«Serval», un dique frente a la barbarie
Urge una gran clarificación doctrinal en el universo musulmán, que despoje radicalmente de cualquier cobertura religiosa al uso de la violencia. Es necesario multiplicar el ecumenismo práctico en el barrio, en los mercados y en la calle
por José Luis Restán
Desde el pasado viernes la aviación francesa ataca los bastiones de la guerrilla islamista de Al Qaeda del Magreb islámico en el norte de Malí. La operación se realiza bajo la cobertura de la resolución 2085 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con el fin de restaurar el orden constitucional y la integridad territorial de Malí.
Meses atrás la guerrilla islamista, aprovechando el levantamiento de los tuaregs en el norte de este país, había conseguido establecer una suerte de califato en una amplia zona que incluye las ciudades de Tombuctú, Gao y Kidal. Allí se aplica ya cotidianamente la sharía en su versión más severa: se practica la mutilación, se queman libros sospechosos, los cristianos han visto destruidas sus iglesias y se han visto obligados a huir, como nos contaba entre lágrimas, en El Espejo de COPE, el padre blanco Manuel Gallego, desde Bamako, la capital del país.
Y en su discurso al Cuerpo Diplomático Benedicto XVI afirmó que "Malí está también desgarrada por la violencia y marcada por una profunda crisis institucional y social, que exige una atención eficaz por parte de la comunidad internacional".
El ejército francés ha entrado en acción ante el riesgo real de una conquista de la parte sur del país por parte de los islamistas, que habría servido para constituir la primera república islamista en el corazón del África occidental, con un radio de influencia que incluye Senegal, Costa de Marfil, Burkina Faso y la inmensa y convulsa Nigeria. Las consecuencias de semejante suceso serían letales para la seguridad y la convivencia en toda la región, pero muy especialmente para las comunidades cristianas que ya han probado la espada islamista en lugares como Sudán y Somalia, y que asisten impotentes cada día a los zarpazos terroristas, especialmente en el norte de Nigeria. Y por supuesto, ese territorio se convertiría en la base de entrenamiento y operaciones de un terrorismo que tendría también a Europa al alcance de la mano.
Por supuesto que Francia tiene intereses en la zona, y los defiende. Pero eso no es suficiente motivo para desacreditar la operación. Existe una resolución de la ONU que demanda una intervención internacional para restaurar la legalidad en Malí.
Las tropas galas acantonadas en Chad y otros países de la región conocen el terreno mejor que ningún otro ejército occidental. Disponen de bases de avituallamiento cercanas y están entrenadas para este tipo de combate. Sin su operatividad, los países de la región directamente implicados serían incapaces de llevar a cabo una acción eficaz de protección. Una guerra es siempre la última y dramática respuesta a una amenaza injusta y violenta. En este caso se trata de proteger la vida de muchos inocentes, claramente amenazada; pero también la pluralidad religiosa, la convivencia y la libertad de todos.
Desde luego que una operación militar no es ni será por sí misma "la solución", pero en este caso sí es parte de la solución. En este caso me parece mucho más claro que en los casos de Afganistán y Libia, no digamos en el de Iraq, donde Juan Pablo II advirtió con gran sabiduría y realismo que se abriría la Caja de Pandora y que las nefastas consecuencias de la guerra serían muy superiores a sus hipotéticos beneficios. Es cierto que aún es pronto para valorar el desarrollo de la operación "Serval". En ella deben estar vigentes las normas del derecho y una elemental humanidad que jamás debe decaer, ni siquiera cuando nos enfrentamos a quienes justifican el terror para alcanzar sus objetivos. Además es necesario que cuanto antes se visibilice una gran coalición africana, que disuelva los temores de una iniciativa "imperial".
Es inútil ocultar que en el continente africano, al menos en su mitad norte, se está librando ya una tremenda batalla que es cultural, moral, espiritual, pero también militar. Somalia es un pudridero que amenaza extenderse a países como Etiopía, Uganda y Kenia, todos ellos de amplia mayoría cristiana desde hace siglos. Pero el islamismo golpea salvajemente ya en Nigeria, el coloso occidental, y aspira a implantarse en el golfo de Guinea. Esto tiene consecuencias en todos los ámbitos. Significa un aldabonazo para los gobiernos y las incipientes franjas de sociedad civil en esos países, para las comunidades cristianas, y para occidente (si es que aún podemos hablar de algo que empieza a ser una entelequia).
Se requieren muchas acciones concertadas en el plano educativo, político y económico. Urge una gran clarificación doctrinal en el universo musulmán, que despoje radicalmente de cualquier cobertura religiosa al uso de la violencia. Es necesario multiplicar el ecumenismo práctico en el barrio, en los mercados y en la calle. Es preciso que estos países se doten de articulaciones políticas y jurídicas que permitan traducir en términos de bienestar las riquezas extraídas. Hay mucho que trabajar y mucho que construir. Pero en este momento es indispensable levantar un dique frente a la barbarie. Y los franceses están ayudando a hacerlo.
