Los fundamentos del Derecho
Para Benedicto XVI la política debe ser un compromiso por la justicia, pues servir al Derecho y combatir la injusticia es y debe ser el deber fundamental del político.
por Pedro Trevijano
Una de las grandes discusiones de la actualidad es cuál es el fundamento del Derecho, si el Estado, o el Derecho Natural. Benedicto XVI, en su discurso ante el Bundestag, es decir ante el Parlamento alemán, no ha dudado en coger el toro por los cuernos y hacer de esta espinosa cuestión el centro de su discurso ante los parlamentarios alemanes.
Para Benedicto XVI la política debe ser un compromiso por la justicia, pues servir al Derecho y combatir la injusticia es y debe ser el deber fundamental del político. Hay una cita de San Agustín que dice: “quita el Derecho y, entonces, ¿qué distingue al Estado de una gran banda de bandidos?”, afirmación cuya realización práctica conocieron muy bien los alemanes. El gran problema es: ¿cómo podemos reconocer lo que es justo, sabiendo distinguir entre el bien y el mal, entre el Derecho verdadero y el derecho sólo aparente? Es evidente que la respuesta no es fácil.
De acuerdo con la famosa frase de Jesucristo: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21), el Cristianismo, contrariamente a otras grandes religiones, nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un Derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. Aunque puede haber y hay Partidos de inspiración cristiana y que tratan de defender los valores humanos y cristianos, no se puede deducir una política directamente del evangelio. El Cristianismo no es una teocracia, como sucede por ejemplo en los países musulmanes en los que el Derecho se basa en la ley islámica y donde los ayatolas prevalecen sobre los políticos. En cambio el Cristianismo se ha remitido a la naturaleza y a la razón como las verdaderas fuentes del Derecho, presuponiendo la armonía entre la razón objetiva y la subjetiva, pues ambas están fundadas en la Razón creadora de Dios.
Está claro que para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser suficiente. Ahora bien es evidente que en las cuestiones fundamentales del Derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre, el principio de la mayoría no basta, como muestra la democrática llegada al poder de Hitler. Pero, entonces, ¿cuál es el fundamento del Derecho? Tras los excesos de la Segunda Guerra Mundial, en los juicios de Nuremberg triunfó la concepción jusnaturalista, porque estaba claro que los genocidios y atrocidades de los vencidos no podían quedar impunes (las que hicieron los vencedores no fueron castigadas, pero a ver quién es el que le pone el cascabel al gato).
Pero si los hombres debemos hacer el bien y evitar el mal, el conocimiento acerca de qué es bueno y malo debe estar inscrito en nuestro interior, por lo que podemos preguntarnos si la razón objetiva que se manifiesta en nuestra naturaleza ¿no presupone una razón creativa, un Espíritu Creador? Sobre la base de la convicción de un Dios Creador, se ha desarrollado a lo largo de la Historia el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la Ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta.
Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria natural. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro ha configurado nuestra identidad y nuestras raíces europeas y la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, que nos permite establecer un verdadero Derecho, que es el Derecho Natural, capaz de servir a la justicia y a la paz.
Actualmente sin embargo muchos han vuelto a la concepción positivista, según la cual las normas derivan solamente de la voluntad del legislador, que en democracia es el pueblo soberano por medio de sus representantes parlamentarios como supremo legislador, pero si ese legislador carece de principios y valores, e incluso se jacta de ello, como ha hecho Rodríguez Zapatero con su negación de la Ley Natural, la catástrofe, no sólo económica, sino también social, está a la vuelta de la esquina, con crímenes que se convierten en derechos, como el aborto y menos mal que no les ha dado tiempo con la eutanasia, o tratando de implantar aberraciones, como la ideología de género, e incluso en lo económico donde la ineptitud y las mentiras nos han llevado a los cinco millones de parados, como ha sucedido esta legislatura en España, pues falta ese último sostén que pone límites al poder omnímodo del Estado salvaguardando el sentido común y protegiéndonos de las siempre posibles injusticias y abusos totalitarios. Y es que quien ejerce el poder está siempre en peligro de abusar de este poder. Por ello la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica
Para Benedicto XVI la política debe ser un compromiso por la justicia, pues servir al Derecho y combatir la injusticia es y debe ser el deber fundamental del político. Hay una cita de San Agustín que dice: “quita el Derecho y, entonces, ¿qué distingue al Estado de una gran banda de bandidos?”, afirmación cuya realización práctica conocieron muy bien los alemanes. El gran problema es: ¿cómo podemos reconocer lo que es justo, sabiendo distinguir entre el bien y el mal, entre el Derecho verdadero y el derecho sólo aparente? Es evidente que la respuesta no es fácil.
De acuerdo con la famosa frase de Jesucristo: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21), el Cristianismo, contrariamente a otras grandes religiones, nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un Derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. Aunque puede haber y hay Partidos de inspiración cristiana y que tratan de defender los valores humanos y cristianos, no se puede deducir una política directamente del evangelio. El Cristianismo no es una teocracia, como sucede por ejemplo en los países musulmanes en los que el Derecho se basa en la ley islámica y donde los ayatolas prevalecen sobre los políticos. En cambio el Cristianismo se ha remitido a la naturaleza y a la razón como las verdaderas fuentes del Derecho, presuponiendo la armonía entre la razón objetiva y la subjetiva, pues ambas están fundadas en la Razón creadora de Dios.
Está claro que para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser suficiente. Ahora bien es evidente que en las cuestiones fundamentales del Derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre, el principio de la mayoría no basta, como muestra la democrática llegada al poder de Hitler. Pero, entonces, ¿cuál es el fundamento del Derecho? Tras los excesos de la Segunda Guerra Mundial, en los juicios de Nuremberg triunfó la concepción jusnaturalista, porque estaba claro que los genocidios y atrocidades de los vencidos no podían quedar impunes (las que hicieron los vencedores no fueron castigadas, pero a ver quién es el que le pone el cascabel al gato).
Pero si los hombres debemos hacer el bien y evitar el mal, el conocimiento acerca de qué es bueno y malo debe estar inscrito en nuestro interior, por lo que podemos preguntarnos si la razón objetiva que se manifiesta en nuestra naturaleza ¿no presupone una razón creativa, un Espíritu Creador? Sobre la base de la convicción de un Dios Creador, se ha desarrollado a lo largo de la Historia el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la Ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta.
Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria natural. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro ha configurado nuestra identidad y nuestras raíces europeas y la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, que nos permite establecer un verdadero Derecho, que es el Derecho Natural, capaz de servir a la justicia y a la paz.
Actualmente sin embargo muchos han vuelto a la concepción positivista, según la cual las normas derivan solamente de la voluntad del legislador, que en democracia es el pueblo soberano por medio de sus representantes parlamentarios como supremo legislador, pero si ese legislador carece de principios y valores, e incluso se jacta de ello, como ha hecho Rodríguez Zapatero con su negación de la Ley Natural, la catástrofe, no sólo económica, sino también social, está a la vuelta de la esquina, con crímenes que se convierten en derechos, como el aborto y menos mal que no les ha dado tiempo con la eutanasia, o tratando de implantar aberraciones, como la ideología de género, e incluso en lo económico donde la ineptitud y las mentiras nos han llevado a los cinco millones de parados, como ha sucedido esta legislatura en España, pues falta ese último sostén que pone límites al poder omnímodo del Estado salvaguardando el sentido común y protegiéndonos de las siempre posibles injusticias y abusos totalitarios. Y es que quien ejerce el poder está siempre en peligro de abusar de este poder. Por ello la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica
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