Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La ley suprema es la salvación de las almas


algunos pretenden crear un octavo sacramento, el de la "aduana pastoral", de manera que nos convertimos en "controladores de la fe en lugar de ser facilitadores de la fe de la gente"

por José Luis Restán

Opinión

En una entrevista publicada por la revista 30 Giorni en 2009, el periodista Gianni Valente preguntaba al cardenal Bergoglio si se justifica negar el bautismo a los hijos en el caso en que los padres no viven en una situación matrimonial canónicamente en regla. El entonces arzobispo de Buenos Aires respondía que "eso sería como cerrar las puertas de la Iglesia... además, suele ocurrir que el bautismo de los niños se convierte también para los padres en un nuevo inicio. A menudo se hace una pequeña catequesis antes del bautismo, de más o menos una hora; luego una catequesis mistagógica durante la liturgia. Luego, los sacerdotes y los laicos van a visitar a estas familias, para seguir con ellos la pastoral posbautismal. Y con frecuencia ocurre que los padres, que no estaban casados por la Iglesia, piden venir frente al altar para celebrar el sacramento del matrimonio".

La entrevista me ha venido a la memoria al escuchar al Papa Francisco el pasado sábado decir que a veces algunos pretenden crear un octavo sacramento, el de la "aduana pastoral", de manera que nos convertimos en "controladores de la fe en lugar de ser facilitadores de la fe de la gente". Y ya como Papa volvía a un ejemplo bien conocido por él a pie de calle: "Mirad esta chica que ha tenido el coraje de llevar adelante su embarazo y de no abortar: ¿qué encuentra? Una puerta cerrada. Y así sucede a muchas. Este no es un buen celo pastoral. Esto aleja del Señor, no abre las puertas". Por el contrario el Papa urgía a pensar en el santo pueblo de Dios, en el pueblo sencillo que quiere acercarse a Jesús, y en tantos cristianos de buena voluntad que se equivocan y en vez de encontrar la puerta abierta para tocar el amor de Jesús, la encuentran cerrada.

En la entrevista que comencé mencionando Bergoglio respondía con su franqueza habitual a quienes le acusaban de abaratar los sacramentos con esa manga ancha: "No hay ningún tipo de barato. Los párrocos se atienen a las indicaciones de los obispos de la región pastoral de Buenos Aires, que respetan todas las condiciones que aparecen en el Código de Derecho canónico, según el criterio-base expresado en el último canon: la ley suprema es la salvación de las almas".

Ahora lo dice para la Iglesia universal. Por supuesto que no se trata de disminuir el valor de una catequesis adecuada, se apresuraba a explicar el entonces cardenal, "pero siempre hay que mirar a nuestra gente tal como es, y ver qué es más necesario. Los sacramentos son para la vida de los hombres y las mujeres tal como son. Gente que puede que no sea de mucho hablar, pero que tienen un sensus fidei que comprende la realidad de los sacramentos con más claridad que muchos especialistas". Esta entrevista, junto a otras realizadas por Valente que retratan la pastoral a pie de calle del cardenal Bergoglio, incluidas las famosas Villas miseria, puede leerse en un pequeño volumen que acaba de publicar la Editorial Marova con el título "Francisco, un Papa del fin del mundo".

Lo verdaderamente interesante es que en estas intervenciones se desvela el perfil misionero de Francisco, que lejos de ser una pose es una forma natural de vivir la fe. Lo ha repetido hasta la saciedad: "Prefiero mil veces una Iglesia accidentada, que haya tenido un accidente, que una Iglesia enferma por encerrarse". Además me llama la atención su profunda sintonía con la conciencia que tantas veces mostró Benedicto XVI sobre la naturaleza de la misión y sobre la necesidad de aprender una nueva forma de estar presentes; sobre la necesidad de no conformarnos con lo que ya tenemos o creemos tener. Profunda continuidad con la forma llena de estima respeto que siempre nos mostró a la hora de encontrar a hombres y mujeres de toda procedencia cultural y pertenencia religiosa.

El Sucesor de Pedro nos está llamando a salir (y eso incomoda, provoca zozobra), a ir al encuentro con todos porque todos tienen algo en común con nosotros: que son imagen de Dios, que su estructura humana, su corazón, busca una satisfacción que sólo puede dar el Infinito. "Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia", decía a los miembros de los movimientos y comunidades eclesiales en la Vigilia de Pentecostés.

La misión no consiste en gritar más fuerte y cerrar las filas, consiste en este encuentro con el corazón del otro que busca el sentido de su propia vida, que busca (tantas veces sin saberlo) el Infinito. Y al otro hay que buscarle donde está y como está, para ofrecerle un tesoro del que no somos dueños, al revés, el tesoro de la fe al que pertenecemos, que nos define, y ante el que cada mañana somos retados a decir nuevamente "sí". Y esto es dramático. Naturalmente que al salir podemos resultar accidentados, miremos la historia de la Iglesia, miremos a Jesús ante el Sanedrín. Pero sólo aceptando este riesgo nuestra vida no decae sino que se hace siempre más grande. En esto parece que Francisco no piensa darnos tregua, afortunadamente.

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