Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Preparación inmediata del confesor


por Pedro Trevijano

Opinión

Cuando vayamos a confesar, preparémonos los sacerdotes a la celebración del sacramento ante todo con la oración, invocando al Espíritu Santo para recibir su luz y caridad (Ritual de Penitencia [RP], nº 15).

En cuanto nos sea posible procuremos confesar en buena forma física, en el sentido de tener fresca la mente. La confesión nos obliga a una atención intensa, con el lógico desgaste nervioso, y una palabra desabrida dicha en la confesión puede ocasionar estragos. Por ello hemos de procurar estar lo más descansados posible: por ejemplo, si prevemos numerosas confesiones para el día siguiente, acostarnos temprano. No permanezcamos tampoco demasiado tiempo seguido en el confesonario y de vez en cuando tomémonos unos minutos de descanso. Pero hay que ser siempre personas educadas y si hay cola explicar por qué y por cuánto tiempo nos marchamos.

Sobre el lugar y ornamentos, las orientaciones doctrinales y pastorales del episcopado español dicen: "Los ornamentos propios para celebrar la reconciliación indivi­dual son el alba y la estola. Si se celebra en otro lugar apropiado, fuera de la Iglesia, no es necesario que el ministro revista ningún ornamento" (RP, 75).

Este párrafo merece un breve comentario. De hecho, con frecuencia se reserva el alba para las celebraciones comunita­rias, pero procuremos confesar al menos con estola, aunque por supuesto lo preferible es hacerlo con alba y estola.

En cuanto al lugar, nos encontramos ante el hecho que muchos penitentes, especialmente jóvenes, aborrecen el confesonario y prefieren confesarse de tú a tú, mientras que otros, por el contrario, siguen prefiriendo el confesonario. Estos diferentes deseos son legítimos y por ello de licitud indiscutible. El Código de Derecho Canónico establece en su canon 964 como lugar propio para oír confesiones las iglesias u oratorios, y dentro de ellas los confesonarios. La iglesia es el lugar más adecuado para celebrar el sacramento: el hecho mismo de ir allí se basa en la convicción que es el lugar donde los cristianos se reúnen en nombre de Cristo. Pero basta una justa causa para que tengan la libertad, sea de ir al confesonario, sea de ir a cualquier otro lugar que ofrezca la posibilidad de permitir un diálogo más fácil entre penitente y sacerdote.

En cuanto al confesonario, pienso que su utilidad, aun hoy en día, sigue siendo patente, aunque en algunos casos haya que hacer una revisión inteligente y respetuosa de los confesonarios en uso (RP, 75), y desde luego no puede imponerse como único sitio donde sea posible confesarse. "Ha de evitarse por todos los medios que las sedes para el sacramento de la Penitencia o confesonarios estén ubicados en los lugares más oscuros y tenebrosos de las iglesias, como a menudo sucede. La misma estructura del 'mueble confesonario', tal y como es en la mayoría de los casos, presta un mal servicio a la penitencia, que es lugar de encuentro con Dios, tribunal de misericordia, fiesta de reconciliación. Por esto y para dar todo el relieve necesario al acto del coloquio penitencial, debe cuidarse la estética, funcionalidad y discre­ción de la sede para oír confesiones" (Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral sobre el sacramento de la Penitencia. Dejaos reconciliar con Dios, nº 79, Madrid, 1989).

Por ello en bastantes lugares, además del tradicional confesonario, se ponen locutorios o salitas para la confe­sión, que hacen más fácil el encuentro personal entre sacerdote y penitente. Así, con frecuencia el sacramento adquiere una dimensión mucho más positiva, puesto que el encuentro se hace más personal y amistoso, incluso más relajado. Es conveniente que haya bastante luz para la lectura de la Sagrada Escritura, debiendo la decoración interior crear una atmósfera cálida y acogedo­ra.

Especialmente en las nuevas iglesias que se construyen conviene prever lugares arquitectónicamente adecuados para la celebración de este sacramento. Y si se trata de iglesias ya hechas, buscar soluciones adecuadas que no rompan la arquitectura del templo y tengan por una parte visibilidad y por otra suficiente aislamiento; por ejemplo, en muchos templos son espacios de cristal.

Puede suceder también que quien va a estas salitas busque simplemente un diálogo de alguien que le acoja, y es que a menudo, especialmente en las grandes ciudades, la gente se encuentra sola y no sabe con quién hablar, con lo que se realiza una importante función pastoral y humana, aunque de otro orden.

En todo caso la acogida ha de tener un tono de confianza respetuosa y humana, que es condición necesaria para una relación personal, que ojalá sea semejante a la que Jesús tenía con los pecadores a los que ayudaba y perdonaba (con el paralíti­co, Mc 2, 1-12; con la pecadora arrepentida, Lc 7, 26-50). Pero conviene quede muy claro que una cosa es que el sacerdote dé un consejo o ayude a ver claro, y otra realizar y celebrar el sacramento, lo que indudablemente tiene otra dimensión.

Lo más conveniente, creo, es ofrecer a nuestros penitentes las dos posibilidades: el confesonario y la salita.

Sobre el problema de si conviene que haya confesores durante las misas. Desde el punto de vista litúrgico, es desde luego deseable que los fieles se concentren en la Eucaristía y no distraigan su atención en otras cosas, aunque sean tan santas como el sacramento de la reconciliación, y esto es lo que desea el Ritual. Pero pienso -y creo que el Ritual es consciente de ello cuando simplemente aconseja y no impone- que lo mejor en ocasiones es enemigo de lo bueno, y en consecuencia el dar a la gente la oportunidad de confesarse durante la misa puede ser muy útil, especialmen­te en caso de gente poco fervorosa y que muy probablemente no iría de otro modo a confesarse. Por supuesto, para el fiel que está esperando o confesándose, ese tiempo es válido como escucha de la Misa.

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