Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Un obispo de Benin evoca su misa con Juan Pablo II para recomendar que se celebre «cara al Señor»

Carmelo López-Arias / ReL

A monseñor Nkoue le marcó de por vida el recogimiento de la misa que concelebró, cara al Señor, con San Juan Pablo II.
A monseñor Nkoue le marcó de por vida el recogimiento de la misa que concelebró, cara al Señor, con San Juan Pablo II.
El arzobispo de Parakou (Benin), Pascal N'Koue, se ha hecho eco en su boletín diocesano de julio de las palabras del cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en el sentido de que la celebración de la misa "cara al pueblo" no fue un deseo del Concilio Vaticano II y de que es más acorde a la tradición litúrgica cristiana hacerlo "cara al Señor" o "hacia Oriente".

Monseñor N'Koue, de 57 años, doctor en Teología y licenciado en Derecho Canónico, trabajó como diplomático para la Santa Sede en Panamá antes de ser nombrado en 1997 obispo de Natitingou, su diócesis natal, y en 2011 arzobispo de Parakou. Ordenado sacerdote en 1986, tres años después tuvo ocasión de concelebrar con San Juan Pablo II en su capilla privada. Fue la primera vez que vio hacerlo "hacia el Señor" en vez de "cara al pueblo". "¡Qué recogimiento! Me marcó para toda la vida", explica en el editorial de su boletín.

El arzobispo de Parakou cita al entonces cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y al cardenal Sarah para explicar la importancia de este gesto litúrgico y la significación de que celebrante y fieles miren juntos en dirección a Jesús Resucitado: "Tenemos derecho a la verdad. Porque a menudo la ignorancia, las ideologías de corto alcance y la falta de información objetiva crean y mantienen un clima de sospecha e incluso de desprecio hacia gestos y símbolos que hay que fomentar. Y esto perjudica al silencio sagrado, a la vida interior y a la unidad de los corazones", concluye el prelado.

Monseñor N'Koue se ha mostrado siempre muy preocupado por las cuestiones litúrgicas. En 2013 publicó en el boletín Vida diocesana un artículo sobre El arte de celebrar bien con numerosas indicaciones prácticas para sacerdotes y fieles (pincha aquí para leerlo en español).

Reproducimos a continuación el texto íntegro del editorial del arzobispo de Parakou, que menciona también las costumbres similares de otras comunidades religiosas. En Benin un 35% de la población es cristiana (mayoritariamente católicos), un 20% musulmana, y el resto practica las religiones tradicionales africanas.

Un cardenal sacude las ideas que hemos recibido
“Quiero recordaros que la celebración versus orientem [hacia Oriente] está autorizada por las rúbricas del Misal (de Pablo VI), que precisan los momentos en los que el celebrante debe volverse hacia el pueblo. Por tanto no hace falta ninguna autorización especial para celebrar cara al Señor”, dice el cardenal Robert Sarah.

Y he aquí lanzado de nuevo el viejo debate. ¿Debe el sacerdote en el altar situarse cara al pueblo o dar la espalda a los fieles hacia Oriente, donde sale el Sol? El autor del gran libro Dios o nada zanja la cuestión: “El Concilio jamás pidió que se celebrase cara al pueblo”.


Pincha aquí para adquirir el libro del cardenal Robert Sarah Dios o nada.

La primera vez que tuve el privilegio de concelebrar con el Papa Juan Pablo II, en su capilla privada en el Vaticano, el altar estaba pegado a la pared. Todos (los celebrantes y el pueblo) estábamos juntos dirigidos en la misma dirección, hacia el altar para la celebración del Santo Sacrificio. ¡Qué recogimiento! Me marcó para toda la vida. Desde ese día, siempre me ha insatisfecho la posición de los altares entre el sacerdote y el pueblo, para celebrar cara a cara.

Siempre se me había dicho que había sido el Concilio Vaticano II quien lo había decretado. Otro argumento que se da a menudo es que no sería cortés celebrar la misa “dando la espalda al pueblo”. Pero allí, en 1989, yo estaba en la capilla del Papa Juan Pablo II, quien también participó en el Concilio. Y el Papa, esa “roca inquebrantable”, no podía fomentar algo inapropiado y faltar a la cortesía al Pueblo Dios. Entonces, ¿qué pensar?

En eso estaba yo cuando un día descubrí un libro de gran valor. Esto es lo que leí: “Después del Concilio (que no menciona el volverse hacia el pueblo), en todas partes se dispusieron nuevos altares, hasta el punto de que la orientación de la celebración versus populum [hacia el pueblo] parece hoy consecuencia de la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II”. Es un extracto de El espíritu de la liturgia, del cardenal Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI.


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Más adelante, escribe esto: “Antes al contrario, la orientación de todos hacia el este durante el canon (o Plegaria Eucarística) sigue siendo esencial. No se trata de un elemento accidental de la liturgia. Lo importante no es mirar al sacerdote, sino dirigir una mirada común hacia el Señor. No se trata aquí de diálogo, sino de una adoración común”. Y el antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe concluía su alegato con este matiz: “No se trata de refugiarse en un pasado romántico y lejano, sino de redescubrir la esencia de la liturgia cristiana”.

