El argumento de autoridad
La interpretación auténtica, oficial, de la Palabra de Dios oral o escrita ha sido confiada a la Iglesia, la cual la ejercita en nombre de Jesucristo.
por Pedro Trevijano
En un artículo precedente mío, se me ha respondido con estas palabras: “Pide argumentos pero usted en casi todos sus artículos maneja solo el de autoridad, que ya hace mucho que ha caído en desuso. Ni los obispos ni sus asesores están bien informados: la tasa de natalidad es un problema de genética de poblaciones, asunto en el que los legisladores poco tienen que decir y los clérigos mucho menos que nada. La viabilidad del sistema público de pensiones no depende de los nacimientos: si nacen menos niños también decrecerá el número de los que lleguen a pensionistas, y lo comido por lo servido. En todo caso, asociar la paternidad a las conveniencias económicas de la sociedad es una aberración moral. Tiene razón en que las leyes españolas no protegen a la familia, se lo puede asegurar quien sabe lo que cuesta criar y educar familia numerosa con un solo sueldo en casa y no muy alto. No la tiene al sostener que leyes como las de aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o el divorcio rápido destruyen las familia, lo que sería cierto si fuesen leyes coercitivas y no permisivas”.
Como creo que esta crítica tiene su parte de razón, voy a explicar cuándo considero que debemos utilizar el argumento de autoridad y cuándo los argumentos propiamente científicos. El argumento de autoridad es evidente que tiene valor en muchas ocasiones. Por ejemplo, tengo en mis manos un librito folleto editado en 1976, titulado Qué es el socialismo, cuyo autor es Felipe González. El hecho que lo firme Felipe González y sea sobre ese tema le da un plus de valor que no tendría si lo firmase yo o si ese mimo autor intentase explicarnos qué es la Iglesia católica.
Pues con la Iglesia católica pasa exactamente lo mismo. Si queremos conocer a la Iglesia católica hemos de dirigirnos en primer lugar a la Revelación, por la que Dios ha querido manifestarse a Sí mismo y sus planes para salvar al hombre, por medio de la Sagrada Escritura, tanto el Antiguo como sobre todo el Nuevo Testamento, y la Tradición de la Iglesia, que constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. La interpretación auténtica, es decir oficial de la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido confiada a la Iglesia, la cual la ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio (cf. constitución Dei Verbum nº 10). Un creyente católico cree que la palabra de Jesucristo “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”(Mt 28,20), se realiza en Ella, por la asistencia del Espíritu Santo. A este respecto recuerdo una anécdota que contaba Ratzinger, cuando la proclamación del dogma de la Asunción. Varios profesores de la Facultad de Teología de Munich se oponían a esta proclamación, por lo que un pastor protestante les preguntó: “¿Y si el Papa lo proclama como dogma, qué haréis?, a lo que contestaron: “Sabemos Teología, pero el Espíritu Santo sabe más”.
Pero es evidente que la Revelación no incluye toda la doctrina de la Iglesia, y que los Catecismos, como pueden ser el Catecismo de la Iglesia Católica o el YouCat, también tienen mucho que decirnos, así como los demás documentos eclesiales, que ciertamente nos permiten conocer más y mejor lo que dice la Iglesia, y queda también un amplísimo campo para las ciencias humanas. En cuanto a éstas es indiscutible que todas aquellas ciencias que nos permiten conocer al ser humano tienen su puesto como ciencias auxiliares de la Teología. Cualquier documento de la Iglesia cuenta con la colaboración de expertos en la materia, por supuesto en su inmensa mayoría laicos.
