Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Voy a ser divinizado


por Pedro Trevijano

Opinión

A lo largo de mi vida me ha impactado profundamente que en la narración del pecado original la oferta que la serpiente, es decir el diablo, hace a Eva sea ésta: “No moriréis. Lo que pasa es que Dios sabe que en el momento que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal. La mujer se dio cuenta entonces de que el árbol era bueno para comer, hermoso de ver y deseable para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto y comió” (Gén 3, 4-6). Es indudable que todos nosotros deseamos ser como Dios y que incluso es nuestro máximo deseo. El problema es: ¿cuál es el camino adecuado para ello? ¿El que nos señala el diablo de lograrlo por nuestros propios medios y prescindiendo de Dios, o el contrario de obediencia y amor a Dios?

Creo no estar fuera de la realidad si digo que en los últimos tiempos muchos han llegado a pensar que la ciencia y la técnica eran casi omnipotentes. Incluso he visto afirmaciones de quien han llegado a decir que la victoria sobre la muerte estaba a la vuelta de la esquina, aunque reconozco que no he perdido mucho tiempo ante estupideces así. La llegada del coronavirus ha roto muchas de estas ilusiones y varios me han preguntado si el coronavirus no era un castigo de Dios ante nuestra soberbia.

Ahora mismo me he encontrado en un Misal la siguiente frase: “Los profetas explicaron muchas veces cómo Dios habla y corrige por los acontecimientos de la historia”. Yo no me atrevo a decir, porque además no tengo un hilo tan directo con Dios, que el coronavirus sea un castigo divino. Lo que sí me atrevo a decir es que en nuestra sociedad hay muchísima soberbia y un volver la espalda a Dios que indudablemente no trae consigo nada bueno.

Como el ser humano necesita creer en algo, vemos que buena parte de los que rechazan a Cristo se dejan llevar por las ideologías de moda, como pueden ser la relativista, la marxista y la ideología de género, que además están ligadas entre sí.

Para el relativismo no existe la Verdad absoluta, ni principios inmutables y ni siquiera una Ley Natural. Lo que hoy es delito mañana puede ser un derecho, como sucede con cosas tan importantes como la vida humana en su origen (aborto) y su fin (eutanasia). Para el marxismo el motor de la Historia es la lucha de clases, con lo que ello conlleva de odio, y la verdad es lo que le conviene y decide el Partido. Para la ideología de género se sustituye la lucha de clases por la lucha de sexos, por lo que también el odio es el motor de la Historia, como si del odio pudiese surgir el amor y la fraternidad.

Además ninguna de las tres cree en otra vida inmortal, por lo que nuestra máxima aspiración de ser felices siempre es un imposible, una quimera. Al ser irrealizable nuestra máxima aspiración no sólo no podremos ser divinizados, sino que somos víctimas de una gigantesca estafa.

En cambio los creyentes pensamos que el camino correcto para realizar lo que ofrece el demonio, nuestra divinización, no es el de la rebelión contra Dios, sino el de la obediencia y amor a Cristo. Lo que Dios pretende de nosotros es transformarnos en hijos de Dios y consecuentemente en hermanos entre nosotros, Dios nos ama y quiere que seamos sus hijos (cf. 1 Jn 3,1-2) y ha demostrado su amor enviando su Hijo al mundo “para que nosotros vivamos por Él” (1 Jn 4,9). Somos nacidos de Dios (Jn 1,1-13) y renacidos del agua y del Espíritu Santo (Jn 3,5). Para San Pablo somos hijos de Dios por adopción (cf. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef 1,5), mientras que San Pedro nos dice que somos partícipes de la naturaleza divina (2 P 1,4), es decir, somos divinizados y santificados por el Espíritu Santo (1 P 1,4). Por ello San Juan XXIII, cuando le preguntaron cuál había sido el día más importante de su vida, contestó: “El día de mi bautismo”.

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