cultura de la vida” (feliz expresión del beato Juan Pablo II) no consiste en gritar más alto y más veces “¡no al aborto!”. Esto habrá que decirlo cuantas veces sea oportuno y necesario, con la mayor inteligencia y eficacia posible, y hasta con la astucia de aquel administrador injusto que alaba también el Evangelio. Habrá que buscar alianzas, argumentos, movilizaciones, portadas de periódicos… Pero todo será inútil si no somos capaces de mostrar al hombre y la mujer heridos por el escepticismo y la desconfianza, que la vida, siempre, es un gran bien. Y eso no lo lograremos con campañas o discursos, sino abrazando la vida de cada uno desde el punto cero, desde su realidad tal como es, desde sus llagas más tenebrosas. Como hizo Francisco con el leproso. Como hizo Jesús con la prostituta, el recaudador y el opresor romano. Sin esperar que estuvieran “a punto”.

Entre las muchas cosas que agradezco al Papa por esta entrevista, me quedo con su identificación con el san Mateo de Caravaggio: ¿a mí, de verdad que es a mí al que llamas? Verdaderamente, sin esa conciencia no se puede emprender ninguna misión. El cristianismo es Jesús que vive, que llama y cura a quien le sigue. Lo demás es consecuencia.

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