A la vista de las estadísticas no creo se pueda sostener que el divorcio rápido no destruye familias, ni que muchos sociólogos se atrevan a decir que la pirámide de población no influye ni influirá para nada en el tema de las pensiones, ni que el aborto ni el síndrome postaborto, que evidentemente existen, no repercuten ni en la mujer, ni en el matrimonio, ni en la familia. Tengo delante el Manifiesto de Madrid, en el que está esta frase: “Existe sobrada evidencia científica que la vida empieza en el momento de la fecundación”. Las firmas las encabezan un catedrático de Genética, otro de Microbiología y otro de Bioquímica, y desde luego ninguna mujer embarazada va al médico y pregunta: “¿Cómo va mi amasijo de células?”, sino “¿cómo va mi bebé o cómo va mi hijo?”. Pero en cierta ocasión leí una frase que me impactó: “¡Desgraciados los pueblos donde hay que demostrar lo evidente!”.
Como creo que esta crítica tiene su parte de razón, voy a explicar cuándo considero que debemos utilizar el argumento de autoridad y cuándo los argumentos propiamente científicos. El argumento de autoridad es evidente que tiene valor en muchas ocasiones. Por ejemplo, tengo en mis manos un librito folleto editado en 1976, titulado Qué es el socialismo, cuyo autor es Felipe González. El hecho que lo firme Felipe González y sea sobre ese tema le da un plus de valor que no tendría si lo firmase yo o si ese mimo autor intentase explicarnos qué es la Iglesia católica.
Pues con la Iglesia católica pasa exactamente lo mismo. Si queremos conocer a la Iglesia católica hemos de dirigirnos en primer lugar a la Revelación, por la que Dios ha querido manifestarse a Sí mismo y sus planes para salvar al hombre, por medio de la Sagrada Escritura, tanto el Antiguo como sobre todo el Nuevo Testamento, y la Tradición de la Iglesia, que constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. La interpretación auténtica, es decir oficial de la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido confiada a la Iglesia, la cual la ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio (cf. constitución Dei Verbum nº 10). Un creyente católico cree que la palabra de Jesucristo “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”(Mt 28,20), se realiza en Ella, por la asistencia del Espíritu Santo. A este respecto recuerdo una anécdota que contaba Ratzinger, cuando la proclamación del dogma de la Asunción. Varios profesores de la Facultad de Teología de Munich se oponían a esta proclamación, por lo que un pastor protestante les preguntó: “¿Y si el Papa lo proclama como dogma, qué haréis?, a lo que contestaron: “Sabemos Teología, pero el Espíritu Santo sabe más”.
Pero es evidente que la Revelación no incluye toda la doctrina de la Iglesia, y que los Catecismos, como pueden ser el Catecismo de la Iglesia Católica o el YouCat, también tienen mucho que decirnos, así como los demás documentos eclesiales, que ciertamente nos permiten conocer más y mejor lo que dice la Iglesia, y queda también un amplísimo campo para las ciencias humanas. En cuanto a éstas es indiscutible que todas aquellas ciencias que nos permiten conocer al ser humano tienen su puesto como ciencias auxiliares de la Teología. Cualquier documento de la Iglesia cuenta con la colaboración de expertos en la materia, por supuesto en su inmensa mayoría laicos.
A la vista de las estadísticas no creo se pueda sostener que el divorcio rápido no destruye familias, ni que muchos sociólogos se atrevan a decir que la pirámide de población no influye ni influirá para nada en el tema de las pensiones, ni que el aborto ni el síndrome postaborto, que evidentemente existen, no repercuten ni en la mujer, ni en el matrimonio, ni en la familia. Tengo delante el Manifiesto de Madrid, en el que está esta frase: “Existe sobrada evidencia científica que la vida empieza en el momento de la fecundación”. Las firmas las encabezan un catedrático de Genética, otro de Microbiología y otro de Bioquímica, y desde luego ninguna mujer embarazada va al médico y pregunta: “¿Cómo va mi amasijo de células?”, sino “¿cómo va mi bebé o cómo va mi hijo?”. Pero en cierta ocasión leí una frase que me impactó: “¡Desgraciados los pueblos donde hay que demostrar lo evidente!”.
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