Opinión

El necio que soñaba con un Corán y un bidón de gasolina

El pastor Jones hará lo que se le dé la gana, y no debería. Pero ya poco importa. El show ya se montó. Este circo mediático se posterga hasta la próxima caricatura, libro o postal que desentone con los camorristas de la religión.

11 septiembre 2010 00:00

Ese afán de poder, esa parcela de éxito que el hombre carga nada más nacer ya nos viene desde Adán y Eva, para qué vamos a negarlo. Somos así, es ese pecadillo original que nos roe la sangre aun queriéndolo evitar, es esa simpleza que el pastor estadounidense Terry Jones pone en su inmenso escaparate. ¡Es su minuto de gloria! ¡Qué le vamos a hacer!

Por supuesto, me refiero a este pastorcillo protestante que arrastra a apenas 50 feligreses a su templo para invitarlos a su prime time de celebridad, a quemar cientos de ejemplares del Corán para regocijo de cuatro fanáticos y para poner en efervescencia a millones de necios como él. Nada le importa la opinión de la Santa Sede, poco le afecta la discrepancia de la mayoría de la comunidad creyente, ni siquiera lo disuade la visita de la F.B.I, ni las súplicas de La Casa Blanca. ¡De película! ¡Verlo para creerlo! Nuestro héroe de Gainesville (Florida) sigue lanzado en su cruzada personal de llamar la atención del mundo entero y soliviantar los ánimos, ya de por sí soliviantados, de una masa que jalea la sinrazón por sistema.

Sobre este tema me asombran dos cosas, como no. La primera es la inexplicable cobertura informativa que se le da a este personajillo enajenado, egoísta y vengativo. En este mundo hinchado de cerebros deshinchados, carnazas de Gran Hermano, Tú sí que vales o cualquier tontería que te dé un fuerte puntapié hasta esa fama vulgar y libidinosa, en este mundo de éxito rápido e inmediato, cualquiera ya está maquinando cualquier otra estupidez que atraiga a todas las cámaras del planeta. Por ello, creo que todos podemos coincidir en que es irracional que la prensa no vete este tipo de noticias y que no sea capaz de sopesar los perjuicios que pueden ocasionar con ellas.

¡Qué más da si el sábado 11 de septiembre quema o no los ejemplares! El daño ya está hecho.

Sin embargo, dicho esto, no puedo dejar de preguntarme qué sucedería - ¡como sucede! – si en Egipto, en Afganistán, en Irán o donde sea, quemasen ejemplares de la Biblia. ¡Nada! Nada de nada. La presión bárbara a la que nos someten los extremistas radicales del Islam debería hacer reflexionar a sus fieles más devotos. Bien es cierto, y toda la gente de buena voluntad lo sabe, que estos grupos radicales no son todo el Islam, pero sí una buena parte de ellos. No se trata de un cristiano mentecato o inmoral, de los tantos que hay por el mundo, que hace daño a la religión a la que pertenece. No se trata de eso. Se trata de una inmensa masa que amenaza, jalea y oprime con la palabra de Dios en sus labios.

¿Qué religión es esta? ¿Cómo se sorprenden que los occidentales y creyentes tolerantes seamos escépticos con sus presencias y sus mezquitas? ¿Acaso podemos asumir tranquilos que España y Europa se islamice cada lustro un poco más?

El pastor Jones hará lo que se le dé la gana, y no debería. Pero ya poco importa. El show ya se montó. Este circo mediático se posterga hasta la próxima caricatura, libro o postal que desentone con los camorristas de la religión, y nosotros a ser indulgentes con velos y jiyabs que, lo quieran reconocer o no los musulmanes de buena voluntad, son instrumentos que alimentan este caldo que ya está demasiado espeso.

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