Orar por España
A Dios no le son ajenos nuestros sufrimientos y problemas; nada humano le es ajeno; no pasa de largo ni mira a otra parte ante los problemas y males que nos aquejan
Haber celebrado el pasado 24 de agosto el 450 aniversario de la Fundación del Convento de «San José», en Ávila, por santa Teresa de Jesús, el primero de su reforma carmelitana, dedicado a la oración por la gran Maestro de la oración, «camino de perfección» me hace volver, una vez más a algo tan fundamental y decisivo como la oración.
Así, de nuevo, escribo sobre la responsabilidad de los católicos españoles ante la actual situación de España. Y subrayo, de nuevo, el gran compromiso de la oración por ella, como una contribución necesaria, urgente y que no podemos olvidar ni dejar los creyentes, particularmente los católicos. Necesitamos orar para superar la crisis económica, tras la que se oculta una honda y larga quiebra de humanidad, y así recuperar y renovar la verdadera humanidad, que sólo en Dios encuentra su fundamento, su verdad y su posibilidad. Es la mejor y más asequible arma con que los cristianos llevamos a cabo el «combate» de la vida y afrontamos los grandes o pequeños retos y desafíos que ésta nos separa.
A Dios no le son ajenos nuestros sufrimientos y problemas; nada humano le es ajeno; no pasa de largo ni mira a otra parte ante los problemas y males que nos aquejan y que tanto dolor y preocupación están produciendo.
Estamos tan necesitados, que necesitamos pedir muchas cosas. Necesitamos pedir la ayuda del Cielo, con prioridad y urgencia, por las gentes de España para que no sucumban a la cultura de la increencia, ni al ambiente de secularización imperante, ni a una forma de vida y mentalidad envolvente como si Dios no existiera. Que España sepa recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida y pensada, que se hace cultura; que España sea capaz de recobrar la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano y a la Patria como comunidad de hermanos con un proyecto común; para sacar de ahí fuerza renovada que nos haga a los que aquí habitamos creadores de diálogo verdadero, promotores de justicia, de justicia social y bien común, alentadores de cultura, de una nueva civilización del amor, y de elevación humana y moral de nuestro pueblo. España tiene una gran necesidad, perentoria necesidad, de implorar la fuerza, el auxilio y la sabiduría de lo Alto para ayudar a que los hombres crean. Esto es lo que está en juego en nuestro tiempo y entre nosotros, y es lo más importante.
Hay que orar sin desfallecer y suplicar insistentemente, desde lo profundo, de todo corazón, que se fortalezca la fe y el testimonio de todos los fieles cristianos en España, que crean los que están alejados o viven con una fe debilitada o sin ella: no da lo mismo creer que no creer para el futuro, el logro del hombre y de la Humanidad, para un nuevo futuro de nuestra sociedad, de nuestra Nación. No tengan la menor duda, las cosas serían de otra manera si esa fe nos hubiese guiado: al orar aprendemos a pensar y actuar al modo de Dios, como vemos en su Hijo, Jesucristo, que ha amado y ama al hombre hasta el extremo, que no se reserva nada para sí, que ha mostrado la grandeza del hombre y la sublimidad de su vocación, y que ha vivido haciendo realidad que nada se puede anteponer al hombre, precisamente, porque Dios que es Amor está por encima de todo y lo ama sin medida.
Necesitamos pedir por la Iglesia para que viva en todos sus miembros enteramente de la fe, como el justo, y sea valiente en el anuncio y testimonio del Evangelio; que no se calle y ofrezca a todos la Buena Nueva, la luz, el horizonte, los criterios para actuar, para aprender el arte de vivir en situaciones incluso adversas. Pedir por nuestros Pastores, Obispos y sacerdotes, para que, siendo pastores conforme al corazón de Dios, Dios les conceda luz, sabiduría, fortaleza y santidad para conducir y ayudar a los fieles cristianos a seguir las sendas del Evangelio y a ir delante de ellos en la y urgente obra de una nueva evangelización. Pedir, para que permaneciendo firmes y vigorosos e la unidad de la misma y única fe de la Iglesia y robustecidos por el amor mutuo, sobre todo, de los pobres y los que sufren, se nos quiten los complejos y miedos de aparecer como cristianos; que nos conceda la fortaleza y la valentía, para salir del anonimato, romper el silencio o el ocultamiento de la Luz que debe ser puesta en lo alto para alumbrar a todos; que nos conceda a todos el valor para manifestar lo que somos, cristianos con una vida nueva, evangélica y probablemente contracorriente, para que se note lo que somos, católicos, Iglesia, y que, sin temor salgamos y vayamos de una vez por todas a donde están los hombres a evangelizar, dar testimonio de la verdad que nos hace libres, y hacer presente, en obras y palabras, el Evangelio de Jesucristo, que es fuerza de salvación para todo el que cree, fuente y raíz de toda esperanza y de humanización y liberación verdadera.
No podemos olvidar en esta oración por España a nuestros gobernantes, a quienes gestionan el bien común para que no busquen otra cosa que ese bien común y lo promuevan en toda su plenitud posible. Siempre ha estado esta oración en la Iglesia, el Nuevo testamento nos da buen testimonio de ello. Que Dios ilumine y dé sabiduría y discernimiento. Generosidad y altura de miras, a los legisladores, a los jueces, a los empresarios, a los trabajadores, a los partidos, a los sindicatos y a las organizaciones empresariales. En definitiva, para que manteniéndonos en la verdad que las constituye asentada en el matrimonio único e indisoluble del hombre y de la mujer, sigan siendo el fundamento de la sociedad y la base misma del hombre. España necesita orar por ella, sin desfallecer. Es nuestro deber y nuestro servicio mejor.
