Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Testimonios de chicas yazidíes y hombres cristianos

Hablan presos de la yihad: «Nos pegan y venden, dicen que nos convirtamos, se creen superhombres»

Mujeres refugiadas en Khazair, Irak... los yihadistas hacen negocio con las mujeres de minorías no islámicas, que venden como siervas, concubinas o segundas esposas
Mujeres refugiadas en Khazair, Irak... los yihadistas hacen negocio con las mujeres de minorías no islámicas, que venden como siervas, concubinas o segundas esposas

Tempi.it

Llegan a los periódicos italianos trágicos testimonios de las condiciones de las poblaciones cristiana y yazidí en Irak.

Las milicias del Estado islámico siguen dominando parte del territorio, infligiendo terribles torturas a la población.

Un modo para evitarlas existe: convertirse, pero a veces - sobre todo en lo que atañe a las mujeres - esto tampoco es suficiente.

Lorenzo Cremonesi, corresponsal del "Corriere della Sera", ha recogido el testimonio de Amira, de 17 años, yazidí, que durante veinte días ha vivido como una esclava en las garras de los yihadistas:

»Los hombres llegaban a todas horas, de día y de noche - ha relatado -. A veces solos, o en grupos de dos o tres. Cada vez, nuestros guardianes nos ordenaban a todas las chicas que bajáramos a la sala de la planta baja. Era una sala amplia, lujosa, con sillones, alfombras y muchas lámparas. Algunos hombres elegían rápidamente, en menos de cinco minutos. Otros lo hacían en dos horas. Estaban en la sala, hablando, y de vez en cuando nos miraban.

»Nosotras permanecíamos sentadas, esperando. Casi todos nos agarraban por la cabeza, nos obligaban a mirarles a los ojos, querían que nos soltáramos el cabello. Después hacían que nos giráramos para mirarnos por detrás. No podíamos cubrirnos. Nuestros carceleros nos habían quitados los chales y los velos porque alguna había intentado usarlos para ahorcarse.

»Cuando elegían a una mujer la agarraban por la mano. Casi todas gritaban, imploraban que las dejaran, incluso que las matasen. No había demasiada violencia, dos guardianes empujaban a las que se resistían más, las escoltaban hasta la puerta. Ellas lloraban, casi siempre lloraban… Después, todo se había acabado. Todas las que habían sido elegidas ya no volvían nunca más. Dicen que a algunas las han llevado a Siria, dadas como esposas a los guerrilleros. Pero yo no lo sé. Sólo sé que los que venían a cogernos no todos eran guerrilleros.

»Algunos nos querían como segundas o terceras esposas. Había hombres viejos, con los dientes amarillos. Me daban asco. He visto hombres de más de sesenta años llevarse a chicas de diecisiete. No sé cuanto pagaban, ni siquiera si pagaban. Pienso que nos compran, porque me lo han dicho aquí, en Dohuk, después de que conseguí huir. Pero cuando era prisionera no sabía que nos vendían.

»La única cosa que nos decían siempre era que teníamos que convertirnos al Islam. Que era justo, natural. Si lo hacíamos espontáneamente, todo sería más fácil para nosotras. Nos convertiríamos en esposas de árabes musulmanes y estaríamos muy bien».

La joven cuenta que otras cincuenta mujeres siguen prisioneras. Y llegan noticias de un centenar de niños encerrados en un orfanato de Mosul: «Todos los que tienen más de siete años son separados de sus madres», cuenta Amira, que sigue:

»Nos metieron en un vehículo y nos llevaron a la aldea de Sibae. Nos robaron todo. Nos gritaban siempre que teníamos que convertirnos. Separaron enseguida a los hombres, eran más de cuarenta. Pienso que los mataron a todos poco después, en los alrededores de la aldea.

»A las mujeres nos llevaron a la ciudad de Sinjar y nos encerraron en la estación de policía. Había ya otras mujeres, muchísimas, tal vez 800 y hubo una primera selección. Sobre todo separaban a las vírgenes de las casadas, sólo los niños muy pequeños podían quedarse con sus madres. En la cárcel éramos tal vez 1.500. En mi celda conté hasta 150. Fue entonces cuando se llevaron algunas, una a una. Pero nuestra condición de esclavas para la venta quedó patente en la casa lujosa de Mosul.

»Al principio éramos unas 200 entre mujeres y chicas jóvenes. La mitad fue vendida en las primeras 24 horas. Permanecí allí por lo menos una semana. Nuestros guardianes parecían un grupo especial: todos turcomanos suníes iraquíes. No vi extranjeros.

