Derechos y catolicidad
Reclamar los propios derechos es signo de catolicidad.
Andan los tiempos revueltos para los católicos españoles y la reciente visita del Papa no ha hecho sino certificarlo con media docena de frases tan sintéticas como alarmantes. Así se ha reconocido en el Congreso de Católicos y Vida Pública celebrado la pasada semana. Ante esta situación —si no crítica, al menos de crisis— cabe tomar dos posturas genéricas y así lo han reflejado los ponentes.
Una de ellas se centra en procurar minorar los males que nos acucian. Se proponen, en esta línea, remedios que procuren contrarrestar el recorte de derechos que nos va imponiendo el laicismo imperante. Se recomienda una formación cívica de signo cristiano que compense el adoctrinamiento estatal. Se recurre, en definitiva, a una estrategia defensiva mientras la persecución arrecie en espera de tiempos más propicios para el libre ejercicio del catolicismo.
Sin duda, quienes trabajan en esta línea defensiva lo hacen pensando en evitar males mayores. Pero pienso que esta postura asume de hecho gratuitamente la conculcación reiterada de nuestros derechos con una resignación fatalista alejada de la verdadera condición cristiana. Abandonar la linea de fuego para acomodar los hospitales de campaña, además de poco acertada, no es una actitud gallarda ni cristiana.
San Pablo nos muestra otra vía bien diferente de afrontar la persecución: es capaz de sufrir las penurias sobrevenidas, pero aduce con gallardía su condición de ciudadano romano ante un injusto intento de flagelación. Y es que, antes que católicos, somos ciudadanos partícipes de unos derechos a los que no debemos renunciar. Por más que se pretenda desde el poder, el carácter católico no supone una ciudadanía de segunda. No es menos católico quien lucha por ejercer sus derechos y denunciar las intromisiones ilegítimas que pretenden cercenarlos. Con humildad, pero con fortaleza. La primera línea de fuego en esta batalla no entraña, por ahora, más perjuicio que la incomprensión, el insulto, la soledad o la burla. Nada comparable al ejercicio responsable del catolicismo en otros países.
Este acoso no se atajará con actitudes pacatas. Como ha recordado en la clausura del Congreso Joaquín Navarro-Valls, la cuestión relevante no es tanto resistir, cuanto extender el modo de vida que consideramos que construye un mundo mejor.
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