Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Ha escrito sobre «Iglesia católica y ciencia en la España del siglo XX»

Alfonso Carrascosa, microbiólogo del CSIC: «La revolución científica la hicimos los cristianos»

Alfonso Carrascosa.
Alfonso Carrascosa, doctor en Biología y microbiólogo, lleva varios años consagrando buena parte de su actividad investigadora a la Historia de la Ciencia. Foto: Mater Mundi TV.

Carmelo López-Arias / ReL

Alfonso V. Carrascosa, microbiólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y colaborador habitual de ReL en materias de ciencia y fe, es el autor de Iglesia católica y ciencia en la España del siglo XX (Bendita María), una aproximación muy completa a todo lo que los católicos han aportado en ese periodo al desarrollo de las distintas disciplinas científicas. Un buen antídoto contra la que el autor denomina "leyenda progre, versión actual de la leyenda negra", que denigra el pasado de España por sus raíces católicas.

-Su libro aborda el siglo XX. ¿Es cierto que hasta entonces la ciencia experimental fue marginal en España, o mera réplica de la exterior, en particular la procedente de países protestantes como el Reino Unido y Alemania?

-Evidentemente esa apreciación es incorrecta tanto antes como después del siglo XX. Se trata en todo caso de un tópico anticatólico y antiespañol propio de constructos ideológicos como la leyenda negra. Aceptar tal apreciación supondría admitir que antes del protestantismo no hay ciencia auténtica, y eso no es verdad.

-Pues es una idea muy extendida...

-Obedece a una concepción de la ciencia tan arraigada y extendida en la actualidad como limitada, que se fragua en el siglo XIX y que está relacionada con las recientes ideologías del positivismo, cientificismo o ateísmo, que prácticamente consideran ciencia tan sólo lo relacionado con la química, la física, la biología o las matemáticas modernas, sin darse cuenta de que para que llegaran a existir hubo antes que desarrollar la alquimia, la cosmografía o la historia natural.

-¿Cómo definimos entonces la ciencia?

-Deberíamos considerar ciencia a la totalidad del conocimiento y los métodos para seguir aumentándolo, y no en exclusiva a la denominada ciencia experimental, muy limitada e incapaz de responder a todos los interrogantes del hombre. Además, quienes sentaron las bases de lo que se conoce como Revolución Científica fueron Nicolás Copérnico (1473-1543), presbítero polaco de la Iglesia católica, y Galileo Galilei (1564-1642), amigo del Papa y firme defensor del catolicismo, que tuvo una hija monja. Los protestantes Kepler y Newton asumirían los postulados de Copérnico y Galileo para hacer progresar la física.

-¿Hay nombres españoles en esa Revolución Científica?

-Las bases para que la Revolución Científica tuviera lugar las asentó España, durante el desarrollo de lo que hoy se denomina Etapa Imperial de la Ciencia Española. Expertos alquimistas como el clérigo Álvaro Alonso Barba -cuyos tratados sobre metalurgia eran libros de cabecera de Isaac Newton-, o en Historia Natural como el jesuita José de Acosta, hoy considerado precursor de la evolución, y botánicos como el también cura católico Antonio José de Cavanilles, o cosmógrafos como Juan Sebastián Elcano, con cuyo viaje demostró la esfericidad de la Tierra, sentaron las bases para posteriores avances en el conocimiento universal. Por no hablar de Rodrigo Zamorano, Juan Bautista de Toledo o Juan de Herrera en el ámbito de las matemáticas.

-¿Son genios individuales o formaban parte de una tradición?

-Antes de ellos Alfonso X, Ramón Llull e Isidoro de Sevilla, o los judíos Abraham Zacuto, Maimónides e Ibn Ezra, o los musulmanes Maslama de Madrid, Azarquiel y Abenmasarra son algunos de los nombres de personas que aportaron su grano de arena al avance del conocimiento universal desde nuestras tierras. O Lucius Junius Moderatus, de sobrenombre Columela (4-70 d. C.) o Séneca, politeístas, o sea, creyentes también.

»En el Renacimiento llegarían los importantes médicos Francisco Vallés, Nicolás Monardes o Andrés Laguna…y un largo etcétera hasta llegar al siglo XX con los Premios Nobel Santiago Ramón y Cajal, padre de la neurología moderna, o Severo Ochoa, descifrador del código genético, pasando por el recientemente fallecido Emiliano Aguirre, católico convencido y durante un tiempo sacerdote jesuita, padre del Yacimiento de Atapuerca y conciliador del catolicismo y la teoría de la evolución.