»Trajeron una doctora para que nos visitara. Ha sido la única mujer que he visto con ellos. Nos hizo un control ginecológico, más concienzudo en las mujeres embarazadas y en las casadas.

En "Repubblica", el corresponsal Pietro Del Re ha publicado un coloquio telefónico con otra joven, Mayat (no es su nombre verdadero), que ha narrado los horrores a los que ha sido sometida por parte de los terroristas. Mayat habla mientras sigue prisionera:

«Los primeros días - relata -, cuando nos veían con el móvil en la mano nos lo quitaban inmediatamente. Pero después nuestros carceleros cambiaron de estrategia y para herirnos ulteriormente nos dijeron que relatáramos con todo detalle a nuestros padres lo que nos hacen. Se burlan de nosotras porque se creen invencibles, porque se sienten superhombres. Pero son sólo personas sin corazón».

La jovencita habla de abusos infligidos a unas cuarenta mujeres:

«Maltratan también a las mujeres que tienen un hijo pequeño con ellas y a las niñas: algunas de nosotras aún no han cumplido los 13 años. Son las que reaccionan peor a toda esta asquerosidad. Hay algunas que han dejado de hablar. Una se ha arrancado el cabello y se la han llevado».

Las violencias se realizan en tres habitaciones («las habitaciones de los horrores», las llama Mayat), a veces hasta tres veces al día:

«Nos tratan como si fuéramos sus esclavas. Nos lanzan a las garras de hombres distintos cada vez. Algunos llegan incluso de Siria. Nos amenazan y nos pegan cuando intentamos resistirnos. A veces deseo que me peguen lo suficientemente fuerte para matarme. Pero son unos cobardes también en esto: ninguno tiene el valor de poner fin a nuestro suplicio».

«Me gustaría morirme enseguida. Al principio les pedíamos a nuestros carceleros que nos mataran, que nos dispararan. Pero somos demasiado valiosas para ellos. Algunas de nosotros ha intentado ahorcarse, pero ninguna lo ha conseguido todavía».

Los milicianos «nos repiten continuamente que somos mujeres "infieles" porque no somos musulmanas y que somos propiedad suya como botín de guerra. A veces nos comparan con cabras que se acaban de comprar en el mercado de animales. (…) Sólo quiero que los estadounidenses se den prisa en aniquilarlos a todos o que ataquen con una bomba y me den, porque no sé cuánto resistiré. Ya han matado mi cuerpo. Están matando también mi alma».

De nuevo en el "Corriere" han aparecido el 8 de septiembre los testimonios de prófugos cristianos, que han huido ante el avance del Estado islámico. «Mejor morir que convertirnos», cuentan. «Lo han intentado durante un mes. Cada día venían a decirnos que teníamos que convertirnos en musulmanes. Una mañana les hemos dicho que tal vez era mejor si ellos se bautizaban. Nos han pegado más fuerte».

«La primera semana después de su llegada a Batnaia, los yihadistas nos dejaron en paz. No nos amenazaban. Al contrario, nos traían comida, agua. Nuestra aldea tiene unos tres mil habitantes. Quedábamos unos cuarenta. Nos decían que teníamos que telefonear a nuestros seres queridos para convencerles a volver. Sin embargo, las cosas empeoraron rápidamente», explican.

«Empezaron a insistir que debíamos convertirnos; nos pegaban repetidamente. A los más jóvenes de manera prolongada, continua. Entre los yihadistas había voluntarios llegados de Sudán, Qatar, muchos sauditas, pero también sirios, libaneses, chechenos, afganos, pakistaníes. Pero el peor era un iraquí, de aproximadamente cincuenta años, que se hacía llamar Abu Yakin. Ordenaba a sus hombres que nos pegaran. Nos amenazaba. Él ordenó que vinieran a destruir las cruces de la iglesia, quiso que se decapitaran las estatuas de la Virgen y de Cristo e hizo que dispararan contra ellas con los Kalashnikov».

Pero no quieren convertirse. «No es tanto la fórmula de adhesión al Islam lo que vale. Si fuera sólo esto, se podría hacer. Después te confiesas y todo acaba, vuelves a ser cristiano. El hecho es que los yihadistas te piden dar prueba de tu nueva fe y te exigen que vayas a combatir con ellos, que participes en primera línea en las operaciones».

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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