Actitud pastoral hacia los homosexuales
Por supuesto que todo homosexual es persona e hijo de Dios, y como tal debe ser respetado y querido.
por Pedro Trevijano
No es una casualidad en la actualidad que la difusión y la creciente aceptación social de la homosexualidad se acompañe de una crisis importante en el ámbito del matrimonio y de la familia, de una mentalidad hostil a la vida y de una tremenda libertad sexual, valorándose cada vez menos el autocontrol y la castidad, hasta el punto que muchos niegan de hecho la libertad humana al considerar la continencia sexual como antinatural e imposible de vivir.
Y sin embargo “las personas homosexuales, como los demás cristianos, están llamados a vivir la castidad. Si se dedican con asiduidad a comprender la naturaleza de la llamada personal de Dios respecto a ellas, estarán en condición de celebrar más fielmente el sacramento de la penitencia y de recibir la gracia del Señor, que se ofrece generosamente en este sacramento para poderse convertir más plenamente caminando en el seguimiento a Cristo”(Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 12, 1-X1986).
Por supuesto que todo homosexual es persona e hijo de Dios, y como tal debe ser respetado y querido. Muchos se resisten a recibir los sacramentos, pues traspasan ante Dios la vergüenza que sienten ante los hombres. Pero podemos afirmar que cuando un homosexual aborda honradamente su problema, evita las ocasiones evitables de pecado, se esfuerza en la vida sexual, practica la oración, confesión y comunión, colabora estrechamente con el sacerdote y si es preciso con el psiquiatra (esta visita me parece conveniente, el médico podrá ver mejor que nosotros qué puede hacerse en cada caso concreto. Por nuestra parte es bueno conocer algún especialista que sepa tratar estas cuestiones con delicadeza y tacto. Recordemos que muy conocidos psiquiatras opinan que sí es posible llegar a la heterosexualidad), puede desde luego esperar en una vida fructuosa con el convencimiento de que es profundamente amado por Dios y que Dios está con él y en él, llegando a ser su homosexualidad un motivo de superación espiritual y de mayor apertura hacia Cristo.
En efecto, la buena noticia que aporta el cristianismo es que los agobiados, los pequeños, los que tienen dificultades, son destinatarios incluso preferidos de las promesas de salvación. Esto vale también para los “desencajados” de la sexualidad. Estos últimos, al escuchar la palabra de Dios, pueden aprender que la santidad, y por tanto el amor verdadero, les es accesible en el corazón mismo de sus disfunciones eróticas y relacionales. Por eso un cristianismo humanista, lejos de encerrar en la desesperación, puede abrir un porvenir a todo hombre y a toda mujer. Este cristianismo muestra que una moral en conformidad con el evangelio no exige una “normalización” sexual por encima de todo, sino que llama a cada uno, teniendo en cuenta los aspectos inflexibles de su organización psicosexual, a acoger el reino de Dios.
Normalmente, cuando un homosexual se acerca al sacerdote es porque tiene voluntad de vivir una vida cristiana, pero a veces buscan sólo un sacerdote que les comprenda confirmándoles en su homosexualidad. “El homosexual sigue teniendo esa libertad fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad. La voluntad de cambio y conversión nos es indispensable a todos para mejorar. Como en toda conversión del mal, gracias a esta libertad, el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, podrá permitirles evitar la actividad homosexual”( C. para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos…, nº 11,). Por ello no debemos olvidar que el homosexual tiene el deber de controlarse a sí mismo y a sus instintos lo mismo que un heterosexual.
A los que luchan, hay que decirles que esperamos volver a verles, pase lo que pase, recomendándoles la periodicidad de la confesión, a ser posible frecuente. Animarles: “si una vez has logrado vencerte, ya has hecho algo”. A veces, como están dolorosamente culpabilizados, tienen que llegar a descubrir un Dios que les ama, acoge y perdona, así como que la culpabilidad sólo es posible donde hay libertad. No más que cualquier otro, el homosexual no debe ser juzgado exclusivamente por su comportamiento sexual. Además, muchos de ellos intentan y llenan de sentido su vida, en la que experimentan tantas amarguras y frustraciones, dándole un profundo sentido social y de entrega a los demás. La personalidad desborda la dimensión sexuada con otros muchos dones y capacidades que pueden expresarse en una vida relacional y en compromisos de tipo profesional y social, al servicio de la comunidad humana.