»Para dolor de progres y materialistas, la Revolución Científica la sacamos adelante los cristianos. Ellos ni estaban ni se les esperaba.

-¿A qué se debe entonces el empeño de considerar la ciencia y la fe como enemigas?

-A un discurso ideológico sin base científica que está inserto en nuestro imaginario colectivo y cuyos fundamentales propagadores son en la actualidad las autodenominadas ideologías progresistas. A base de un conjunto de mantras repetidos ad nauseam, quienes los pronuncian acaban creyéndose lo que dicen, y también quienes los escuchan y les dan crédito. La historia de la ciencia no deja lugar a dudas al respecto de que la Iglesia católica y la matriz cultural cristiana que ha originado desembocaron en el surgimiento y desarrollo científico de Occidente y de todo el mundo.

Portada de 'Iglesia católica y ciencia en la España del siglo XX'.

-¿Qué le movió a escribir Iglesia católica y ciencia en la España del siglo XX?

-Lo que yo hago en el libro es mirar a la España del siglo XX. Lo que se cuenta sobre Iglesia católica y ciencia en este siglo es como para quedar estupefacto. La nueva versión de la leyenda negra, que yo llamo leyenda progre, creada por los historiadores de la ciencia que además son hijos ideológicos del Frente Popular, ha extendido la falsedad de que durante el siglo XX el desarrollo científico se ha llevado a cabo en España sin concurrencia alguna de la Iglesia católica.

»¿Y cuál ha sido la técnica utilizada? Lo primero de todo es no hablar de la religiosidad católica de los eminentes científicos españoles del siglo XX. Ramón y Cajal, Torres Quevedo, Jaime Ferrán… eran creyentes. También lo fueron quienes construyeron la Universidad Complutense y la Autónoma de Madrid o la de Bilbao, buena parte de los vocales que echaron a andar la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), creada bajo los auspicios de la monarquía católica de Alfonso XIII en un momento en el que no había en las Cortes ni un solo diputado socialista, así como la plana mayor de los creadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), máximo organismo científico español de todos los tiempos.

»Después lo que se hace es ocultar la guerra que hicieron a la ciencia las fuerzas políticas que confluyeron en el Frente Popular, a imagen y semejanza de lo que hicieran Lenin o Stalin, algo de lo que también hablo en el libro: forzaron el cierre de la Residencia de Estudiantes, también creada durante la monarquía católica de Alfonso XIII, persiguieron a sus mecenas hasta llegar a abatir a alguno, y a los científicos, llegando a matar a un buen número de ellos -en número superior a los abatidos por la Inquisición Española en sus casi cuatro siglos de existencia-, depuraron la JAE y casi asesinan a su secretario general, que tuvo que exiliarse desde el Madrid del Frente Popular como Severo Ochoa, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, García Morente, etc.

»Finalmente se evita estudiar la historia de la ciencia española del siglo XX en el período 1939-1975 para producir un artificial vacío de evidencias cuya intención es hacer creer que durante ese tiempo no se hizo ciencia en España. Una buena parte de mi libro está dedicada a esbozar las líneas maestras del desarrollo científico realizado precisamente en ese margen de tiempo, desarrollo que tuvo como fundamental consecuencia la creación del CSIC y de muchas de las actuales universidades, y que llevaron a cabo fundamentalmente católicos fervientes.

-Usted mismo biólogo. ¿Alguna vez ha encontrado en su área de investigación algo que contradijese de alguna forma su fe?

-La ciencia y la fe son compatibles. Jamás he tenido problema alguno al respecto y no conozco a ningún científico cuya actividad le haya llevado a perder la fe católica.

-¿Y la teoría de la evolución?

-La evolución habla de las transformaciones de unas especies en otras, algo que nadie ha visto ni puede ver, no obstante la ciega creencia de algunos. La fe católica admite la posibilidad de dicho fenómeno, y entiende que el modo en el que se ha desarrollado la Creación del mundo vivo puede haber sido ése, dado que no adopta una interpretación literalista del relato del Génesis, como todavía algunos colectivos sostienen.

