La apelación del cardenal Pell será el 11 de marzo: nuevos estudios avalan la duda sobre los hechos
El Tribunal Supremo australiano ha fijado para los días 11 y 12 de marzo la vista de la apelación presentada por la defensa el cardenal George Pell, aunque su decisión podría demorarse durante meses. El purpurado australiano, de 78 años, cumple actualmente en la prisión de máxima seguridad de Barwon la condena de seis años a la que fue sentenciado en marzo de 2019 por el supuesto abuso sexual a dos niños de coro en la sacristía de la catedral de Melbourne, tras la misa dominical, recién llegado a la diócesis en 1996. Si la condena no es revocada, no podría quedar en libertad antes de cumplir 3 años y 8 meses.
En agosto, el cardenal vio rechazada por 2 votos contra 1 la primera apelación ante el Tribunal Superior del estado de Victoria. Ahora el más alto tribunal del país deberá decidir si, según sostiene la defensa, esa decisión se tomó sin alcanzar la convicción de culpabilidad más allá de toda duda razonable, como sostuvo el magistrado discrepante.
Ya desde antes de la primera condena se han sucedido los artículos y estudios que señalan la inconsistencia del caso contra Pell, desde personalidades como George Weigel, quien habla directamente de "vergüenza" para el sistema judicial australiano, a periodistas de cadenas no precisamente afines al cardenal, como Sky Australia, donde Andrew Bolt reconstruyó la cronología del crimen para demostrar la imposibilidad física de su comisión en las circunstancias descritas por la supuesta víctima, única prueba aportada.
Contundentes argumentos de la defensa
Y siguen publicándose análisis de los hechos que son demoledores, como el de un meticuloso matemático de Cardiff (Gales), Chris Friel en Big News Network el 4 de febrero (Friel ofrece en su página de Academia otras aportaciones al respecto), y el exhaustivo y desapasionado de R.J. Smith el 10 de febrero en Quillette.
Los argumentos son contundentes. Si los hechos tuvieron lugar inmediatamente después de la misa, como sostuvo al principio la supuesta víctima, es físicamente imposible que los chicos llegasen a la sacristía antes que Pell, pues el obispo y la procesión se separaron a ocho metros de la sacristía. Pell habría ido directamente a ella, mientras que los chicos de coro habrían tenido que hacer un recorrido tres veces mayor y atestado de gente. De ahí que el denunciante cambiase su versión para afirmar que los hechos habían sucedido unos cinco minutos después. Eso pudo ser porque Pell, recién llegado a la diócesis, era en aquellos días saludado por los fieles que querían conocerle, según declararon varios testigos. Pero eso muestra que en la zona había numerosas personas, lo que hace inverosímil que alguien se arriesgase a unos actos de esa naturaleza en la vecina sacristía.
Además, el maestro de ceremonias, Charles Portelli, declaró que siempre acompañaba al celebrante a la sacristía y le ayudaba a desvestirse, y que, a pesar del tiempo transcurrido (23 años), justo por su excepcionalidad se acordaría de no haberlo hecho algún día -más cuando el prelado acababa de instalarse en Melbourne y aún no conocía bien los entresijos del templo-, y no tenía ese recuerdo.
Pero es que, además, el denunciante (las supuestas víctimas serían dos, pero una falleció de sobredosis de drogas en 2014 y nunca mencionó el asunto a nadie) afirma que Pell habría dejado la puerta de la sacristía totalmente abierta durante los abusos. El cardenal explicó en el juicio -y varios testigos lo corroboraron- que la sacristía de la catedral, cinco minutos después de terminar la misa mayor de domingo, era un lugar concurrido con los sacerdotes desvistiéndose de los ornamentos sagrados y los ayudantes recogiendo el material, y que, de haber estado momentáneamente vacío, el riesgo de que alguien entrase era máximo durante los cinco o seis minutos que, según la acusación, duró el ataque: una felación que el prelado habría obligado a hacer a los niños del coro.
También se han señalado contradicciones entre la forma en la que Pell -quien, según la acusación, no habría llegado a quitarse las vestiduras litúrgicas- habría apartado su ropa para facilitar el abuso, y la propia confección de esa ropa. El abuso pudo tener lugar con Pell vestido, pero la forma en la que fue descrito por la supuesta víctima se contradice con la forma en la que habría tenido que suceder.
Otra contradicción del denunciante se refiere a la sacristía misma. Según declaró, había una pequeña cocina, y en un recorrido grabado que hizo por el lugar a modo de prueba, y que fue posteriormente mostrado al jurado, dijo que la habitación no había cambiado respecto a como la recordaba. Sin embargo, Max Potter, el sacristán, demostró sin ser contradicho por la fiscalía que la cocina se instaló en 2003 o 2004, siete u ocho años después.
¿Cómo pudo ser condenatoria una sentencia basada únicamente en la declaración de la víctima, y por tanto en su credibilidad, ante tal cúmulo de contradicciones, desmemorias e imposibles físicos y cronológicos? El Tribunal Supremo no volverá a juzgar los hechos, pero sí tendrá que examinar si el fallo inicial y la posterior apelación tuvieron en cuenta el principio de que no puede condenarse a alguien en presencia de dudas razonables sobre las pruebas.
Los estudios más precisos publicados hasta ahora
Éstos son los extensos y analíticos estudios (en inglés) de Chris Friel y R.J. Smith:
Cardinal Pell's Innocence or Guilt, now a matter for the High Court (Chris Friel)
Convictions and Doubts: The Case of Cardinal Pell (R.J. Smith)