Musulmanes en un bus parado por yihadistas se niegan a bajar y protegen a los pasajeros cristianos
«Mátennos a todos, musulmanes y cristianos, o déjennos en paz».
Con este gesto extremo de valor y lúcida locura un grupo de musulmanes evitó la enésima carnicería de civiles cristianos por parte del grupo yihadista somalí al-Shabaab en Kenya.
La comitiva se encontraba a bordo de un autobús cerca de El Wak, en el norte de Kenya, a pocos kilómetros de la frontera con Somalia; de repente, los milicianos atacaron el vehículo e intimaron a los pasajeros a descender: los cristianos de un lado y los musulmanes de otro, en un ritual que se ha vuelto desgraciadamente común en esta parte de África.
Arrodillados, con una ametralladora apuntándoles a la nuca y resignados a la muerte, los keniatas cristianos, que estaban volviendo a casa desde Nairobi para celebrar la Navidad, fueron milagrosamente salvados por la reacción inesperada de sus compatriotas musulmanes, que se interpusieron entre ellos y los terroristas como escudos humanos. Un gesto que provocó la huída de los atacantes, sorprendidos por tanto valor.
Durante el asalto, víctimas del pánico, dos personas cuya confesión religiosa se desconoce, trataron de escapar y fueron asesinadas. El conductor y otros dos pasajeros resultaron heridos, pero no están en peligro.
Una reacción extrema que demuestra que la población del norte de Kenya, principalmente musulmana y de origen somalí, está harta de los repetidos ataques de las milicias yihadistas de al-Shabbab, que están provocando la fuga de los cristianos (aunque no solo de ellos) de la árida y pobre región septentrional del país.
En 2015, justamente después de una de las ejecuciones del grupo fundamentalista islámico que tuvo los mismos rasgos (los agresores dividieron a sus víctimas en grupos de cristianos y musulmanes), más de 2.000 personas (maestros escolares, agentes sanitarios) decidieron abandonar la zona por razones de seguridad.
Un episodio idéntico, y con un final mucho más dramático, se verificó hace un año, cuando 36 cristianos keniatas, que viajaban en un autobús a sus tierras de origen para celebrar la Navidad con sus familias, fueron secuestrados por el grupo fundamentalista. Como no pudieron recitar versos del Corán, fueron asesinadas.
Y hace ocho meses se verificó el drama en el campus de la Universidad de Garissa, en donde terroristas somalíes asesinaron a 147 chicos «culpables» de profesar una fe diferente de la de los yihadistas.
Según los sistemas de inteligencia keniatas, en las últimas tres semanas por lo menos 200 terroristas habrían entrado al país. Un impulso más para el desesperado proyecto del presidente de Kenya de construir un muro a lo largo de la frontera entre Kenya y Somalia, para tratar de detener la amenaza terrorista.
Con este gesto extremo de valor y lúcida locura un grupo de musulmanes evitó la enésima carnicería de civiles cristianos por parte del grupo yihadista somalí al-Shabaab en Kenya.
La comitiva se encontraba a bordo de un autobús cerca de El Wak, en el norte de Kenya, a pocos kilómetros de la frontera con Somalia; de repente, los milicianos atacaron el vehículo e intimaron a los pasajeros a descender: los cristianos de un lado y los musulmanes de otro, en un ritual que se ha vuelto desgraciadamente común en esta parte de África.
Arrodillados, con una ametralladora apuntándoles a la nuca y resignados a la muerte, los keniatas cristianos, que estaban volviendo a casa desde Nairobi para celebrar la Navidad, fueron milagrosamente salvados por la reacción inesperada de sus compatriotas musulmanes, que se interpusieron entre ellos y los terroristas como escudos humanos. Un gesto que provocó la huída de los atacantes, sorprendidos por tanto valor.
Durante el asalto, víctimas del pánico, dos personas cuya confesión religiosa se desconoce, trataron de escapar y fueron asesinadas. El conductor y otros dos pasajeros resultaron heridos, pero no están en peligro.
Una reacción extrema que demuestra que la población del norte de Kenya, principalmente musulmana y de origen somalí, está harta de los repetidos ataques de las milicias yihadistas de al-Shabbab, que están provocando la fuga de los cristianos (aunque no solo de ellos) de la árida y pobre región septentrional del país.
En 2015, justamente después de una de las ejecuciones del grupo fundamentalista islámico que tuvo los mismos rasgos (los agresores dividieron a sus víctimas en grupos de cristianos y musulmanes), más de 2.000 personas (maestros escolares, agentes sanitarios) decidieron abandonar la zona por razones de seguridad.
Un episodio idéntico, y con un final mucho más dramático, se verificó hace un año, cuando 36 cristianos keniatas, que viajaban en un autobús a sus tierras de origen para celebrar la Navidad con sus familias, fueron secuestrados por el grupo fundamentalista. Como no pudieron recitar versos del Corán, fueron asesinadas.
Y hace ocho meses se verificó el drama en el campus de la Universidad de Garissa, en donde terroristas somalíes asesinaron a 147 chicos «culpables» de profesar una fe diferente de la de los yihadistas.
Según los sistemas de inteligencia keniatas, en las últimas tres semanas por lo menos 200 terroristas habrían entrado al país. Un impulso más para el desesperado proyecto del presidente de Kenya de construir un muro a lo largo de la frontera entre Kenya y Somalia, para tratar de detener la amenaza terrorista.
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