La fascinación por Cristo de Robert Hugh Benson
Robert Hugh Benson, sacerdote y escritor pasado del anglicanismo al catolicismo, murió hace ahora ciento cinco años, pero sigue siendo un gran desconocido. Bueno es recordarlo con motivo de la canonización del cardenal Newman, aquel gran converso que abrió el camino a la conversión de personas destacadas que se integraron en la Iglesia católica.
Robert Hugh Benson (1871-1914) se convirtió al catolicismo en 1903.
El Papa Francisco sacó del olvido a este gran autor de ficciones históricas y futuristas, aunque de amplios conocimientos teológicos. Lo hizo en noviembre de 2013 para referirse a su novela Señor del mundo, versión de un Anticristo de aspecto no revulsivo, que se presenta como un estadista de rasgos filantrópicos, y cuya condición para hacer feliz a sus súbditos es la renuncia expresa a la creencia en Dios. Cuando se publicó el libro en 1907, triunfaba un positivismo impulsor de una religión del hombre. Luego llegaron las enormes atrocidades del siglo XX, que nos sirvieron de advertencia sobre los riesgos de un mundo sin religión, pues la pérdida de la fe suele conllevar no solo la pérdida de la esperanza sino también de la caridad, y la tierra se convierte en un reino del individualismo, tal y como estamos viendo en nuestras sociedades occidentales. Se explica que Señor del mundo siga siendo actual.
Pero Benson es más que un consumado novelista. Es un gran teólogo que pasa por la cruz de las incomprensiones. Confiesa además que no siente emociones ni sentimientos especiales al cruzar el umbral de la Iglesia católica. Solo una fe robusta le da la certeza de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Ya es católico, mas su espíritu no descansa. No quiere caer en el estrecho círculo de esas minorías religiosas que guardan su fe para sí mismas y esperan que los demás hagan otro tanto. Benson no asemeja el cristianismo a una flor de invernadero y conoce bien la reprensión del amo al servidor que guardó el talento en un pañuelo. Tampoco se conforma con la actitud de aquellos que dicen haber encontrado la huella de Dios en el brillo de las estrellas o en las flores del campo. Quiere seguir buscando a Cristo, pues su conversión no es un punto de llegada sino de partida.
¿Dónde descubrir al Maestro? En su libro La amistad de Cristo (1912), traducido al español en Ediciones Rialp, Benson habla sobre su presencia en la Eucaristía, la Iglesia, el sacerdote y el santo, aunque a continuación insiste en la necesidad de encontrar a Cristo en el hombre corriente e incluso en el pecador. Está en la boca de todo hombre que me habla, en todos los ojos que me miran y en todos los oídos que me escuchan. Está en los pecadores porque Jesús los acoge y come con ellos (Lc 15,1). Descubrir en ellos a Cristo es esencial para mi decisión de ayudarles. Benson llega a sugerir que Jesús vive indefenso en el alma del pecador. Le habla, pero no le escucha, lucha con él y es vencido. Aunque no lo diga con sus labios, el pecador, tras el que se oculta Cristo, nos está repitiendo la quinta palabra de la cruz: ¡Tengo sed!
Si miramos al mundo y las personas con los ojos de Benson, que son los ojos de la fe, nuestra esperanza ya no es humana porque se asienta en Cristo, y Benson no duda en criticar a quienes se aferran a sus prácticas religiosas, reducidas a prácticas externas y formalistas, y se desentienden de los demás. Así nunca descubrirán a Cristo, porque no lo verán en la esposa frívola que malgasta sus energías en una vana ambición social ni en el marido que solo piensa en sus negocios durante la semana y en divertirse los domingos. Benson sigue diciéndonos: acércate a tu prójimo y descubrirás a Cristo.
Publicado en el número de octubre de la revista El Pilar de Zaragoza.
Otros artículos del autor
- Por el camino de la lucidez
- Para conocer a Chesterton
- El alma católica de España
- Joseph Roth: una vida sin hogar
- La derrota del conocimiento
- Gustave Thibon: mucho más que un filósofo cristiano
- Descubriendo a Ramón Llull
- Un retrato de Gilbert Keith Chesterton
- El generoso obispo de «Los miserables» va camino de los altares
- La espiritualidad que cautivó a Juan Pablo II