Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Los problemas del ambiente sexual


si una acción me provoca un peligro serio de consentir en un placer sexual genital, no debo hacerla, a menos que tenga motivos razonables, es decir, justos o necesarios

por Pedro Trevijano

Opinión

Ante todo, hemos de tener en cuenta la diferencia que hay entre lo legal y lo moral. La vida privada e íntima de las personas no está sujeta, ni puede estarlo, a ningún tipo de reglamentación legal. Lo que cada uno haga en privado, aunque sean aberraciones, no es objeto legal, por estar ausente la dimensión social, pero sí pertenece al ámbito de la propia responsabilidad, y por tanto, de lo moral.

Somos seres libres, pero la libertad para que sirva a nuestra realización personal, ha de estar de acuerdo con nuestra conciencia, aunque sin olvidar que el hombre es responsable por su conciencia, pero también de su conciencia, es decir ésta ha de estar rectamente formada, y por ello no puede ser ni caos ni libertinaje, sino que debe ser responsable y estar al servicio del amor, la verdad y el bien. Cuando no es así y nuestra conciencia y conducta no son como debieran ser, terminamos esclavos de nuestras apetencias y la libertad se degrada, convirtiéndose en algo nocivo y frustrante, que nos lleva a la pérdida de los valores e incluso a los comportamientos destructivos, por lo que la ausencia del sentimiento de culpa, cuando ésta realmente ha existido, indica una atrofia moral y un retroceso en nuestro proceso de maduración.

La sexualidad es una dimensión íntima de la persona, que empapa a toda ésta. Es indiscutible que nuestro cuerpo y su sexualidad debieran estar al servicio de la dignidad personal, tanto mía como de los demás, y en consecuencia mi actuación, según esté o no de acuerdo con el orden moral, puede ser buena o mala, responsable o irresponsable.

Está claro que el instinto sexual puede hacer que el otro sea para mí sobre todo un objeto de placer sexual. Esto sucede de dos modos: porque hay situaciones que por su propia naturaleza son objetivamente impúdicas u obscenas, al no tener en cuenta la dignidad de las personas, es decir son contrarias al respeto que ha de merecernos la sexualidad y provocan por ello excitaciones sexuales, p. ej. algunos espectáculos o el ir de prostitutas; o bien porque es mi actitud subjetiva la que hace inhonesta una situación en sí normal. En este caso es mi actitud subjetiva la que es impropia, como la de aquéllos que se fijan sólo en lo que excita su instinto sexual, o por el contrario los que adoptan una actitud de ansiedad angustiosa, p. ej. los que tapan las obras de arte con hojas de parra. Como toda situación se compone de varios elementos, es difícil, en especial para nuestros adolescentes, encontrar reglas claras que les hagan distinguir cuándo una situación es objetivamente deshonesta y cuándo se debe sólo a una postura subjetiva. Como norma de conducta podemos señalar la de comportarnos con naturalidad, como personas normales.

Está claro que la palabra ley no se comprende a veces debidamente. Las leyes son jalones que nos indican el camino a seguir si queremos avanzar debidamente. Nos amenazan siempre los peligros del subjetivismo, hedonismo, egoísmo y relativismo que nos hacen creer que a cada uno de nosotros corresponde el inventar la moral, cuando debemos tener muy claro que no se trata de hacer lo que a mí me da la gana, o dejarme llevar por mis pasiones, sino buscar lo que Dios quiere de mí, que no es otra cosa sino mi realización personal.

Recordemos aquí el conocido eslogan: “Vive como piensas, para que no tengas que pensar como vives”. Por tanto, el alejarme de Dios por el pecado significa buscar en dirección equivocada el sentido de mi vida. Ver en las leyes sólo la restricción de la libertad es falsificar su sentido, puesto que la función de la ley moral es otra, pues no sólo no es algo que va contra la libertad, sino que es el camino más habitual de humanización e instrumento de educación para ella. Tampoco olvidemos que, aún aceptando los valores permanentes, hay una serie de hechos y situaciones en las que la prudencia, el sentido común, las circunstancias y el ambiente, modifican la moralidad de un acto, p. ej. no podemos juzgar los trajes de baño con los criterios de hace sesenta años.

Por supuesto, nunca se puede actuar con intención impura, ni tampoco generalmente hacer aquello que de por sí o conforme a la mentalidad general es indecente o indecoroso. En cambio, como de lo que se trata es de vivir nuestra vida de una manera humana, normal, se puede hacer lo que en sí o conforme a esta mentalidad es honesto, aunque fortuitamente cause algún movimiento libidinoso o poluciones involuntarias, p. ej. ir a la playa.

En pocas palabras: si una acción me provoca un peligro serio de consentir en un placer sexual genital, no debo hacerla, a menos que tenga motivos razonables, es decir, justos o necesarios. Si tengo motivos justos, puedo hacerla, tomando las debidas precauciones. Si tengo motivos necesarios, debo hacerla, tomando también las debidas precauciones.

Pedro Trevijano
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