Tres paradojas desveladas por Benedicto XVI
Es porque ama a sus hermanos la razón de que su mejor consejo se fundamente en la radicalidad de la verdad: o la entrega se vive en plenitud o no es verdadera entrega.
Que las palabras de Benedicto XVI en España no hayan supuesto innovaciones doctrinales a nadie ha sorprendido. Ningún titular provocador, peligrosamente sujeto a interpretaciones, clarificaciones o desmentidos. Doctrina acreditada y suficientemente exenta de protagonismo como para hacer presa en ella por parte de quienes no descansan en la tarea de cogerle la vuelta al sucesor de Pedro para desacreditarle y, con él, a la Iglesia entera.
Benedicto XVI no ha sido portador de nueva doctrina. Y sin embargo ha vuelto a entusiasmar a jóvenes y menos jóvenes. Quizá porque las novedades que necesitamos en nuestros días como respuesta a los anhelos y problemas contemporáneos no sean tanto nueva doctrina como el redescubrimiento de verdades ignotas u olvidadas. Verdades relegadas y desfiguradas por una modernidad que se encuentra cómodamente identificada con lo novedoso, fugaz y desechable, muchas veces incapaz de alcanzar la verdad y la belleza que anidan en las obras y doctrinas perdurables.
Así, a mi juicio el Papa ha recuperado para esta Jornada tres principios ya tradicionales que adquieren carácter novedoso al ser objeto de una proposición reveladora en los tiempos que corren. Una novedad, decía, no tanto por su objeto, cuanto para el sujeto que lo desconocía o había arrumbado bajo capas de respuestas ineficaces a los problemas cotidianos.
1. El catolicismo como humus y fermento del progreso científico.
Inmersos en una sociedad que desprecia las creencias sobrenaturales y pretende expulsarlas de la vida pública por considerarlas rémoras del progreso, Benedicto XVI ha recordado y justificado en una dinámica ascendente que a) la fe católica no se opone a la razón ni, por tanto, es obstáculo para el desarrollo social y científico; b) que la fe y la doctrina católicas han sido y son fuente inagotable de avances tanto científicos como sociales y c) que sólo desde la perspectiva trascendental que otorga la fe es posible comprender en sus dimensiones más profundas la naturaleza humana y, por tanto, impulsar una racionalidad que fructifique en un progreso real, universal y duradero.
2. La dimensión totalizante de la entrega cristiana.
El Papa se reúne con seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos. Hombres y mujeres que, en mayor o menor medida, renuevan a diario la entrega de su vida a Dios. Benedicto XVI, responsable terreno de estas almas entregadas, después de agradecerles su perseverancia les advierte: o la vocación se vive en plenitud, sin reservas, o no vale la pena. Pudiera parecer, humanamente, que el Papa pretende complicar la vida, precisamente, a quienes se han entregado junto a él al servicio de la Iglesia. Parece la escena tópica en la que el párroco de turno vierte sus exigencias precisamente sobre los feligreses que acuden a Misa. Pero es que Benedicto XVI no está aquí para buscar efímeras aceptaciones personales, sino para amar como solo es posible hacerlo cuando el amor se edifica sobre la verdad. Y es porque ama a sus hermanos la razón de que su mejor consejo se fundamente en la radicalidad de la verdad: o la entrega se vive en plenitud o no es verdadera entrega. Y lo dice en un momento histórico de crisis numérica de vocaciones. Benedicto XVI sabe que, en las obras divinas -como en muchas empresas humanas- en ocasiones "menos es más". O los testigos de Cristo son verdaderamente personas entregadas o, en vez de atraer a una vida de fe, terminan por espantar la grey.
3. La Iglesia es Iglesia cuando permanece unida.
Cuando las cámaras recorren los rostros contemplativos de los jóvenes durante los intensos momentos de la Adoración Eucarística en Cuatrovientos podemos ver un solo grupo heterogéneo con pocos motivos más para estar reunidos que su amor a Dios y al sucesor de Pedro que ha venido a contarles la verdad ante la confusión que encuentran a diario. No hay en la explanada cuadrantes que representen diversos movimientos. No portan vestuarios distintivos de carismas o vocaciones ni corean consignas o canciones contrapuestas. Están solo Dios, Pedro, los sucesores de los Apóstoles y más de un millón de jóvenes sin otra mediación que su filiación divina: una reunión de hijos de un mismo Padre.
Y es que los caminos en la Iglesia son variados, adaptados a las idiosincrasias y realidades de los fieles y los tiempos, pero no deben olvidar que son senderos que recorren una misma montaña y tienen un objetivo común: alcanzar la cima conjuntamente para abrazarse en la celebración. Los guías, los caminos, son útiles en la medida en que cumplen su cometido, pero no dejan de ser instrumentos. Por eso deben limitar su intervención a su cometido estrictamente carismático sin derivar en instituciones que pretendan dar respuesta a todas las inquietudes humanas: desde las artísticas a las pedagógicas, pasando por las intelectuales o políticas.
