Análisis del profesor Budziszewski de la felicidad en la sociedad de consumo y la cultura woke
«Las personas parecen experimentar un agotamiento hedonista a edades más tempranas que antes»
J. Budziszewski es autor de numerosos ensayos, converso al catolicismo y profesor en la Universidad de Texas, en Austin, una de las universidades públicas más prestigiosas de Estados Unidos. A lo largo de las décadas ha podido observar la evolución de los estudiantes y como aunque cada vez éstos han tenido más medios materiales experimentan antes “un agotamiento hedonista” que les hace profundamente insatisfechos e infelices.
Precisamente, este profesor aborda esta cuestión en su último libro How and How Not To Be Happy (Cómo ser y cómo no ser feliz). Aunque no se refiere solo a los jóvenes de edad universitaria él mismo sabe por experiencia de la dificultad que supone el ambiente universitario para las creencias religiosas de los alumnos. El propio Budziszewski reconoce que perdió la fe debido a la fuerza del radicalismo ideológico en la universidad en la década de 1960. Los jóvenes de ahora se enfrentan a otro reto mayúsculo, la “cultura woke” que está arrasando las universidades y sociedades occidentales.
La experiencia de un profesor converso
En su infancia y adolescencia era un baptista sincero, aunque no especialmente virtuoso. Estudiando en la universidad dejó "primero a Cristo, luego a Dios, luego la distinción entre el bien y el mal", explicó en una entrevista en el pasado. "Yo era ateo práctico y nihilista práctico", añadía. Ya como profesor, volvió a Cristo a través del anglicanismo y en 2004 entró en la Iglesia Católica.
“Cuando era joven abandoné la fe cristiana en gran medida convirtiéndome no solo en un ateo práctico sino en una especie de nihilista. Negué la verdad del bien y del mal, de las personas y de la responsabilidad personal. Después de regresar a la fe cristiana, esa es una larga historia, me di cuenta en primer lugar no solo de que nunca había tenido buenas razones para mi nihilismo sino que me había engañado a mí mismo. Lo que quiero decir es que realmente no había creído que no existiera el bien o el mal, sino que solo me había dicho a mí mismo que era así. Mi rescate se produjo porque Dios atravesó los muros de mis censores mentales”, explica en una entrevista con Catholic World Report.
Actualmente es un reconocido tomista. Reconoce que “irónicamente” se encontró por “primera vez con Tomás de Aquino, junto con Dante Alighieri, Agustín de Hipona y otros, cuando todavía estaba en el páramo nihilista. Santo Tomás no era un realista moral delgado sino grueso, en quien encontré la afirmación resonante de que los principios generales de la ley natural son los mismos para todos ‘tanto en cuanto a la rectitud como al conocimiento’. En otras palabras, no solo son adecuados para todos, sino que, en algún nivel, son realmente conocidos por todos. Este fue el comienzo de una exploración mucho más profunda de todas las facetas interconectadas de su pensamiento”.
Aunque se presenta a una sociedad “feliz” y con las supuestas herramientas para serlo, la realidad es que hay cada vez más personas infelices e insatisfechas.
Para el profesor de la Universidad de Texas, “hay muchas razones, ninguna exclusiva de nuestros días, pero algunas se han intensificado”.
En su opinión, “la misma explosión de los Estudios de la Felicidad ha causado daños. Por ejemplo, la Escuela de Negocios de Harvard imparte un curso con el objetivo de enseñar a los futuros líderes la ‘habilidad difícil de alcanzar: administrar la felicidad’. Ya uno ve aquí un problema, porque la felicidad tiene más que ver con las virtudes que con las habilidades. Una habilidad se dirige a producir u obtener algo separado de sí misma, como por ejemplo que la habilidad en retórica logra obtener votos. La virtud no es así. No es un medio externo a una buena vida, sino intrínseco a ella. Yo podría practicar la habilidad de las frases ingeniosas para ligar y así ‘conseguir’ chicas, pero las virtudes de la amistad no ‘conseguirán’ amigos; se trata de la práctica misma de la amistad. Así con las demás virtudes”.
Budziszewski cree que otra falacia común es identificar la felicidad con el placer. De este modo, ha llegado a la conclusión de que “las personas parecen experimentar un agotamiento hedonista a edades más tempranas que antes”.
“Esto probablemente se deba en gran parte a un trastorno sexual. Una vez, cuando le pregunté a un grupo de estudiantes de primer año qué consideraban qué era la felicidad, la primera media docena dio variaciones en la respuesta ‘nada más que ausencia de dolor y sufrimiento’. Eran incapaces de concebir que la felicidad pudiera ser otra cosa que la liberación del dolor que resulta de la persecución de su falsificación. Así es como se ve el agotamiento hedonista”, añade.
Lo finito y lo infinito
Siguiendo con su reflexión, este profesor converso insiste en que el “problema más profundo es que, aunque en esta vida se dispone de cierta felicidad mediante el uso de nuestros poderes naturales, es fragmentaria, vulnerable e incompleta, incluso si nos salvamos de la mala fortuna. No sólo el placer, sino todo bien finito no cumple las promesas que parece hacer. Incluso cuando conseguimos lo que perseguimos, todavía sufrimos el deseo”.
Por ello, Budziszewski cree que la tentación de caer en estas actitudes proviene “del olvido de que cada uno de los bienes finitos y limitados de nuestra experiencia natural deriva de la bondad que tiene del bien infinito e ilimitado que refleja y anticipa. Vemos esto entre los bienes finitos también; por ejemplo, el encanto anticipa la verdadera belleza pero no es lo mismo. Tomás de Aquino tiene el gran mérito de insistir en preguntarse en qué puede residir ese bien mayor. La respuesta es la visión de Dios”.
¿La felicidad va unida a la riqueza? Esto es lo que piensan muchos y lo que se enseña a generaciones enteras. Sin embargo, el profesor recuerda que “cada error contiene una pizca de verdad, o nadie lo encontraría plausible”.
“El grano de verdad en la falacia de pensar que la felicidad reside en la riqueza es que necesitamos una cierta suficiencia de bienes. La miseria no es feliz; es difícil criar a mi familia si no puedo proporcionar comida, ropa y techo. Sin embargo, la riqueza más allá de nuestras necesidades trae pereza, falsa confianza y vanidad, y las tasas de suicidio son más altas en las comunidades ricas. Aristóteles comenta que ‘incluso la buena fortuna en sí misma, en exceso, es un impedimento, y tal vez entonces ya no debería llamarse buena fortuna’”, añade.
Entonces, ¿qué anhela el corazón del ser humano para ser feliz? El profesor responde así: “nuestros corazones estallan con anhelos que pueden ser satisfechos con las cosas de este mundo. El amor es dulce. El conocimiento es precioso. Una buena comida con amigos puede deleitar. Sin embargo, no importa lo que tengamos, algo en nosotros pregunta: ‘¿es esto todo lo que hay?’. Si alcanzo el objeto de mi búsqueda pero me deja insatisfecho, la conclusión correcta es que lo que realmente quería era otra cosa”:
“Si este anhelo misterioso tiene un propósito, pero nada en este mundo puede satisfacerlo, ¿no se sigue por pura lógica que apunta más allá de la experiencia natural? ¿Debemos irnos, por así decirlo, fuera de este mundo? Si nada en la Creación puede satisfacernos, no queda nada que buscar sino al Creador”, concluye.