Sobre el terrorismo islamista
Hoy en día la yihad moderna, bajo sus diversas formas, es una de las manifestaciones más importantes de la violencia política.
por Pedro Trevijano
El término Islam suscita en nosotros sentimientos contradictorios. Por una parte el Concilio Vaticano II nos recuerda que los musulmanes “adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del Cielo y la Tierra” (Declaración “Nostra aetate” nº 3), pero por otra nos encontramos con que en nombre del Islam se cometen gravísimas violaciones de los derechos humanos, que, en ocasiones, llegan hasta el crimen y el terrorismo en nombre de Dios. El Islam, como todas las grandes religiones, no es homogéneo. Existen diversas corrientes islámicas que nacen de interpretar de manera distinta el Corán y los hadices (los hechos y dichos de Mahoma que integran la denominada Sunna, la tradición). Defienden un Estado teocrático cuya principal tarea, entrelazadas religión y gobierno, es impulsar el cumplimiento de la legislación islámica y defender y extender la ortodoxia islámica mediante la yihad, la guerra santa o lucha sagrada por el Islam. Los terroristas son, en el sentido estricto del término, integristas que se adhieren a interpretaciones muy particulares del Islam. Con el término “terrorismo islámico” nos referimos principalmente a los atentados perpetrados por ciertos grupos integrados en el Islam. Es evidente que ante este terrorismo tenemos derecho a defendernos con el recurso incluso de la fuerza, aunque en el respeto a las normas morales y al Estado de Derecho. En el terrorismo islamista, la religión suministra la justificación de la violencia, además de una estructura organizativa cuyos nódulos son algunas mezquitas como entidades de proselitismo.
Para estos terroristas, aunque los no musulmanes y los países occidentales figuran entre sus adversarios, sin embargo sus enemigos principales están entre los musulmanes mismos. Son cuantos han tratado de modernizar los países musulmanes, separando religión y política, aunque lamentablemente, muchos de estos regímenes han caído en graves fallos de corrupción.
Pero la condena se extiende a todos aquellos que no coinciden con su modo de pensar o tratan de vivir de modo no conforme con lo que ellos consideran la sharía, o ley musulmana. Para ellos los pilares principales de su doctrina son: a) La creencia en la unicidad y omnipotencia de Alá, cuyo mensaje está recopilado en el Corán y los hadices; b) La consideración de que la acción del gobierno debe consistir en impulsar el cumplimiento de la sharía, la legislación islámica; c) La lucha (yihad) contra el infiel y el apóstata (el mal musulmán que no observa la sharía, entre los que evidentemente están los convertidos al Cristianismo), siendo los principales enemigos a combatir los gobernantes de países musulmanes que defienden regímenes laicistas, es decir anteponen aquellos que consideran apóstatas a los infieles como el primer objetivo de la yihad. Basta pensar diversamente, para poder ser condenado a muerte. El derecho a la libertad religiosa por supuesto no existe. La raíz del mal está en un Islam que es violento y conflictivo, y que intenta extenderse por el uso de la fuerza.
Para un cristiano es indiscutible la racionalidad de le fe. La fe debe estar en diálogo con el mundo moderno y, siempre que sea posible, con todas las culturas y religiones. La libertad de expresión es un derecho humano, que hemos de poner al servicio de la verdad y poder así expresar nuestras discrepancias, ciertamente muy serias, con algunos puntos del Islam.
Personalmente, el que un musulmán que se convierte al Cristianismo, pueda ser objeto de una condena a muerte, o que la visita de un no musulmán a La Meca y Medina siga en el momento actual castigada con la pena de muerte, son hechos gravísimos que además implican a las más altas autoridades del Islam. Buena parte de los miles de cristianos que son asesinados por su fe, como sucede en Nigeria, Sudán y otros lugares, lo son víctimas de esta violencia islamista. Cristianismo e Islam están separados tanto por la teología como por sus diversas filosofías de la vida. Hoy en día la yihad moderna, bajo sus diversas formas, es una de las manifestaciones más importantes de la violencia política. En el año 2000, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, grupos musulmanes intervenían en más de dos terceras partes de los 32 conflictos bélicos que existían entonces en el mundo, sin olvidar los gravísimos atentados de años posteriores.
En nuestra conducta y en nuestras relaciones con los demás hemos de inspirarnos en la frase de Jesús: “la Verdad os hará libres” (Jn 8,32). Que el Amor y la Verdad sean los grandes objetivos de nuestra vida.
Para estos terroristas, aunque los no musulmanes y los países occidentales figuran entre sus adversarios, sin embargo sus enemigos principales están entre los musulmanes mismos. Son cuantos han tratado de modernizar los países musulmanes, separando religión y política, aunque lamentablemente, muchos de estos regímenes han caído en graves fallos de corrupción.
Pero la condena se extiende a todos aquellos que no coinciden con su modo de pensar o tratan de vivir de modo no conforme con lo que ellos consideran la sharía, o ley musulmana. Para ellos los pilares principales de su doctrina son: a) La creencia en la unicidad y omnipotencia de Alá, cuyo mensaje está recopilado en el Corán y los hadices; b) La consideración de que la acción del gobierno debe consistir en impulsar el cumplimiento de la sharía, la legislación islámica; c) La lucha (yihad) contra el infiel y el apóstata (el mal musulmán que no observa la sharía, entre los que evidentemente están los convertidos al Cristianismo), siendo los principales enemigos a combatir los gobernantes de países musulmanes que defienden regímenes laicistas, es decir anteponen aquellos que consideran apóstatas a los infieles como el primer objetivo de la yihad. Basta pensar diversamente, para poder ser condenado a muerte. El derecho a la libertad religiosa por supuesto no existe. La raíz del mal está en un Islam que es violento y conflictivo, y que intenta extenderse por el uso de la fuerza.
Para un cristiano es indiscutible la racionalidad de le fe. La fe debe estar en diálogo con el mundo moderno y, siempre que sea posible, con todas las culturas y religiones. La libertad de expresión es un derecho humano, que hemos de poner al servicio de la verdad y poder así expresar nuestras discrepancias, ciertamente muy serias, con algunos puntos del Islam.
Personalmente, el que un musulmán que se convierte al Cristianismo, pueda ser objeto de una condena a muerte, o que la visita de un no musulmán a La Meca y Medina siga en el momento actual castigada con la pena de muerte, son hechos gravísimos que además implican a las más altas autoridades del Islam. Buena parte de los miles de cristianos que son asesinados por su fe, como sucede en Nigeria, Sudán y otros lugares, lo son víctimas de esta violencia islamista. Cristianismo e Islam están separados tanto por la teología como por sus diversas filosofías de la vida. Hoy en día la yihad moderna, bajo sus diversas formas, es una de las manifestaciones más importantes de la violencia política. En el año 2000, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, grupos musulmanes intervenían en más de dos terceras partes de los 32 conflictos bélicos que existían entonces en el mundo, sin olvidar los gravísimos atentados de años posteriores.
En nuestra conducta y en nuestras relaciones con los demás hemos de inspirarnos en la frase de Jesús: “la Verdad os hará libres” (Jn 8,32). Que el Amor y la Verdad sean los grandes objetivos de nuestra vida.
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