Yo soy un buen cristiano, pero no voy a Misa
Se puede ser buena persona, pero no un buen cristiano, si uno descuida la Eucaristía con lo que ello significa.
por Pedro Trevijano
Hace unos días me contaron la siguiente anécdota: dos chicos palestinos, uno musulmán y el otro católico; el musulmán se dirigió al católico y le dijo: “¡Qué suerte tenéis los católicos, que podéis todos los días comer a Dios!”. Esta frase me ha recordado Lucas 10,21 cuando Jesús dice: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños”. Este chico musulmán nos ha dado toda una clase de Teología, y es que la costumbre, la rutina, lo habitual nos impide darnos cuenta de ese acontecimiento extraordinario en nuestras vidas que es la Eucaristía, hasta el punto que muchos hemos de decir que en nuestra escala de valores la presencia de Jesús en la Sagrada Forma ocupa uno de los últimos lugares.
Un ejemplo muy claro de esto es la frase que con frecuencia oímos decir: “yo soy un buen cristiano (palabra que entiendo aquí como equivalente a católico), pero no voy a Misa”. ¿Qué pensar de esta afirmación?
Ante todo hemos de pensar que desde luego se puede ser buena persona y no ser cristiano. En el evangelio de San Juan se nos dice: “El Espíritu sopla donde quiere”(3,8), y todos conocemos personas honradas e íntegras que no son cristianas. Aparte que no podemos juzgar a los demás.
Pero tampoco hemos de tener complejos de inferioridad. Pese a nuestros fallos ninguna doctrina religiosa ni política alcanza la perfección de la doctrina cristiana, que al fin y al cabo, ha sido fundada por Cristo, que es Dios hecho hombre. Los cristianos nos reunimos en torno a la mesa de Jesús para celebrar un gran acontecimiento: su presencia real entre nosotros, bajo el signo de una comida compartida en acción de gracias. En la Eucaristía encontramos al Señor de modo preferente.
Es verdad que Cristo habita en el corazón de los fieles ya antes de la comunión, incluso antes de la celebración eucarística. Él es quien obra en el sacrificio eucarístico cuando el pan y el vino se convierten en su Cuerpo y Sangre, siendo el sacerdote que celebra la Misa solamente un servidor. Esta presencia especialísima de Cristo es la que hace que debamos tributar al Santísimo Sacramento la adoración que debemos a Dios.
Dicho esto comprenderemos que no se puede ser buen cristiano sin celebrar la Eucaristía. Necesitamos para realizarnos como personas, alimentar y cuidar nuestra realización espiritual y religiosa, no sólo como individuos, sino también como miembros de la comunidad humana. Ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro, puede acercarnos tanto a Dios como la Misa y la recepción de la Sagrada Comunión. El prescindir de ella se debe a falta de suficiente convencimiento o fe, o a otras razones también negativas, como puede ser la pereza. Al no celebrar la Eucaristía nos privamos del más importante alimento espiritual que tenemos: el pan de vida, que es Cristo mismo. Esta comida nos proporciona un vigor espiritual que hace crecer en nosotros la fe y el amor en Cristo Jesús, que habita en nosotros junto al Padre y al Espíritu Santo. Toda nuestra vida debe ser coherente con esta celebración y con lo que la Eucaristía simboliza. La Eucaristía es el sacramento del amor y el amor hay que vivirlo.
En resumen, se puede ser buena persona, pero no un buen cristiano, si uno descuida la Eucaristía con lo que ello significa. Pero además hay la agravante que el cristiano que incumple sus obligaciones religiosas y no vive coherentemente al menos e3n este aspecto con su fe, hay un aspecto en su vida en el que su conducta no es elogiable e incluso puede ser bastante reprobable.
Un ejemplo muy claro de esto es la frase que con frecuencia oímos decir: “yo soy un buen cristiano (palabra que entiendo aquí como equivalente a católico), pero no voy a Misa”. ¿Qué pensar de esta afirmación?
Ante todo hemos de pensar que desde luego se puede ser buena persona y no ser cristiano. En el evangelio de San Juan se nos dice: “El Espíritu sopla donde quiere”(3,8), y todos conocemos personas honradas e íntegras que no son cristianas. Aparte que no podemos juzgar a los demás.
Pero tampoco hemos de tener complejos de inferioridad. Pese a nuestros fallos ninguna doctrina religiosa ni política alcanza la perfección de la doctrina cristiana, que al fin y al cabo, ha sido fundada por Cristo, que es Dios hecho hombre. Los cristianos nos reunimos en torno a la mesa de Jesús para celebrar un gran acontecimiento: su presencia real entre nosotros, bajo el signo de una comida compartida en acción de gracias. En la Eucaristía encontramos al Señor de modo preferente.
Es verdad que Cristo habita en el corazón de los fieles ya antes de la comunión, incluso antes de la celebración eucarística. Él es quien obra en el sacrificio eucarístico cuando el pan y el vino se convierten en su Cuerpo y Sangre, siendo el sacerdote que celebra la Misa solamente un servidor. Esta presencia especialísima de Cristo es la que hace que debamos tributar al Santísimo Sacramento la adoración que debemos a Dios.
Dicho esto comprenderemos que no se puede ser buen cristiano sin celebrar la Eucaristía. Necesitamos para realizarnos como personas, alimentar y cuidar nuestra realización espiritual y religiosa, no sólo como individuos, sino también como miembros de la comunidad humana. Ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro, puede acercarnos tanto a Dios como la Misa y la recepción de la Sagrada Comunión. El prescindir de ella se debe a falta de suficiente convencimiento o fe, o a otras razones también negativas, como puede ser la pereza. Al no celebrar la Eucaristía nos privamos del más importante alimento espiritual que tenemos: el pan de vida, que es Cristo mismo. Esta comida nos proporciona un vigor espiritual que hace crecer en nosotros la fe y el amor en Cristo Jesús, que habita en nosotros junto al Padre y al Espíritu Santo. Toda nuestra vida debe ser coherente con esta celebración y con lo que la Eucaristía simboliza. La Eucaristía es el sacramento del amor y el amor hay que vivirlo.
En resumen, se puede ser buena persona, pero no un buen cristiano, si uno descuida la Eucaristía con lo que ello significa. Pero además hay la agravante que el cristiano que incumple sus obligaciones religiosas y no vive coherentemente al menos e3n este aspecto con su fe, hay un aspecto en su vida en el que su conducta no es elogiable e incluso puede ser bastante reprobable.
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