Rodrigo Ballester analiza este eficaz método para «secuestrar conciencias»
El lenguaje, «caballo de Troya» del adoctrinamiento: «Nos adormece y anestesia como una lluvia fina»
Rodrigo Ballester ha sido funcionario en la Unión Europea durante años y ha sido testigo en primera persona de la fuerza que tiene el lenguaje en la conformación de las conciencias. Hace maleables a las personas y prepara el terreno a las ideologías, que penetran casi sin oposición en la sociedad consiguiendo su objetivo adoctrinador.
En un reportaje publicado por la Revista Misión, revista de suscripción gratuita y dirigida a las familias católicas, y que por su interés ofrecemos íntegro, Ballester explica el funcionamiento de este “caballo de Troya” y ofrece algunas claves para hacerle frente:
El secuestro de las conciencias
George Orwell tenía claro que el totalitarismo y la perversión del lenguaje estaban directamente relacionados. En su novela 1984 lo ejemplificó a través de la ‘neolengua’. El propósito no era otro que modificar la forma de pensar para que cualquier “pensamiento herético” fuese “inconcebible” en la “medida en que el pensamiento depende de las palabras”.
¿Cómo se conseguía? En primer lugar, inventando palabras nuevas, después eliminando las que fueran “indeseables” y, por último, despojando a otras de cualquier “significado heterodoxo” a los ojos del pensamiento dominante.
En estos momentos el lenguaje juega un papel protagonista en el “totalitarismo blando” que las ideologías intentan imponer. La matraca con el lenguaje inclusivo no es casual, como no lo es llamar “muerte digna” a un acto homicida como la eutanasia; o despojar de significado a palabras como “matrimonio” y “familia”, desnaturalizándolas. Lo que denunciaba Orwell se cumple hoy a rajatabla.
La “pieza maestra”
Recientemente en Francia, los líderes masones insistían públicamente en la importancia de elegir bien las palabras para lograr convencer a la población, en este caso, de la eutanasia. Pedían no utilizar este término, que tiene “connotaciones negativas”, para sustituirlo por “ayuda médica para morir” o “interrupción voluntaria de la vida”. Su objetivo, normalizar un hecho objetivamente malo para darle la apariencia de algo bueno.
En la prensa generalista española hemos visto titulares como: “Da a luz Rubén, uno de los primeros hombres embarazados”. Algo biológicamente imposible, a menos que se despojen los términos “hombre” y “sexo” de su significado propio. Y lo que no tiene ni pies ni cabeza, poco a poco, se va normalizando a base de repetirlo.
Pero también se ha podido ver a la ministra Irene Montero pronunciar en apenas medio minuto de un discurso expresiones como “todas, todos, todes”, “niños, niñas, niñes” y “escuchadas, escuchados y escuchades”. Un auténtico trabalenguas sin sentido.
Una lluvia fina
Rodrigo Ballester, director del Centro de Estudios Europeos del Mathias Corvinus Collegium en Budapest, ha sido durante años funcionario en la Unión Europea, donde ha podido observar en primera persona el poder del lenguaje en la formación de las conciencias. En conversación con Misión, Ballester destaca que el lenguaje actúa como “caballo de Troya” en el adoctrinamiento, haciendo de “pieza maestra” para imponer un marco de pensamiento de lo que debe ser correcto, expresable e incluso legal o ilegal.
A su juicio, este lenguaje ha empapado todos los ámbitos, desde la publicidad a los medios, pasando por la educación, el entretenimiento y la política. Y sus consecuencias son atroces, pero no siempre visibles desde el inicio. “Nos adormece y anestesia como una lluvia fina que acaba calando. El despliegue de estos nuevos términos por ‘tierra, mar y aire’ acaba imponiéndose sibilinamente”, recuerda.
Pero alerta de algo más grave: “Este lenguaje acaba asentando la ideología, da sus dogmas por hechos e impone un marco de respetabilidad que logra confundir una ideología determinada con los límites del debate democrático”.