© PáginasDigital.es
Meses atrás la guerrilla islamista, aprovechando el levantamiento de los tuaregs en el norte de este país, había conseguido establecer una suerte de califato en una amplia zona que incluye las ciudades de Tombuctú, Gao y Kidal. Allí se aplica ya cotidianamente la sharía en su versión más severa: se practica la mutilación, se queman libros sospechosos, los cristianos han visto destruidas sus iglesias y se han visto obligados a huir, como nos contaba entre lágrimas, en El Espejo de COPE, el padre blanco Manuel Gallego, desde Bamako, la capital del país.
Y en su discurso al Cuerpo Diplomático Benedicto XVI afirmó que "Malí está también desgarrada por la violencia y marcada por una profunda crisis institucional y social, que exige una atención eficaz por parte de la comunidad internacional".
El ejército francés ha entrado en acción ante el riesgo real de una conquista de la parte sur del país por parte de los islamistas, que habría servido para constituir la primera república islamista en el corazón del África occidental, con un radio de influencia que incluye Senegal, Costa de Marfil, Burkina Faso y la inmensa y convulsa Nigeria. Las consecuencias de semejante suceso serían letales para la seguridad y la convivencia en toda la región, pero muy especialmente para las comunidades cristianas que ya han probado la espada islamista en lugares como Sudán y Somalia, y que asisten impotentes cada día a los zarpazos terroristas, especialmente en el norte de Nigeria. Y por supuesto, ese territorio se convertiría en la base de entrenamiento y operaciones de un terrorismo que tendría también a Europa al alcance de la mano.
Por supuesto que Francia tiene intereses en la zona, y los defiende. Pero eso no es suficiente motivo para desacreditar la operación. Existe una resolución de la ONU que demanda una intervención internacional para restaurar la legalidad en Malí.
Las tropas galas acantonadas en Chad y otros países de la región conocen el terreno mejor que ningún otro ejército occidental. Disponen de bases de avituallamiento cercanas y están entrenadas para este tipo de combate. Sin su operatividad, los países de la región directamente implicados serían incapaces de llevar a cabo una acción eficaz de protección. Una guerra es siempre la última y dramática respuesta a una amenaza injusta y violenta. En este caso se trata de proteger la vida de muchos inocentes, claramente amenazada; pero también la pluralidad religiosa, la convivencia y la libertad de todos.
Desde luego que una operación militar no es ni será por sí misma "la solución", pero en este caso sí es parte de la solución. En este caso me parece mucho más claro que en los casos de Afganistán y Libia, no digamos en el de Iraq, donde Juan Pablo II advirtió con gran sabiduría y realismo que se abriría la Caja de Pandora y que las nefastas consecuencias de la guerra serían muy superiores a sus hipotéticos beneficios. Es cierto que aún es pronto para valorar el desarrollo de la operación "Serval". En ella deben estar vigentes las normas del derecho y una elemental humanidad que jamás debe decaer, ni siquiera cuando nos enfrentamos a quienes justifican el terror para alcanzar sus objetivos. Además es necesario que cuanto antes se visibilice una gran coalición africana, que disuelva los temores de una iniciativa "imperial".
Es inútil ocultar que en el continente africano, al menos en su mitad norte, se está librando ya una tremenda batalla que es cultural, moral, espiritual, pero también militar. Somalia es un pudridero que amenaza extenderse a países como Etiopía, Uganda y Kenia, todos ellos de amplia mayoría cristiana desde hace siglos. Pero el islamismo golpea salvajemente ya en Nigeria, el coloso occidental, y aspira a implantarse en el golfo de Guinea. Esto tiene consecuencias en todos los ámbitos. Significa un aldabonazo para los gobiernos y las incipientes franjas de sociedad civil en esos países, para las comunidades cristianas, y para occidente (si es que aún podemos hablar de algo que empieza a ser una entelequia).
Se requieren muchas acciones concertadas en el plano educativo, político y económico. Urge una gran clarificación doctrinal en el universo musulmán, que despoje radicalmente de cualquier cobertura religiosa al uso de la violencia. Es necesario multiplicar el ecumenismo práctico en el barrio, en los mercados y en la calle. Es preciso que estos países se doten de articulaciones políticas y jurídicas que permitan traducir en términos de bienestar las riquezas extraídas. Hay mucho que trabajar y mucho que construir. Pero en este momento es indispensable levantar un dique frente a la barbarie. Y los franceses están ayudando a hacerlo.
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