La crisis económica y el maltrato a niños, causa de quemaduras
La hermana Reyes, de Barcelona, atiende en Egipto a 250 quemados cada día: tiene un remedio propio
[El Mundo publicó el 22 de agosto esta crónica desde Samalut sobre el trabajo de la Hermana Reyes. El 25 de agosto El Mundo detalló que la Hermana Reyes murió en 20 de junio en Barcelona, y que la crónica era un homenaje a su gran trabajo. Nota de ReL].
Tres días por semana un ejército de musulmanes y cristianos procesiona hasta el dispensario que la monja barcelonesa Reyes Callís regenta en Samalut, una ciudad de campos verdes y tierra árida en medio del Alto Egipto, a unos 250 kilómetros al sur de El Cairo.
Los peregrinos, de todas las edades y llegados desde lugares remotos, buscan el popular remedio que Reyes prepara y administra para sanar pieles abrasadas y hechas jirones por disputas familiares, percances laborales y temerarias hogueras.
"En verano, cuando los niños han terminado el colegio, no bajamos de 250 curas al día", cuenta Reyes desde la clínica instalada en la planta baja de la misión del Sagrado Corazón en Samalut.
La pequeña estancia, alicatada con sencillos azulejos blancos, es un centro de referencia para los quemados que pueblan el sur de Egipto, la región más empobrecida del país.
"A menudo lo más fácil es encender una cerilla. Antes llegaban muchas mujeres a las que les arrojaban el hornillo al rechazar el casamiento con un chico del pueblo o discutir con su marido. Ahora son los niños de 3 o 4 años los que sufren más quemaduras. Cuando no obedecen o se orinan en la cama, les queman con una cuchara ardiendo en las nalgas. También recibimos a muchos pequeños a los que les queman las manos", relata la religiosa de 71 años, diplomada en enfermería y volcada desde 1972 en el tratamiento de los pacientes desfigurados por el fuego.
"Nos dedicamos a esto -explica- porque es una necesidad del país. Hemos curado a gente incluso llegada de El Cairo o Libia. En la capital egipcia hay dos modelos de hospitales: los de cinco estrellas y el resto, que recoge a los que no pueden pagarse los primeros".
Su labor de décadas, que ha inculcado a un reducido equipo de ayudantes, le ha granjeado fama en varias provincias limítrofes. "Cuando llegué a Samalut en 1991, realizábamos 40 curas diarias y nos parecía mucho. Ahora tenemos una dimensión que no conoce límites. Nos suele visitar gente que ha estado 15 días en hospitales con quemaduras que no han sanado. Son los familiares y amigos quienes les recomiendan acudir a nosotras. ´Ve con las monjas´ les dicen", narra orgullosa la hermana, sin un ápice de fatiga a pesar de cumplir con una estricta y agotadora agenda.
"Las mañanas las tenemos ocupadas toda la semana. Los lunes y viernes vamos en nuestro propio coche a un pueblo que está a unos 16 kilómetros y donde atendemos quemaduras, enfermedades de la piel y caída del cabello. Los martes, jueves y sábados tenemos consulta aquí", detalla Reyes.
El secreto que les ha dado fama es un ungüento casero elaborado a partir del aloe vera que cultivan en el patio trasero. "En una ocasión una compañera de la congregación nos contó que hacia las curas con aloe. Pensé que era imposible acudir al jardín siempre que quisiéramos atender a alguien. Por eso ideé una preparación con aloe, vaselina y algunos antibióticos que ha tenido unos resultados imponentes", señala la monja.
Y agrega: "Lo habitual es que con una cura sea suficiente para quemaduras de primer o segundo grado. En otros casos, se necesitan tres o cuatro sesiones. Cuando son más profundas y grandes es otro cantar y tienen que venir hasta 12 veces en un mes. Si no mejoran, los derivamos a un hospital de Asiut para someterse a un injerto".
Hay incluso quienes optan por trasladarse a vivir a la zona para recibir la pomada y los cuidados de Reyes.
En el mismo recinto, las hermanas también gestionan un centro de atención a discapacitados.
Durante las últimas cuatro décadas, la memoria de la catalana ha guardado un sinfín de tragedias personales arrasadas por los abismos sociales que desangran el país mas poblado del mundo árabe. "Recuerdo a un niño epiléptico. Cada vez que le hacía la cura rezaba porque temía que los trozos de dedo acabaran en mi mano", murmura.
