Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Árboles que andan


por Enrique García-Máiquez

Opinión

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Una lectura del Evangelio de la semana pasada parecía pensada para la actualidad y me ha tenido pensativo hasta hoy. Fue el episodio del ciego al que Jesús cura por fases, como un oftalmólogo metódico (Marcos 8, 22-26). Los exégetas subrayan tres cosas. Una, que Jesús recurre a la materia (su saliva que pone en los ojos) como una prefiguración de la materia de los sacramentos. Dos, que la curación va por fases para acomodarse al ritmo lento, ay, de nuestras conversiones. Tres, que lo saca del pueblo (observen la ternura latente: 'de la mano') por pura humildad (qué diferencia, ejem, con otros), para evitarse el público del milagro (y el consiguiente aplauso).

Pero uno es yo y su circunstancia, incluso ante el mismísimo Evangelio. Con tanta política en un ambiente electrificado por lo electoral, ¿quién no hace una lectura girardiana o antropológica? ¿No es posible que Jesús saque al ciego del pueblo porque sean las dinámicas políticas o comunitarias (las envidias -que etimológicamente significan la 'no visión'-, las rivalidades, el no poder ni ver al vecino) las que le hayan cegado, como explica René Girard? La saliva de Jesús, ya se ve, es curativa (y simbólica), pero ¿no puede serlo también ese sacarle tan rápidamente del pueblo?

Dos pistas avalan esta tesis. A mitad del milagro a cámara lenta, cuando Jesús le pregunta: "¿Ves algo?", el ciego contesta esto tan poético: "Veo hombres como si fuesen árboles que andan". La recuperación de la vista consiste en ver algo (son hombres, ojo) cuya imagen se recupera a través de la naturaleza. ¿Ha salido del pueblo para ver lo que era más fácil encontrar en abundancia en el pueblo: personas? Precisamente: porque su ceguera era provocada por los hombres. La segunda pista es que Jesús, aunque ya está curado, como todavía lo ve algo titubeante, le dice que vaya a su casa pero que "ni siquiera entrase en el pueblo". Como si le hubiese recetado unas gafas de sol para que el ajetreo de la comunidad política no volviese a deslumbrarle la vista.

Nos vendría bien de vez en cuando aceptar esta lectura política del pasaje, y más en domingo. Para descansar un día, y quedarse en casa o ir al campo y regresar a casa evitando ver a los hombres más que como emocionantes árboles que andan, en su dimensión más natural y menos política. Ya volveremos al lío, pero merece la pena gastar un poco de saliva y cerrar los ojos para volver a ver.

Publicado en Diario de Cádiz.

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