Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Laicidad y laicismo


Según ellos, para ser demócrata hay que ser laicista. Yo, laicista, tengo derecho a defender mis ideas, que no están emponzoñadas por creencias religiosas. En cambio, Vd., creyente, no puede defender sus ideas, porque están infestadas por sus creencias religiosas y por tanto no son democráticas.

por Pedro Trevijano

Opinión

Cuando estudiaba Filosofía en el Seminario, recuerdo que muchas lecciones empezaban por un apartado que se denominaba “Nociones” en el que salían las principales palabras de esa lección y el significado concreto de esas palabras allí, pues, se nos decía, el problema con frecuencia está en que se usa la misma palabra con diferente sentido y así no hay manera de entenderse.

Creo que es lo que está pasando con el tema del Estado laico o laicista. Aunque tal vez empleen las mismas palabras creyentes y no creyentes con frecuencia entienden realidades distintas. Por supuesto puede suceder que un creyente sea laicista y un no creyente sea partidario de la laicidad del Estado, pero generalmente el creyente es partidario de la laicidad del Estado y el no creyente de un Estado laicista.

¿Cuál es la diferencia? Para los laicistas el laicismo es condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático y defiende el pluralismo democrático e ideológico como condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático y regla fundamental del Estado de Derecho con el establecimiento de un marco jurídico adecuado y efectivo que lo garantice y lo proteja frente a toda interferencia de instituciones religiosas que implique ventajas o privilegio. El principio elemental democrático es la total separación entre Iglesia y Estado y el rechazo de cualquier subvención a las entidades religiosas porque ello contraviene el principio de igualdad entre los ciudadanos. Esto por supuesto afecta a la educación, donde hay que ir a la escuela única, pública y laica, debiendo estar la clase de religión absolutamente fuera del aula y también de la política. En este terreno pretender gobernar sin dejar antes la religión a buen recaudo en la casa de cada uno es un error monumental.

Cuando los ciudadanos asisten a las urnas no lo hacen para elegir sacerdote, cardenal o guía espiritual. Eligen a personas en las que depositan su confianza para que solucionen los problemas del devenir cotidiano; para crear empleo, dar un buen servicio en sanidad, educación. Solucionar problemas que son comunes a todas las personas con independencia de sus creencias espirituales o religiosas. Y que esto es así hasta el propio Jorge Mario Bergoglio reivindica la laicidad del Estado durante su estancia en Brasil. Por si acaso, todo lo que digo en este párrafo está tomado al pie de la letra de autores laicistas.

En pocas palabras, según ellos, para ser demócrata hay que ser laicista. Yo, laicista, tengo derecho a defender mis ideas, que no están emponzoñadas por creencias religiosas. En cambio, Vd., creyente, no puede defender sus ideas, porque están infestadas por sus creencias religiosas y por tanto no son democráticas. Pero contra el hecho no valen argumentos. Ha habido grandes políticos democráticos católicos, como los fundadores de Europa, Adenauer, De Gasperi, Schumann, quienes llevaron a la política sus ideas, valores y convicciones cristianas de reconciliación y de amor al prójimo. Incluso la bandera de Europa es una bandera mariana (no de Rajoy, sino de la Virgen María). Por ello cuando voto, si me es posible, voto a políticos creyentes que no se dediquen a robar en gran escala a los pobres, ni digan idioteces como que la culpa de la guerra civil la tuvo la Iglesia Católica (ambas cosas las ha hecho o dicho la Junta de Andalucía). Por cierto ¿quién se sublevó contra la República en Octubre de 1934? y si no me equivoco hasta Felipe González el PSOE fue un partido marxista, que defendía la dictadura del proletariado, cosa que sigue haciendo, que yo sepa, el Partido Comunista. De un político católico espero su compromiso por la justicia y el derecho, así como que no sea tan estúpido como para considerar que dar una bofetada a un niño está fatal, aunque no está bien, mientras asesinar a un no nacido es un derecho.

Pretendo también de él que me garantice que si voy a un hospital será para que me curen y no para que me asesinen y así evitarme llevar, como llevan muchos ancianos holandeses una tarjeta que dice: “si caigo enfermo, por favor, no me lleven a un hospital”. También espero de él, como dice la Declaración de Derechos Humanos de la ONU que respete el derecho de los padres a educar a los hijos según sus convicciones y no el totalitarismo de la escuela única, donde los laicistas imponen sus opiniones. Y espero de él, que se esfuerce a favor del Bien Común, que es la suma de aquellas condiciones de la vida social mediante las cuales los hombres pueden conseguir con mayor plenitud y facilidad su propia perfección, y que consiste sobre todo en el respeto de los derechos y deberes de la persona humana. Lo lamento, pero me fío más de un político católico que anteponga su conciencia a la fidelidad al Partido, que de un no creyente.

Y, por último, ¿qué dijo exactamente el Papa Francisco sobre la laicidad del Estado? Lo cito literalmente: “Considero también fundamental, en este diálogo, la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación en la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones más concretas”.

Respetemos y defendamos la dimensión religiosa, no luchemos contra ella ni la persigamos

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