Aún hoy su mayor zozobra son los accidentes que cada cierto tiempo quiebran la paz de una ciudad de 80.000 almas. "Nos pueden llegar -afirma- 20 quemados por el incendio en un mercado de animales o por un muled (romería). Este año, por ejemplo, ha sido horroroso porque la crisis económica ha hecho que la gente vuelva a calentarse quemando madera. Es habitual que añadan gasolina cuando el fuego no ha acabado y es así como se producen las heridas. El año pasado, en cambio, los problemas fueron porque guardaban en el interior de las viviendas los barriles de combustible destinados al mercado negro".
Acostumbrada a tratar con las huellas que dejan trifulcas, castigos y accidentes, Reyes -habladora y enérgica- no olvida los rostros de quienes llaman a su puerta retorciéndose de dolor. Los mantiene grabados a sangre y fuego en su retina y suele preguntarse por su destino. "Hay una niña que acudió hace poco con unas quemaduras muy serias. La tratamos pero no ha regresado. Me da mala espina", confiesa.
La hermana Juanita, con los más pobres
El caos de las urbes egipcias asalta las tapias que protegen la consulta de Sor Reyes. A mediodía, los ´tok tok´ -motocicletas de tres ruedas- avanzan por la avenida contigua entre un clamor de cláxones. Intramuros, la barcelonesa comparte los días con Juana Rivero -Juanita, como le gusta que la llamen-, una monja canaria que aterrizó en la tierra de los faraones allá por 1964.
"Aquí me encuentro como si estuviera en España. En medio de mi familia. Conozco a todo el mundo y todo el mundo me conoce. Egipto es mi segunda patria, mi pueblo y mi gente", admite desde el comedor de la vivienda de la congregación.
Juanita se encarga de los talleres donde se confecciona material para los jardines de infancia cercanos y dirige las visitas a los hogares más desfavorecidos de Samalut.
"Me enviaron y obedecí. Necesitaban reemplazar a las monjas francesas que se habían marchado en aquel momento de tensiones políticas en Egipto", evoca la hermana. Reyes asiente y, entre risas, apostilla: "Todo ha cambiado mucho. Por aquel entonces éramos las únicas que teníamos coche. Y nos tenían vigiladas. A la superiora le decían que corríamos mucho, que íbamos a 80 kilómetros por hora". F.C.
Tres días por semana un ejército de musulmanes y cristianos procesiona hasta el dispensario que la monja barcelonesa Reyes Callís regenta en Samalut, una ciudad de campos verdes y tierra árida en medio del Alto Egipto, a unos 250 kilómetros al sur de El Cairo.
Los peregrinos, de todas las edades y llegados desde lugares remotos, buscan el popular remedio que Reyes prepara y administra para sanar pieles abrasadas y hechas jirones por disputas familiares, percances laborales y temerarias hogueras.
"En verano, cuando los niños han terminado el colegio, no bajamos de 250 curas al día", cuenta Reyes desde la clínica instalada en la planta baja de la misión del Sagrado Corazón en Samalut.
La pequeña estancia, alicatada con sencillos azulejos blancos, es un centro de referencia para los quemados que pueblan el sur de Egipto, la región más empobrecida del país.
"A menudo lo más fácil es encender una cerilla. Antes llegaban muchas mujeres a las que les arrojaban el hornillo al rechazar el casamiento con un chico del pueblo o discutir con su marido. Ahora son los niños de 3 o 4 años los que sufren más quemaduras. Cuando no obedecen o se orinan en la cama, les queman con una cuchara ardiendo en las nalgas. También recibimos a muchos pequeños a los que les queman las manos", relata la religiosa de 71 años, diplomada en enfermería y volcada desde 1972 en el tratamiento de los pacientes desfigurados por el fuego.
"Nos dedicamos a esto -explica- porque es una necesidad del país. Hemos curado a gente incluso llegada de El Cairo o Libia. En la capital egipcia hay dos modelos de hospitales: los de cinco estrellas y el resto, que recoge a los que no pueden pagarse los primeros".
