¿Somos libres? Responden los médicos
por José F. Vaquero
La libertad es una de las cuatro o cinco palabras-talismán que orientan y justificas casi todo, e incluso la usan los constructores y detractores de una misma idea para justificar sus opiniones, decisiones y acciones. Todo está bien, se termina afirmando, con tal de que sea una decisión libre, siempre que respetes, “toleres” la libertad del otro. La “tolerancia”, otra palabra talismán, esa mezcla de indiferencia y asco hacia el otro; pero volvamos a la libertad.
En el ámbito sanitario esa libertad puede traducirse como “autonomía del paciente”. No puedo “obligar” al paciente, aunque si el paciente está en urgencias, con un traumatismo en la cabeza y perdiendo mucha sangre no va a poder dar su consentimiento, ni decidir autónomamente. También es cierto que el nazismo, y conocidos ensayos clínicos de mitad del siglo pasado, se saltaron totalmente esta autonomía del paciente, y “juguetearon a los médicos” pasando por encima de un elemental respeto a la vida. Ahí está, por ejemplo, el estudio Tuskegee sobre la sífilis realizado en la población negra americana durante varias décadas.
Ante el uso tan variado de este criterio -libertad, autonomía del paciente-, no dejo de preguntarme: ¿cómo deberíamos gestionar correctamente este principio? En pro de la libertad se debe respetar mi decisión de que me eutanasien, pero ¿por qué obligo al médico a que cometa ese acto, que además no es un acto médico? ¿Y es verdadera objeción de conciencia permitir que objete, pero avisándole expresamente de que tal decisión tendrá consecuencias para su carrera profesional?
Ante estos problemas, que son mucho más que un mero dilema de ponerme uno de estos dos pantalones, me pregunto: ¿todas las decisiones son libres, son autónomas?
Recientemente escuché a un médico, el doctor Julio Tudela, director del Observatorio de Bioética de la Universidad de Valencia, afirmar que para elegir bien necesito tener información completa y verdadera sobre la situación y las consecuencias de esa decisión. Parece obvio, pero a veces dudo de que todos lo entendamos así. Hace pocos días la ministra de Igualdad española, Irene Montero, acusaba a algunos grupos de “meter en camiones” a las mujeres que van a abortar para mostrarles el feto que tienen en su seno. Veamos la realidad, aprovechando que conozco al médico que lidera dicha “acción subversiva”. Estas mujeres, que van a hacer una “interrupción voluntaria del embarazo”, en ocasiones aceptan libremente que alguien les dé otra opción a tomar en cuenta antes de decidir. Respetando totalmente su libertad, y dando su consentimiento, suben a una furgoneta donde se les hace libremente una ecografía. Teniendo la información completa de lo que tienen en su seno, habiéndolo visto ellas mismas, se les deja que decidan.
Según nos intentan hacer creer, dar la información completa no es libertad, y en cambio ocultar el resultado de la ecografía, como harán pocos minutos después si entran a ese establecimiento abortivo, está en plena consonancia con su libertad. Porque la ecografía es una de las primeras cosas que realizarán a la mujer antes de abortar: de lo visto allí depende el coste humano y económico de la intervención. No puede haber libertad si no hay verdad.
Antes de extirpar un tumor, o comenzar un tratamiento médico, el especialista debe darnos toda la información completa, debe explicarnos los pros y contras de la actuación y solicitar nuestro consentimiento. ¿Y por qué en estos casos basta con una información parcial y sesgada? ¿No somos los adalides de la libertad, de la igualdad para todos y cada uno de los ciudadanos?
Junto a la buena información previa a la decisión, hemos de contar también con la capacidad de decidir, de poder tomar decisiones libres que, sobre todo en ciertos temas, van a comprometer seriamente mi futuro, todos los años que me quedan por vivir. Es normal que un niño no tenga, de momento, capacidad para tomar ciertas decisiones: su horizonte de vida son los próximos días, o el siguiente fin de semana. Le falta una madurez y una perspectiva que, al menos en parte, le van dar el tiempo, la edad. Por eso en todas las sociedades hay el concepto de mayoría de edad; y en muchos casos, incluso un rito para celebrar el paso de la niñez a la adultez. Esta realidad no ha cambiado por el progreso de la humanidad, aunque a veces no está tan claro ese “progreso” de la humanidad.
Hay personas que atraviesan por una grave depresión que se plantean casi como única salida el suicidio: acabar con todo, y así acabamos también con la depresión. La sociedad, con bastante sentido común, sabe que esa decisión no es una buena decisión, y cuida y protege a los enfermos con tendencias suicidas. Tiempo después, esos enfermos son los primeros que agradecen que no hayamos respetado su “libertad” para suicidarse. La depresión tenía otra salida distinta del suicidio, y gracias a que no les dejamos tomar una decisión “inmadura”, ahora pueden disfrutar de la vida, ellos, sus padres, sus hijos, sus amigos, sus compañeros.
Soy libre, aunque no con una libertad absoluta, y cuanto más me acerque a la verdad, cuanto mejor conozca la verdad y me conozca a mí mismo, podré decidir mejor. No todo está en el conocimiento, es cierto; necesitamos el apoyo del afecto y la voluntad, el afecto de los que nos rodean y la voluntad de acercarme al amor. Pero si falla el primer paso, si los cimientos tienen agujeros, la casa se desmorona completamente.
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