Lunes, 04 de noviembre de 2024

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El león y el cordero

por Corazón Eucarístico de Jesús

Ambas son imágenes de Jesucristo y como tal se emplean en nuestro rito hispano-mozárabe.

En el tiempo de Pascua, la antífona que se canta durante la fracción de la Hostia en los nueve trozos, que se disponen en forma de cruz sobre la patena, está tomada del libro del Apocalipsis: "Ha vencido el león de la tribu de Judá, la raíz de David. Aleluya".

Jesucristo es el León fuerte que agazapado en su sepulcro, ha saltado, ha hecho presa de la muerte y la ha devorado. Él es el vencedor.

La Illatio (equivalente al prefacio) del domingo VI de Pascua canta así de Jesucristo:


Éste es pues el león de la tribu de Judá, valeroso en la lucha.
Éste es el cachorro de león que surge victorioso de la muerte.
Éste es el Cordero inmaculado
desde mucho tiempo necesario para ser inmolado.
Éste es la piedra que desecharon los constructores,
que llegó a ser después admirable,
establecida como piedra angular de la Iglesia.
Éste es el caudillo y príncipe del ejército celestial.
Éste es el Esposo y Señor de la Iglesia.
Estaba prefigurado en Noé no sólo como piloto del arca,
sino también de la Iglesia;
estaba en Abrahán como fiel culmen de la estirpe patriarcal;
en Isaac como misterio de su gloriosa inmolación;
en Jacob como inmejorable ejemplo de paciencia;
en todos los santos como plenitud de toda justicia.
Repitamos con júbilo pascual: "Ha vencido el león de la tribu de Judá, la raíz de David. Aleluya".

Pero también es llamado Cordero y la imagen del león, siguiendo a 1P 5, es equivalente al diablo rugiente que ronda buscando a quién devorar y al que se ha de resistir firmes en la fe.

El león, con la fiereza de sus ataques y tentaciones, resulta ser vencido por el sencillo Cordero, el Cordero inmolado.

Esta contraposición de imágenes la encontramos en la Misa del común de un Mártir I, en la Illatio, con una fuerza visual grande:


Por Cristo, tu santo mártir N.
venció con sabiduría los errores del mundo,
con paciencia superó el miedo
y por eso fue tan grande y tan magnífico lo que hizo.
Siguió al Cordero y venció al león.
Cuando el perseguidor se ensañaba, el león rugía.
Pero como, con el Cordero, ponía su esperanza en el cielo,
el león era despreciado en la tierra.
Es que contemplaba a aquél que destruyó la muerte con su muerte,
estuvo clavado en el madero, derramó su sangre y redimió al mundo.

Desconozco el origen remoto de esta Illatio y si el autor se inspiró en alguien o en algún texto; pero espigando en la obra de San Agustín, encontré un texto que me recordó esta Illatio. ¿Guardan relación entre sí? Al menos sí expresan los mismos conceptos y nos ofrecen una deliciosa catequesis cristológica:
 
"Cuando vino el tiempo de que Dios se compadeciera, vino el Cordero. ¿Qué clase de Cordero es al que temen los lobos? ¿Qué clase de Cordero que, matado, mató al león? Se llama, en efecto, al "diablo león" (cf. 1P 5,8) merodeador y rugiente, que busca a quién devorar. ¡La sangre del Cordero venció al león!...
 
Grande es también esto: contemplar vencido al león en toda la redondez de la tierra por la sangre del Cordero; a los miembros de Cristo, sacados de los dientes de los leones y agregados al Cuerpo de Cristo" (In Ioh. ev., 7, 6).
 
Sea a Cristo la alabanza en esta Pascua, el León de la tribu de Judá, el Cordero manso que vence al león.
 
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