Gasolina para pasar el frío invierno sirio: «Un mortero, se cayó el techo, gracias por ayudarnos»
Homs ha sido una de las ciudades donde la Guerra Civil de Siria se ha enquistado con mayor violencia. Casi desde el comienzo del conflicto, en el año 2011, las protestas callejeras se convirtieron en duras represiones por parte de la policía y el germen de los primeros grupos violentos de rebeldes. Por ellos Homs ha recibido el sobrenombre de la “capital de la revolución”.
Los principales puntos de combates fueron el barrio del Viejo Homs y Al-Hamidiya, lugar de importante presencia cristiana. Hacia el 2012, casi todos sus habitantes huyeron de allí, la vida era insoportable. Solo quedaron algunos ancianos que no veían otro sitio donde estar, sino en sus casas.
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Remond Ziade tenía por entonces unos 72 años, había perdido a varios familiares debido a la guerra pero se negaba a abandonar su hogar en un piso que compartía junto a sus dos hermanas, Afef, de 60 años y Nawal, de 74 años. Allí se mantuvieron firmes aunque las bombas cada vez caían más cerca del pequeño callejón al fondo del cual asoma la terraza del comedor de su casa. “Un día, estábamos aún durmiendo, cuando nos sobresaltó el impacto de un mortero”, narra su hermana Nawal Ziade, “El techo de este salón se vino abajo, junto con la pared que da a mi habitación. No sé cómo estamos vivos para contarlo”.
Los Ziade son una familia siro-católica que ha vuelto a su hogar en Homs, ya reparado tras la guerra, pero como muchos otros necesitan ayuda de ACN para la gasolina que les permite pasar el invierno
Nawal y Remond tuvieron que dejar entonces su vida en Homs. Hicieron las maletas con los poco que les cabía dentro y se marcharon, sin saber si algún día volverían a cruzar aquella puerta. “Nos evacuaron fuera de Homs, allí vivimos cerca de un año, pero volvimos nada más terminar aquí la guerra, a mediados de 2014. Prácticamente no se podía vivir pero es nuestra casa, no teníamos otros sitio mejor a donde ir”.
Remond apenas articula ya ninguna palabra, tuvo hace unos años un ataque psicológico que le dejó sin movilidad y sin habla. Se sienta junto a su hermana en uno de los sofás del salón. La estancia está ordenada en torno a un instrumento de forma cilíndrica, con una larga chimenea que sube hasta el techo y sale por una de las paredes hasta la fachada de la calle. “Esta estufa”, comenta Nawal, “es lo que nos permite poder pasar aquí los duros inviernos, además en la estufa calentamos el agua para el té y colgamos la ropa para que se seque”. Es un buen invento, muy apreciado por esta familia de hermanos solteros.
El mayor problema junto con la falta de alimentos y medicamentos hoy en día en Homs, es la necesidad imperiosa también de combustible. La estufa de los Ziade, como casi todas las estufas de hoy en día en Siria, sigue funcionando a base de gasolina, un bien preciado teniendo en cuenta los altos precios por la escasez tras la guerra. “Apreciamos mucho la ayuda que recibimos de parte de la Iglesia, con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Esto nos anima a continuar nuestra vida aquí. No necesitamos nada más, estamos juntos en familia. Aunque bueno, sí estaría bien poder hacer alguna actividad, algún pasatiempo como visitar a otros familiares.”
Nawal coge una garrafa de color rojo que guarda debajo del lavabo de la cocina, tiene gasolina en su interior. Con ella carga la estufa, luego abre la llave para que gota a gota vaya saliendo el líquido inflamable y después con una cerilla enciende el aparato. El calor es inmediato. “Vamos a poner agua en una tetera, en seguida estará lista”, comenta con una sonrisa a un grupo de ACN que ha venido visitar su casa.
Mientras sorbe su té, ante la mirada impasible de Remond, Nawal cuenta que ellos son una familia cristiana muy comprometida desde siempre con la comunidad: “Tenemos muy cerca de aquí la Iglesia de San Marón, suelo ir a misa casi todos los días, aunque voy menos de lo que querría porque mi salud ya no me lo permite. Yo y mis hermanos somos hijos de la Iglesia, mi padre y mi tío trabajaban para el obispo sirio-católico de Homs”.
Después de acabar el té, la mujer enseña otras partes de su casa donde aún se aprecian las grietas debido a los impactos de las bombas. “No queríamos irnos de aquí pero no tuvimos otra opción cuando se nos cayó el techo encima”. Todo ha sido ya reparado gracias también al apoyo de la Iglesia local, con financiación de ACN. “Doy las gracias en mi nombre y en nombre de mi hermano por las personas que piensan en nosotros, es insustituible vuestra labor. Y no solo por la ayuda económica sino también por venir a visitarnos y dar a conocer cómo estamos viviendo”.
Alguien llama a la puerta, se trata de Sara, la vecina de arriba, y su hija Maryam. Vienen a ver a los invitados y pasar un rato junto a Nawal y Remond: “Es muy normal que los vecinos nos visitemos de vez en cuando, además ellas saben que estamos mucho tiempo solos y necesitamos compañía: Pasad, ¿queréis un té?”. Sara y Maryam se sientan al lado de la mesita donde está la tetera, que aún echa humo. “Esperamos vivir en paz y poder seguir teniendo estos valores de convivencia que había antes de la gran catástrofe de la guerra”.
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(Crónica de Josué Villalón, de ACN, desde Homs)
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