Y sin embargo “las personas homosexuales, como los demás cristianos, están llamados a vivir la castidad. Si se dedican con asiduidad a comprender la naturaleza de la llamada personal de Dios respecto a ellas, estarán en condición de celebrar más fielmente el sacramento de la penitencia y de recibir la gracia del Señor, que se ofrece generosamente en este sacramento para poderse convertir más plenamente caminando en el seguimiento a Cristo”(Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 12, 1-X1986).
Por supuesto que todo homosexual es persona e hijo de Dios, y como tal debe ser respetado y querido. Muchos se resisten a recibir los sacramentos, pues traspasan ante Dios la vergüenza que sienten ante los hombres. Pero podemos afirmar que cuando un homosexual aborda honradamente su problema, evita las ocasiones evitables de pecado, se esfuerza en la vida sexual, practica la oración, confesión y comunión, colabora estrechamente con el sacerdote y si es preciso con el psiquiatra (esta visita me parece conveniente, el médico podrá ver mejor que nosotros qué puede hacerse en cada caso concreto. Por nuestra parte es bueno conocer algún especialista que sepa tratar estas cuestiones con delicadeza y tacto. Recordemos que muy conocidos psiquiatras opinan que sí es posible llegar a la heterosexualidad), puede desde luego esperar en una vida fructuosa con el convencimiento de que es profundamente amado por Dios y que Dios está con él y en él, llegando a ser su homosexualidad un motivo de superación espiritual y de mayor apertura hacia Cristo.
En efecto, la buena noticia que aporta el cristianismo es que los agobiados, los pequeños, los que tienen dificultades, son destinatarios incluso preferidos de las promesas de salvación. Esto vale también para los “desencajados” de la sexualidad. Estos últimos, al escuchar la palabra de Dios, pueden aprender que la santidad, y por tanto el amor verdadero, les es accesible en el corazón mismo de sus disfunciones eróticas y relacionales. Por eso un cristianismo humanista, lejos de encerrar en la desesperación, puede abrir un porvenir a todo hombre y a toda mujer. Este cristianismo muestra que una moral en conformidad con el evangelio no exige una “normalización” sexual por encima de todo, sino que llama a cada uno, teniendo en cuenta los aspectos inflexibles de su organización psicosexual, a acoger el reino de Dios.
Normalmente, cuando un homosexual se acerca al sacerdote es porque tiene voluntad de vivir una vida cristiana, pero a veces buscan sólo un sacerdote que les comprenda confirmándoles en su homosexualidad. “El homosexual sigue teniendo esa libertad fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad. La voluntad de cambio y conversión nos es indispensable a todos para mejorar. Como en toda conversión del mal, gracias a esta libertad, el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, podrá permitirles evitar la actividad homosexual”( C. para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos…, nº 11,). Por ello no debemos olvidar que el homosexual tiene el deber de controlarse a sí mismo y a sus instintos lo mismo que un heterosexual.
A los que luchan, hay que decirles que esperamos volver a verles, pase lo que pase, recomendándoles la periodicidad de la confesión, a ser posible frecuente. Animarles: “si una vez has logrado vencerte, ya has hecho algo”. A veces, como están dolorosamente culpabilizados, tienen que llegar a descubrir un Dios que les ama, acoge y perdona, así como que la culpabilidad sólo es posible donde hay libertad. No más que cualquier otro, el homosexual no debe ser juzgado exclusivamente por su comportamiento sexual. Además, muchos de ellos intentan y llenan de sentido su vida, en la que experimentan tantas amarguras y frustraciones, dándole un profundo sentido social y de entrega a los demás. La personalidad desborda la dimensión sexuada con otros muchos dones y capacidades que pueden expresarse en una vida relacional y en compromisos de tipo profesional y social, al servicio de la comunidad humana.
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