O los movimientos y vocaciones se encuentran verdaderamente incardinados en la Iglesia que vimos en Cuatrovientos o terminarán poniendo el acento más en lo que les diferencia que en lo que les une. Una Iglesia que no fuera Una y Universal no merecería tal nombre. Ojalá se acreciente la desorganizada unidad de Cuatrovientos.
Benedicto XVI no ha sido portador de nueva doctrina. Y sin embargo ha vuelto a entusiasmar a jóvenes y menos jóvenes. Quizá porque las novedades que necesitamos en nuestros días como respuesta a los anhelos y problemas contemporáneos no sean tanto nueva doctrina como el redescubrimiento de verdades ignotas u olvidadas. Verdades relegadas y desfiguradas por una modernidad que se encuentra cómodamente identificada con lo novedoso, fugaz y desechable, muchas veces incapaz de alcanzar la verdad y la belleza que anidan en las obras y doctrinas perdurables.
Así, a mi juicio el Papa ha recuperado para esta Jornada tres principios ya tradicionales que adquieren carácter novedoso al ser objeto de una proposición reveladora en los tiempos que corren. Una novedad, decía, no tanto por su objeto, cuanto para el sujeto que lo desconocía o había arrumbado bajo capas de respuestas ineficaces a los problemas cotidianos.
1. El catolicismo como humus y fermento del progreso científico.
Inmersos en una sociedad que desprecia las creencias sobrenaturales y pretende expulsarlas de la vida pública por considerarlas rémoras del progreso, Benedicto XVI ha recordado y justificado en una dinámica ascendente que a) la fe católica no se opone a la razón ni, por tanto, es obstáculo para el desarrollo social y científico; b) que la fe y la doctrina católicas han sido y son fuente inagotable de avances tanto científicos como sociales y c) que sólo desde la perspectiva trascendental que otorga la fe es posible comprender en sus dimensiones más profundas la naturaleza humana y, por tanto, impulsar una racionalidad que fructifique en un progreso real, universal y duradero.
2. La dimensión totalizante de la entrega cristiana.
El Papa se reúne con seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos. Hombres y mujeres que, en mayor o menor medida, renuevan a diario la entrega de su vida a Dios. Benedicto XVI, responsable terreno de estas almas entregadas, después de agradecerles su perseverancia les advierte: o la vocación se vive en plenitud, sin reservas, o no vale la pena. Pudiera parecer, humanamente, que el Papa pretende complicar la vida, precisamente, a quienes se han entregado junto a él al servicio de la Iglesia. Parece la escena tópica en la que el párroco de turno vierte sus exigencias precisamente sobre los feligreses que acuden a Misa. Pero es que Benedicto XVI no está aquí para buscar efímeras aceptaciones personales, sino para amar como solo es posible hacerlo cuando el amor se edifica sobre la verdad. Y es porque ama a sus hermanos la razón de que su mejor consejo se fundamente en la radicalidad de la verdad: o la entrega se vive en plenitud o no es verdadera entrega. Y lo dice en un momento histórico de crisis numérica de vocaciones. Benedicto XVI sabe que, en las obras divinas -como en muchas empresas humanas- en ocasiones "menos es más". O los testigos de Cristo son verdaderamente personas entregadas o, en vez de atraer a una vida de fe, terminan por espantar la grey.
3. La Iglesia es Iglesia cuando permanece unida.
Cuando las cámaras recorren los rostros contemplativos de los jóvenes durante los intensos momentos de la Adoración Eucarística en Cuatrovientos podemos ver un solo grupo heterogéneo con pocos motivos más para estar reunidos que su amor a Dios y al sucesor de Pedro que ha venido a contarles la verdad ante la confusión que encuentran a diario. No hay en la explanada cuadrantes que representen diversos movimientos. No portan vestuarios distintivos de carismas o vocaciones ni corean consignas o canciones contrapuestas. Están solo Dios, Pedro, los sucesores de los Apóstoles y más de un millón de jóvenes sin otra mediación que su filiación divina: una reunión de hijos de un mismo Padre.
Y es que los caminos en la Iglesia son variados, adaptados a las idiosincrasias y realidades de los fieles y los tiempos, pero no deben olvidar que son senderos que recorren una misma montaña y tienen un objetivo común: alcanzar la cima conjuntamente para abrazarse en la celebración. Los guías, los caminos, son útiles en la medida en que cumplen su cometido, pero no dejan de ser instrumentos. Por eso deben limitar su intervención a su cometido estrictamente carismático sin derivar en instituciones que pretendan dar respuesta a todas las inquietudes humanas: desde las artísticas a las pedagógicas, pasando por las intelectuales o políticas.
O los movimientos y vocaciones se encuentran verdaderamente incardinados en la Iglesia que vimos en Cuatrovientos o terminarán poniendo el acento más en lo que les diferencia que en lo que les une. Una Iglesia que no fuera Una y Universal no merecería tal nombre. Ojalá se acreciente la desorganizada unidad de Cuatrovientos.
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