»Dios es quien ha realizado la Creación de todo lo que existe, y lo sabemos porque Él mismo nos lo ha dado a conocer. Le damos crédito mediante el regalo de la obediencia de la fe. Otros dan crédito a una supuesta capacidad autoorganizativa de la materia que nadie ha demostrado... ¡y se quedan tan panchos, y nos llaman de todo! La Iglesia católica nunca emitió de manera formal y universal desde el Vaticano una condena hacia el fenómeno de la evolución, sino hacia la interpretación materialista del mismo o hacia su consideración como una demostración de la inexistencia de Dios, algo que el propio Darwin dejó claro por escrito que jamás pretendió, postura perfectamente inteligible en alguien como él, que no tuvo otro título universitario más que el de teólogo anglicano. El padre de Atapuerca, recientemente fallecido, fue un convencido creyente que nunca perdió la fe católica.

-¿Se manifiesta ese prejuicio anticatólico en instancias oficiales?

-Sí, persiste y se fomenta desde las instancias ideológicas referidas. Si quieres conseguir financiación para tus proyectos sobre historia de la ciencia tienes que manifestar clara afinidad ideológica por las teorías frentepopulistas anticatólicas. Si no, no la consigues. Se utiliza en aniversarios y conmemoraciones las mismas técnicas a las que he hecho mención con anterioridad.

-¿Algún ejemplo?

-Este 2021 ha sido el 75º aniversario de la creación del Instituto de Física Química Rocasolano, nombrado así en honor al propagandista católico Antonio de Gregorio Rocasolano, efeméride que ha pasado absolutamente desapercibida. Como la creación del Instituto Arias Montano de Estudios Hebraicos, o el Daza de Valdés de Óptica… Son comportamientos influenciados fuertemente por enfoques ideológicos anticatólicos con un escaso recorrido, ya que las cosas fueron como fueron, se conmemoren o no. También tuvo un perfil bajísimo el 80º aniversario de la creación del CSIC, un poco por lo mismo. O lo ha tenido este año el 70º aniversario del Instituto de Investigaciones Pesqueras del CSIC, siempre por lo mismo: para que no se sepa lo realizado por los católicos por la ciencia española del siglo XX.

-¿Es una prolongación de la Leyenda Negra, pesa más la componente laicista...?

-Es un poco todo eso. Lo decía antes. Yo lo llamo leyenda progre. Menéndez Pelayo preguntaba a sus coetáneos que le dijeran un solo nombre de científico muerto por la Inquisición Española, y nadie consiguió darle ninguno. Así seguimos. En mi libro doy un listado de más de 30 científicos asesinados por el Frente Popular: tarde o temprano las cosas se dan a conocer, por suerte. El listado de los científicos exiliados desde los dominios de dicha formación política es enorme. El desarrollo científico español del siglo XX es cosa relacionadísima con el catolicismo, y con la derecha y los liberales en lo político. Estos últimos fueron los que pusieron en marcha la Institución Libre de Enseñanza, laicista, sí, pero no materialista.

-¿Y los laicistas han sido siempre respetuosos con la ciencia y los científicos?

-Pues no, claro. En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se prohibió la genética porque la había inventado Gregorio Mendel, un monje católico agustino. El célebre caso Lysenko es también más que ilustrativo. La hambruna que provocó en Ucrania millones de muertos, conocida como Holodomor, vino precedida por una implacable persecución y asesinato de científicos e intelectuales en dicho país, promovidos por Stalin. En España el Frente Popular quemó maravillas artísticas y bibliotecas de valor incalculable, y persiguió sin piedad a científicos católicos y a no católicos, promoviendo la primera ley de depuración en agosto del 36.

-Pero el mito republicano incorpora la Residencia de Estudiantes y la Junta de Ampliación de Estudios como grandes logros... 

-Nada tuvieron que ver las fuerzas políticas que confluyeron en el Frente Popular con la puesta en marcha de esas dos instituciones, que echaron a andar bajo la monarquía parlamentaria católica de Alfonso XIII. Sí tuvo que ver el Frente Popular con su cierre, y con la depuración de los vocales de la Junta, como he mencionado anteriormente, cuento en mi libro y ya he comentado en otros artículos. Realmente impresiona cómo se comportaron los partidos políticos que apoyan al actual gobierno.

Alfonso Carrascosa.

Alfonso Carrascosa lleva años dedicando buena parte de su labor investigadora a la Historia de la Ciencia. En la imagen, en una conferencia en la Universidad CEU San Pablo.

