¿Es posible una moral sin Dios?
Sólo cuando el hombre posee una serie de valores que por ningún motivo se pueden transgredir o pisotear, como hacen los corruptos, se convierte en raíz de auténtica moralidad
por Pedro Trevijano
¿Es necesario creer en Dios para poder hablar de una Moral? Cuando Juan XXIII publicó la Encíclica “Pacem in terris”, la dirigió no sólo a los católicos, sino también “a todos los hombres de buena voluntad”, y de hecho creyentes y no creyentes nos encontramos, en muchas ocasiones, trabajando codo con codo en la construcción de un mundo mejor. El gran y primer principio moral es “hay que hacer el bien y evitar el mal”, siendo la experiencia moral propia de todo ser humano en condiciones normales.
Por supuesto que hemos de ver en todo ser humano, tanto creyente como no creyente, un ser humano absolutamente digno de respeto y que además puede tener una percepción y una conducta moral válida. Sin respeto por el otro, fallan por la base los valores morales. La verdad no se nos da hecha, sino que hemos de buscarla para encontrarla; por ello la interpelación de los no creyentes puede ser para los creyentes también una fuente de luz y de frutos de humanidad. Es lo que nos enseña San Mateo cuando nos habla del Juicio Final (Mt 25, 31-46). No podemos desesperar de los demás ni de nosotros, si un Dios que es Amor nos ha hecho a su imagen y semejanza.
Es indiscutible que ateos y creyentes pueden encontrarse colaborando en la defensa de la dignidad de la persona humana y en la tarea de la transformación del mundo. De hecho, al finalizar la Segunda Guerra Mundial y ante el horror de lo sucedido, unos y otros pudieron proponer y proclamar juntos la “Declaración Universal de Derechos Humanos” del 10 de Diciembre de 1948, aunque si bien pudieron ponerse de acuerdo en cuáles eran los Derechos Humanos, no lo lograron a la hora de cuál era su fundamento último. Para el creyente la existencia de un Derecho Natural es algo indiscutible, mientras para muchos no creyentes, el Derecho Natural, como dijo Zapatero, es una reliquia ideológica y un vestigio del pasado. Por ello cuando se plantea el problema del último porqué del dinamismo que hay en el mundo y de su sentido final, son los problemas del Derecho Natural y el de Dios los que se plantean. Ante esta cuestión uno no puede quedarse neutral y se van a deducir consecuencias transcendenta¬les para la Moral o Ética, puesto que "separados de Mí no podéis hacer nada"(Jn 15,5), y no es lo mismo para nuestro actuar el estar abiertos hacia la esperanza y la Trascendencia y la vida más allá de la muerte o el permanecer en la Inmanencia de quien piensa no existe el más allá. En consecuencia, como muestra la Historia, es mucho más fácil, aunque no necesariamente y también se han dado casos contrarios, incidir en el totalitarismo cuando se piensa que los derechos humanos son una graciosa concesión del Estado que cuando se está convencido que son intrínsecos al ser humano e inalienables.
Para el creyente el ser humano es una maravilla, un portador de valores, tan solo un "poco inferior a Dios"(Sal 8,6), alguien por quien el mismo Dios no ha desdeñado hacerse presente en este mundo asumiendo nuestra condición humana, pero cerrado en sí mismo, sin apertura hacia Él, es nada, una criatura más, una "pasión insensa¬ta", como dijo Nietzsche. Muy recientemente el Papa Francisco ha distinguido entre pecadores y corruptos, que son los que están totalmente cerrados a Dios y se establecen en el pecado.
Para el no creyente la conciencia individual es la instancia suprema del juicio moral, la que decide sobre lo que está bien o mal, al no existir una verdad objetiva que la razón pueda conocer. Ello lleva a auténticas aberraciones, como pueden ser la ideología de género o el presunto derecho al aborto. Sólo cuando el hombre posee una serie de valores que por ningún motivo se pueden transgredir o pisotear, como hacen los corruptos, se convierte en raíz de auténtica moralidad. Y eso no es posible si el hombre no aparece abierto al Valor absoluto, es decir a Dios, pues sólo en Él el hombre tiene consistencia y puede ser considerado como digno de respeto. Por ello, como criatura e hijo de Dios, el ser humano siempre merece respeto, mientras las conductas pueden ser muy reprobables. De ahí el desastre de las morales que han intentado suprimir a Dios, y han terminado en el totalitarismo, pues al negar la existencia de ese Ser Supremo que los creyentes llamamos Dios, fácilmente se llega, al perder la solidez del fundamento último, por no respetar la dignidad humana, cayendo así en el subjetivismo, relativismo, positivismo y totalitarismo.