© La Razón
Así, de nuevo, escribo sobre la responsabilidad de los católicos españoles ante la actual situación de España. Y subrayo, de nuevo, el gran compromiso de la oración por ella, como una contribución necesaria, urgente y que no podemos olvidar ni dejar los creyentes, particularmente los católicos. Necesitamos orar para superar la crisis económica, tras la que se oculta una honda y larga quiebra de humanidad, y así recuperar y renovar la verdadera humanidad, que sólo en Dios encuentra su fundamento, su verdad y su posibilidad. Es la mejor y más asequible arma con que los cristianos llevamos a cabo el «combate» de la vida y afrontamos los grandes o pequeños retos y desafíos que ésta nos separa.
A Dios no le son ajenos nuestros sufrimientos y problemas; nada humano le es ajeno; no pasa de largo ni mira a otra parte ante los problemas y males que nos aquejan y que tanto dolor y preocupación están produciendo.
Estamos tan necesitados, que necesitamos pedir muchas cosas. Necesitamos pedir la ayuda del Cielo, con prioridad y urgencia, por las gentes de España para que no sucumban a la cultura de la increencia, ni al ambiente de secularización imperante, ni a una forma de vida y mentalidad envolvente como si Dios no existiera. Que España sepa recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida y pensada, que se hace cultura; que España sea capaz de recobrar la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano y a la Patria como comunidad de hermanos con un proyecto común; para sacar de ahí fuerza renovada que nos haga a los que aquí habitamos creadores de diálogo verdadero, promotores de justicia, de justicia social y bien común, alentadores de cultura, de una nueva civilización del amor, y de elevación humana y moral de nuestro pueblo. España tiene una gran necesidad, perentoria necesidad, de implorar la fuerza, el auxilio y la sabiduría de lo Alto para ayudar a que los hombres crean. Esto es lo que está en juego en nuestro tiempo y entre nosotros, y es lo más importante.
Hay que orar sin desfallecer y suplicar insistentemente, desde lo profundo, de todo corazón, que se fortalezca la fe y el testimonio de todos los fieles cristianos en España, que crean los que están alejados o viven con una fe debilitada o sin ella: no da lo mismo creer que no creer para el futuro, el logro del hombre y de la Humanidad, para un nuevo futuro de nuestra sociedad, de nuestra Nación. No tengan la menor duda, las cosas serían de otra manera si esa fe nos hubiese guiado: al orar aprendemos a pensar y actuar al modo de Dios, como vemos en su Hijo, Jesucristo, que ha amado y ama al hombre hasta el extremo, que no se reserva nada para sí, que ha mostrado la grandeza del hombre y la sublimidad de su vocación, y que ha vivido haciendo realidad que nada se puede anteponer al hombre, precisamente, porque Dios que es Amor está por encima de todo y lo ama sin medida.
Necesitamos pedir por la Iglesia para que viva en todos sus miembros enteramente de la fe, como el justo, y sea valiente en el anuncio y testimonio del Evangelio; que no se calle y ofrezca a todos la Buena Nueva, la luz, el horizonte, los criterios para actuar, para aprender el arte de vivir en situaciones incluso adversas. Pedir por nuestros Pastores, Obispos y sacerdotes, para que, siendo pastores conforme al corazón de Dios, Dios les conceda luz, sabiduría, fortaleza y santidad para conducir y ayudar a los fieles cristianos a seguir las sendas del Evangelio y a ir delante de ellos en la y urgente obra de una nueva evangelización. Pedir, para que permaneciendo firmes y vigorosos e la unidad de la misma y única fe de la Iglesia y robustecidos por el amor mutuo, sobre todo, de los pobres y los que sufren, se nos quiten los complejos y miedos de aparecer como cristianos; que nos conceda la fortaleza y la valentía, para salir del anonimato, romper el silencio o el ocultamiento de la Luz que debe ser puesta en lo alto para alumbrar a todos; que nos conceda a todos el valor para manifestar lo que somos, cristianos con una vida nueva, evangélica y probablemente contracorriente, para que se note lo que somos, católicos, Iglesia, y que, sin temor salgamos y vayamos de una vez por todas a donde están los hombres a evangelizar, dar testimonio de la verdad que nos hace libres, y hacer presente, en obras y palabras, el Evangelio de Jesucristo, que es fuerza de salvación para todo el que cree, fuente y raíz de toda esperanza y de humanización y liberación verdadera.
No podemos olvidar en esta oración por España a nuestros gobernantes, a quienes gestionan el bien común para que no busquen otra cosa que ese bien común y lo promuevan en toda su plenitud posible. Siempre ha estado esta oración en la Iglesia, el Nuevo testamento nos da buen testimonio de ello. Que Dios ilumine y dé sabiduría y discernimiento. Generosidad y altura de miras, a los legisladores, a los jueces, a los empresarios, a los trabajadores, a los partidos, a los sindicatos y a las organizaciones empresariales. En definitiva, para que manteniéndonos en la verdad que las constituye asentada en el matrimonio único e indisoluble del hombre y de la mujer, sigan siendo el fundamento de la sociedad y la base misma del hombre. España necesita orar por ella, sin desfallecer. Es nuestro deber y nuestro servicio mejor.
© La Razón
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