Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El intolerable patinazo de un ministro


Muchos católicos españoles estamos cada vez más a disgusto con el PP, que está haciendo buena la frase de un escritor que decía: "los progresistas se empeñan a legislar haciendo toda clase de disparates, y luego, los conservadores, haciendo honor a su nombre, se dedican a conservarlos"

por Pedro Trevijano

Opinión

Todos los años, los compañeros de curso de bachiller, nos reunimos, antes a cenar, y ahora a comer. Uno de nosotros, que ocupaba un alto cargo, nos decía: “No sabéis lo a gusto que estoy con vosotros, porque sé que aquí estoy en confianza y puedo decir cualquier disparate que mañana no va a estar en el periódico”.

Muchos católicos españoles estamos cada vez más a disgusto con el PP, que está haciendo buena la frase de un escritor que decía: “los progresistas se empeñan a legislar haciendo toda clase de disparates, y luego, los conservadores, haciendo honor a su nombre, se dedican a conservarlos”. Digo esto, porque acabo de leer con profundo disgusto las declaraciones del señor ministro de Economía, don Luis de Guindos, que ha dicho lo siguiente: «Yo soy católico, pero no estoy en contra del matrimonio entre homosexuales, porque creo que en este tipo de cuestiones los derechos individuales son fundamentales» y «lógicamente, no estoy a favor del aborto. Pero tampoco modificaría la legislación actual».

Creo que Guindos se salta dos líneas rojas de Benedicto XVI en la Encíclica “Sacramentum Caritatis” nº 83: “Esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre los valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables”.

San Pablo nos dice: “Me maravilla que hayáis abandonado tan pronto al que os llamó por la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio; lo que pasa es que algunos os están turbando y quieren deformar el evangelio de Cristo” ( Gál 1,6-7). San Pablo denuncia un problema, que sigue siendo de gran actualidad, es decir denuncia a aquéllos que tratan de enseñar un evangelio que no tiene nada que ver con el de Cristo, un evangelio falso o un evangelio trucho, según la bonita expresión argentina.
¿En qué consiste ese evangelio falso? La primera característica de sus defensores es que en vez de decir claramente que lo que enseñan no está en absoluto de acuerdo con lo que enseña la Iglesia, no quieren en modo alguno salirse de la Iglesia, que sería lo honrado por su parte, sino que proclaman que son católicos, aunque eso sí, en algunos puntos tienen distinta sensibilidad que la que tiene la Jerarquía de la Iglesia Católica, que es la que realmente se ha apartado de la verdadera enseñanza de Jesucristo.

Su primera afirmación fundamental es: “Creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia”, sin tener en cuenta las categóricas afirmaciones de Jesucristo: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”(Mt 16,18) y “Estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo”(Mt 28,20). Jesús envía a sus apóstoles a "haced discípulos de todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado"(Mt 28,19-20). No ha de olvidarse que Cristo permanece en la Iglesia, vive en ella y en ella sigue ejerciendo su jefatura, aunque se sirva para ello de la autoridad eclesiástica.

Éste ha sido el fallo del ministro Guindos: creerse que se puede ser católico defendiendo una doctrina que no sólo no es la de la Iglesia Católica, sino que se opone expresamente a ella: “La Iglesia cree que el hombre y la mujer, en el orden de la Creación, están hechos con necesidad de complementarse y para la relación recíproca, para que puedan dar vida a sus hijos. Por eso la Iglesia no puede aprobar las prácticas homosexuales” (YouCat nº 65).

Es indiscutible que la unión homosexual no es la unión entre dos personas de distinto sexo, requisito hasta ahora primero de cualquier definición de matrimonio, por lo que no se le podía llamar matrimonio. Lo que une a la pareja homosexual es el deseo sexual y el placer de estar juntos. Si la unión de dos personas del mismo sexo es un verdadero matrimonio y merece el mismo tratamiento que la unidad de vida formada por un varón y una mujer, quiere decir que la diferencia sexual, y por tanto la procreación de los hijos, ya no son elementos esenciales ni constitutivos de eso que llamamos matrimonio. La aceptación de la unión homosexual como auténtico matrimonio facilitaría que el verdadero significado del matrimonio se pierda para las siguientes generaciones.

Matrimonio y familia implican potencialmente la apertura a nuevos seres, los hijos. Por tanto el problema es: ¿cuándo llamamos matrimonio a unión homosexual estamos hablando de lo mismo que antes, o nos estamos refiriendo a otra realidad distinta? Por poner un ejemplo matemático: si yo estoy hablando del triángulo y de pronto digo que tiene cuatro lados, es indiscutible que me estoy refiriendo a otra figura geométrica. Realidades distintas, como la relación de dos personas del mismo sexo o de sexo distinto, deben ser reguladas de modo diferente.

Por ello hay que tener cuidado con expresiones como “matrimonio entre homosexuales” o “nuevos modelos de familia”, porque el lenguaje no es algo indiferente sino que lleva una gran carga de significado. Además con la expresión “nuevos modelos de familia”, ¿por qué excluir de ella a los tríos, a los polígamos o a las relaciones grupales?

Y sobre el aborto, la situación es parecida: La valoración de la vida sufre un innegable deterioro a causa de las leyes permisivas del aborto. De ahí que la Iglesia proclame el derecho inviolable a la vida de todo ser humano inocente. “La sociedad debe proteger a todo embrión, porque el derecho inalienable a la vida de todo individuo humano desde su concepción es un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica 472).

No se trata para ella de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino simplemente de defender los valores fundamentales de la naturaleza del ser humano. Ante la mentalidad bastante generalizada a favor del aborto, “ahora, cuando otra categoría de personas está oprimida en su derecho fundamental a la vida, la Iglesia siente el deber de dar voz, con la misma valentía, a quien no tiene voz” (Encíclica de Juan Pablo II “Evangelium vitae” 5).Está claro que una postura abierta y de avance no es el defender la libertad de abortar, sino la libertad del nonato a vivir.

Pedro Trevijano
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