Efectivamente, el Concilio Vaticano II no ofrece ninguna directriz sobre la posición del sacerdote en el altar. Sobre la base de un error de interpretación sobre la posición de la basílica de San Pedro, después del Concilio los liturgistas exhortaron abundantemente a celebrar cara al pueblo: “Por motivos puramente topográficos, que no detallaremos, resulta que el ábside de la basílica de San Pedro mira al oeste. Si el sacerdote celebrante, en conformidad con la tradición de la oración cristiana, quería hacerlo hacia el este, lógicamente tenía que volverse hacia el pueblo. Bajo esta influencia, algunos arquitectos copiaron esta disposición en muchas iglesias, lo que otorgó valor de referencia a esa costumbre. En el siglo XX, la renovación litúrgica se apropió de ese modelo hipotético para elaborar un concepto nuevo: la celebración de la Eucaristía versus populum [hacia el pueblo]; por ese motivo el altar, según la 'norma' de San Pedro, debía estar dispuesto de tal forma que el sacerdote y el pueblo se mirasen uno a otro para formar juntos el círculo de celebrantes. Sólo eso, se pensó entonces, podía corresponder al espíritu de la liturgia cristiana y a la consigna de la participación activa, y hacer así la celebración litúrgica moderna fiel al prototipo de la Santa Cena” (El espíritu de la liturgia).

Ahora bien, la oración litúrgica hacia Oriente no sólo tiene en cuenta la tradición que remonta a los orígenes del cristianismo, sino también tiene en cuenta al cosmos. Esta posición tiene en cuenta el pasado y nos dispone a caminar hacia el reino del mundo futuro. Es verdad que esta posición dejó de ser obligatoria en el siglo XVI, pero hay interés en redescubrirla: "La orientación de las iglesias dejó de ser obligatoria en el siglo XVI; pero, salvo razones específicas, en este asunto es preferible seguir la tradición. Esta orientación nos recuerda que nuestros corazones deben volverse hacia Jesucristo, el divino Sol de Justicia, el auténtico Sol venido del cielo para visitarnos” (La liturgie, colección Encyclopédie de la Foi, Clovis 2004.)
 
Si nos fijamos en los musulmanes, el imán y sus fieles se dirigen todos hacia el este, hacia La Meca, para rezar. Si nos fijamos en la religión tradicional africana, ocurre lo mismo: el sacrificador y sus adeptos se vuelven concjuntamente hacia lo que representa la divinidad (una montaña, una fuente, un árbol, etc.) para ofrecerle el sacrificio a Dios. Nadie piensa que el sacrificador esté dando la espalda a los demás.

En el Antiguo Testamento, todas las sinagogas estaban orientadas hacia el Templo de Jerusalén. Todas las grandes religiones se vuelven hacia algo sagrado o hacia alguna divinidad. El hombre, que no es un espíritu puro, necesita de esa orientación, aunque Dios esté en todas partes. Me pregunto si la inculturación litúrgica en África no debería comenzar por la orientación y la posición del sacerdote que sacrifica en el altar.

Un último testimonio, y no menor, porque viene de aquel a quien el Papa Francisco ha confiado la liturgia en la Iglesia: me refiero al cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Él llama a una conversión interior para poner de nuevo a Dios en el centro de la liturgia: “Convertirse es volverse hacia Dios. Estoy profundamente convencido de que nuestros cuerpos deben participar en esa conversión. La mejor forma, ciertamente, es celebrar –sacerdotes y fieles- dirigidos conjuntamente en la misma dirección: hacia el Señor que viene. No se trata, como se escucha a veces, de celebrar de espaldas a los fieles o de frente a ellos. El problema no es ése. Se trata de volverse juntos hacia el ábside, que simboliza el Oriente o trono de la Cruz del Señor resucitado. Celebrando así experimentamos, también corporalmente, la primacía de Dios y de la adoración”. Y el cardenal propone concretamente esta orientación común “al menos en el rito penitencial, en el canto del Gloria y en la plegaria eucarística” (entrevista al semanario Famille Chrétienne, nº 2002, 28 de mayo de 2016). Yo añadiría también que durante la oración de los fieles.

Tenemos derecho a la verdad. Porque a menudo la ignorancia, las ideologías de corto alcance y la falta de información objetiva crean y mantienen un clima de sospecha e incluso de desprecio hacia gestos y símbolos que hay que fomentar. Y esto perjudica al silencio sagrado, a la vida interior y a la unidad de los corazones.
 
A veces la orientación común hacia Oriente no es posible. ¿Qué hacer entonces? El cardenal Ratzinger, en ese caso, recomienda que miremos todos hacia la Cruz situada en mitad del altar. Ella nos recuerda el Calvario. Es preciso que sea grande y visible desde lejos. Debe tener “personalidad” sobre el altar e incluso dominar. El Señor es el punto de referencia para el sacerdote y los fieles. Volvámonos hacia Él. Él es el Sol de la Historia, la luz que no se apaga, el Sol eterno que orienta nuestras vidas. Él volverá. Y nosotros caminamos hacia Él a su encuentro.
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