Su labor de décadas, que ha inculcado a un reducido equipo de ayudantes, le ha granjeado fama en varias provincias limítrofes. "Cuando llegué a Samalut en 1991, realizábamos 40 curas diarias y nos parecía mucho. Ahora tenemos una dimensión que no conoce límites. Nos suele visitar gente que ha estado 15 días en hospitales con quemaduras que no han sanado. Son los familiares y amigos quienes les recomiendan acudir a nosotras. ´Ve con las monjas´ les dicen", narra orgullosa la hermana, sin un ápice de fatiga a pesar de cumplir con una estricta y agotadora agenda.
"Las mañanas las tenemos ocupadas toda la semana. Los lunes y viernes vamos en nuestro propio coche a un pueblo que está a unos 16 kilómetros y donde atendemos quemaduras, enfermedades de la piel y caída del cabello. Los martes, jueves y sábados tenemos consulta aquí", detalla Reyes.
El secreto que les ha dado fama es un ungüento casero elaborado a partir del aloe vera que cultivan en el patio trasero. "En una ocasión una compañera de la congregación nos contó que hacia las curas con aloe. Pensé que era imposible acudir al jardín siempre que quisiéramos atender a alguien. Por eso ideé una preparación con aloe, vaselina y algunos antibióticos que ha tenido unos resultados imponentes", señala la monja.
Y agrega: "Lo habitual es que con una cura sea suficiente para quemaduras de primer o segundo grado. En otros casos, se necesitan tres o cuatro sesiones. Cuando son más profundas y grandes es otro cantar y tienen que venir hasta 12 veces en un mes. Si no mejoran, los derivamos a un hospital de Asiut para someterse a un injerto".
Hay incluso quienes optan por trasladarse a vivir a la zona para recibir la pomada y los cuidados de Reyes.
En el mismo recinto, las hermanas también gestionan un centro de atención a discapacitados.
Durante las últimas cuatro décadas, la memoria de la catalana ha guardado un sinfín de tragedias personales arrasadas por los abismos sociales que desangran el país mas poblado del mundo árabe. "Recuerdo a un niño epiléptico. Cada vez que le hacía la cura rezaba porque temía que los trozos de dedo acabaran en mi mano", murmura.
Aún hoy su mayor zozobra son los accidentes que cada cierto tiempo quiebran la paz de una ciudad de 80.000 almas. "Nos pueden llegar -afirma- 20 quemados por el incendio en un mercado de animales o por un muled (romería). Este año, por ejemplo, ha sido horroroso porque la crisis económica ha hecho que la gente vuelva a calentarse quemando madera. Es habitual que añadan gasolina cuando el fuego no ha acabado y es así como se producen las heridas. El año pasado, en cambio, los problemas fueron porque guardaban en el interior de las viviendas los barriles de combustible destinados al mercado negro".
Acostumbrada a tratar con las huellas que dejan trifulcas, castigos y accidentes, Reyes -habladora y enérgica- no olvida los rostros de quienes llaman a su puerta retorciéndose de dolor. Los mantiene grabados a sangre y fuego en su retina y suele preguntarse por su destino. "Hay una niña que acudió hace poco con unas quemaduras muy serias. La tratamos pero no ha regresado. Me da mala espina", confiesa.
La hermana Juanita, con los más pobres
El caos de las urbes egipcias asalta las tapias que protegen la consulta de Sor Reyes. A mediodía, los ´tok tok´ -motocicletas de tres ruedas- avanzan por la avenida contigua entre un clamor de cláxones. Intramuros, la barcelonesa comparte los días con Juana Rivero -Juanita, como le gusta que la llamen-, una monja canaria que aterrizó en la tierra de los faraones allá por 1964.
"Aquí me encuentro como si estuviera en España. En medio de mi familia. Conozco a todo el mundo y todo el mundo me conoce. Egipto es mi segunda patria, mi pueblo y mi gente", admite desde el comedor de la vivienda de la congregación.
Juanita se encarga de los talleres donde se confecciona material para los jardines de infancia cercanos y dirige las visitas a los hogares más desfavorecidos de Samalut.
"Me enviaron y obedecí. Necesitaban reemplazar a las monjas francesas que se habían marchado en aquel momento de tensiones políticas en Egipto", evoca la hermana. Reyes asiente y, entre risas, apostilla: "Todo ha cambiado mucho. Por aquel entonces éramos las únicas que teníamos coche. Y nos tenían vigiladas. A la superiora le decían que corríamos mucho, que íbamos a 80 kilómetros por hora". F.C.
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