En ocasiones estas imposiciones se intentan imponer con calzador, como denominar a la mujer “ser menstruante”, pero otras veces se ha ido produciendo de manera menos perceptible. Con el tiempo, por ejemplo, el término “bien común” ha ido siendo sustituido por el de “interés general”, pues el primero implica algo inmutable y el segundo es adaptable a los tiempos y, por tanto, maleable.
Sin embargo, Ballester advierte de que este fenómeno no es nuevo. Ha sido uno de los mecanismos clásicos de la acción política y especialmente de las ideologías totalitarias, “virtuosas de la manipulación semántica”. Lo novedoso, y “aún más perverso y sibilino”, es que el principal promotor de este lenguaje manipulado no es ya solo el Estado, sino también los medios de comunicación o las empresas multinacionales, que gracias a internet y a las redes sociales “multiplican el alcance de esta ‘neolengua’ en proporciones inéditas”.
Dar la batalla
El impacto de la apropiación ideológica del lenguaje “mata el espíritu crítico” y “favorece el avance de ideas totalitarias”. Este español, con amplia experiencia en Bruselas, denuncia cómo esta imposición limita la libertad de expresión con el uso de palabras que sirven para intimidar, censurar, o al menos para alimentar la autocensura. “Con este caldo de cultivo, casi sin oposición intelectual y sin pluralismo, es infinitamente más fácil adoctrinar”, agrega.
En el ámbito empresarial es claramente perceptible. Cada vez más, grandes empresas evitan confrontar y van asumiendo el lenguaje inclusivo en sus redes sociales y campañas publicitarias. Esto es muy visual cuando lo políticamente correcto dicta que deben colocar la bandera LGTBI en sus logos durante el mes del Orgullo Gay. Muy pocas compañías multinacionales se resisten.
Ballester pide no capitular. Llama a dar la batalla, empezando en primer lugar por no utilizar estos términos ni aceptar sus reglas del juego. “Hay que llamar a las cosas por su nombre. Un aborto es un aborto, no ‘derechos reproductivos’. Una mujer es una persona con útero y dos cromosomas X. ¿Y por qué ahora todos hablan de ‘géneros’ en vez de sexos?”, se pregunta.
No basta con estar a la defensiva. En su opinión, es fundamental tomar la iniciativa con “una forma clara y positiva de comunicar sin utilizar los códigos y el marco de la ideología woke. El mejor ejemplo: ser provida, una definición certera, positiva y que va cargada de argumentos”.
Breve glosario
La utilización de unas palabras u otras no es casual. Hay una intención detrás, ya sea la de adoctrinar o bien como muestra de una capitulación. Y lo abarca todo, desde el ámbito médico, hasta llegar incluso a la Iglesia. Aquí, algunos ejemplos:
Elle, nosotres, vosotres, todes: Con este empeño del lenguaje inclusivo, ¿qué pretenden? Eliminar los sexos y sustituirlos por géneros, que son tantos como se quiera.
Sexo vs. género: El sexo viene marcado por la biología y la genética. Es inmutable. Los géneros son “fluidos”. De ahí, la beligerancia en esta cuestión.
Educación “segregada”: Los que buscan acabar con la educación diferenciada la denominan así con un tono peyorativo, insinuando que margina a las personas.
Caridad vs. solidaridad: Se denigra el primero bajo la falacia de que quien ejerce la caridad se siente superior, cuando en realidad es la muestra de amor al prójimo.
“Interrupción voluntaria del embarazo”: Un clásico de los eufemismos para ocultar la palabra “aborto”.
Vientres de alquiler vs. gestación subrogada: Hay un empeño entre sus promotores de eliminar el primer término, pues evidencia que el bebé es un objeto de compraventa.
Sustituir “bebé” por “feto” o “embrión”: Para justificar el aborto hay que deshumanizar a la víctima, y es más fácil si se le llama “feto” o “embrión”.
“Pescadores de personas”: El lenguaje inclusivo también ha penetrado en la Iglesia. La última edición de algunas Biblias llega a cambiar las palabras de Cristo en la elección de sus discípulos.
Posverdad: Parece un término más amable, pues decir “mentira” pone en evidencia que la verdad no puede cambiar.