-Y llegamos al CSIC, buque insignia de la ciencia española en el siglo XX...

-El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) fue fundado el 24 de noviembre de 1939. El organismo de investigación más importante de España ocupa la séptima posición en el ranking mundial de instituciones científicas públicas. Con 120 institutos de investigación repartidos por todas las comunidades autónomas, en los que trabajamos unas 11.000 personas, estamos desarrollando más de 3.500 proyectos de investigación y publicando más de 14.000 artículos científicos al año.

-¿Puede contarnos algo de historia de la institución?

-Su primer presidente fue José Ibáñez-Martín, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras y parlamentario por la Confederación Española de Derechas Autónomas Independientes (CEDA) durante la Segunda República, además de miembro de la hoy Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).

»Junto a él y como vicepresidentes le acompañaron en la aventura Miguel Asín Palacios, prestigioso arabista e islamólogo, además de presbítero de la Iglesia católica, y otros dos científicos, Juan Marcilla Arrazola y Antonio de Gregorio Rocasolano, ingeniero agrónomo y químico también propagandista, ambos catedráticos de universidad además de católicos fervientes. Cerrando el quinteto iniciador y como secretario general otro científico de prestigio experto en edafología -ciencia ahora tan de moda-, Jose María Albareda, sacerdote del Opus Dei, que acompañó a San Josemaría.

»Además de iniciar su andadura bajo el patronazgo de San Isidoro de Sevilla, eminente científico católico medieval, adoptó como logotipo el arbor scientiae, que simboliza la unidad de todas las ciencias en su vocación última de conocer a Dios y sus obras, que fuera diseñado por el hoy beato Ramón Llull allá por el siglo XIV.

-El CSIC no rehuía en aquella época las ciencias sagradas...

-El CSIC pronto contó en su campus de Serrano con la bellísima iglesia del Espíritu Santo, todavía hoy abierta al culto. En su ley fundacional se hacía mención a la intención de llevar a cabo en este nuevo organismo: "La restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias" conjugando "las lecciones más puras de la tradición universal y católica con las exigencias de la modernidad".

-¿Cuáles fueron los grandes logros en sus primeras décadas?

-El CSIC llevó a cabo en una época extremadamente difícil y en un tiempo récord la profesionalización de la ciencia -que ya se había intentado profesionalizar por la JAE- mediante la creación de las profesiones del colaborador científico (1945), investigador científico (1947) y profesor de investigación (1970), categorías vigentes hasta la actualidad.

»Además promovió la descentralización de dicha actividad y su expansión por toda España, así como una importante tarea de formación de científicos en el extranjero, que alcanzó cotas sin precedentes. Desarrolló una investigación básica y aplicada, tanto en ciencias puras como en humanidades.

»Y todo ello de la mano y con la participación de un gran número de personas, en las que ciencia y fe confluyeron sin conflicto, como todavía hoy nos ocurre -aunque en menor número- a los que seguimos formando parte del mismo, porque no es cierto que cada vez sean más los científicos ateos, sino que más bien son cada vez más los ateos que se hacen científicos: la ciencia no le hace perder la fe a nadie.

»La puesta en marcha del CSIC inmediatamente después de la guerra civil fue un acierto para que la actividad científica iniciada durante la denominada Edad de Plata de la ciencia española continuase a pesar de las irreparables pérdidas de intelectuales de los dos bandos, bien como víctimas bien como exiliados. De hecho Asín había participado en la fundación del Centro de Estudios Históricos de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), antecesora del CSIC, y Marcilla dirigió el Centro de Investigaciones Vinícolas, perteneciente a la parte aplicada de la JAE. Además Albareda había sido varias veces pensionado por la JAE para mejorar su formación en el extranjero.

»Y lo que es más, también fueron católicos convencidos muchos de los vocales fundadores de la JAE, tales como Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, Leonardo Torres Quevedo, Jose María Marvá, Julián Ribera, Victoriano Fernández Ascarza… el mismísimo Cajal falleció reconociendo su creencia en Dios y en el alma inmortal. En el decreto fundacional de la JAE se reconocía parte del papel jugado por la Iglesia católica en el desarrollo científico español… motivos todos ellos suficientes para considerar el 80º aniversario del CSIC como una efeméride demostrativa de hasta qué punto razón y fe son compatibles. 

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