Pedro Trevijano
Por supuesto que hemos de ver en todo ser humano, tanto creyente como no creyente, un ser humano absolutamente digno de respeto y que además puede tener una percepción y una conducta moral válida. Sin respeto por el otro, fallan por la base los valores morales. La verdad no se nos da hecha, sino que hemos de buscarla para encontrarla; por ello la interpelación de los no creyentes puede ser para los creyentes también una fuente de luz y de frutos de humanidad. Es lo que nos enseña San Mateo cuando nos habla del Juicio Final (Mt 25, 31-46). No podemos desesperar de los demás ni de nosotros, si un Dios que es Amor nos ha hecho a su imagen y semejanza.
Es indiscutible que ateos y creyentes pueden encontrarse colaborando en la defensa de la dignidad de la persona humana y en la tarea de la transformación del mundo. De hecho, al finalizar la Segunda Guerra Mundial y ante el horror de lo sucedido, unos y otros pudieron proponer y proclamar juntos la “Declaración Universal de Derechos Humanos” del 10 de Diciembre de 1948, aunque si bien pudieron ponerse de acuerdo en cuáles eran los Derechos Humanos, no lo lograron a la hora de cuál era su fundamento último. Para el creyente la existencia de un Derecho Natural es algo indiscutible, mientras para muchos no creyentes, el Derecho Natural, como dijo Zapatero, es una reliquia ideológica y un vestigio del pasado. Por ello cuando se plantea el problema del último porqué del dinamismo que hay en el mundo y de su sentido final, son los problemas del Derecho Natural y el de Dios los que se plantean. Ante esta cuestión uno no puede quedarse neutral y se van a deducir consecuencias transcendenta¬les para la Moral o Ética, puesto que "separados de Mí no podéis hacer nada"(Jn 15,5), y no es lo mismo para nuestro actuar el estar abiertos hacia la esperanza y la Trascendencia y la vida más allá de la muerte o el permanecer en la Inmanencia de quien piensa no existe el más allá. En consecuencia, como muestra la Historia, es mucho más fácil, aunque no necesariamente y también se han dado casos contrarios, incidir en el totalitarismo cuando se piensa que los derechos humanos son una graciosa concesión del Estado que cuando se está convencido que son intrínsecos al ser humano e inalienables.
Para el creyente el ser humano es una maravilla, un portador de valores, tan solo un "poco inferior a Dios"(Sal 8,6), alguien por quien el mismo Dios no ha desdeñado hacerse presente en este mundo asumiendo nuestra condición humana, pero cerrado en sí mismo, sin apertura hacia Él, es nada, una criatura más, una "pasión insensa¬ta", como dijo Nietzsche. Muy recientemente el Papa Francisco ha distinguido entre pecadores y corruptos, que son los que están totalmente cerrados a Dios y se establecen en el pecado.
Para el no creyente la conciencia individual es la instancia suprema del juicio moral, la que decide sobre lo que está bien o mal, al no existir una verdad objetiva que la razón pueda conocer. Ello lleva a auténticas aberraciones, como pueden ser la ideología de género o el presunto derecho al aborto. Sólo cuando el hombre posee una serie de valores que por ningún motivo se pueden transgredir o pisotear, como hacen los corruptos, se convierte en raíz de auténtica moralidad. Y eso no es posible si el hombre no aparece abierto al Valor absoluto, es decir a Dios, pues sólo en Él el hombre tiene consistencia y puede ser considerado como digno de respeto. Por ello, como criatura e hijo de Dios, el ser humano siempre merece respeto, mientras las conductas pueden ser muy reprobables. De ahí el desastre de las morales que han intentado suprimir a Dios, y han terminado en el totalitarismo, pues al negar la existencia de ese Ser Supremo que los creyentes llamamos Dios, fácilmente se llega, al perder la solidez del fundamento último, por no respetar la dignidad humana, cayendo así en el subjetivismo, relativismo, positivismo y totalitarismo.
Pedro Trevijano
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