Navidad misionera
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
En las horas previas a la Nochebuena y la Navidad del Señor hemos de acercarnos hasta el portal de Belén que todos tenemos en nuestro corazón, donde viven los mismos sentimientos del Niño Jesús nacido en la ciudad de David: la paz, el amor, la esperanza y la fe, que es el motor que nos motiva a todos los cristianos a ser misioneros, o predicadores del mensaje de Cristo, hasta el último rincón de la tierra.
Debemos comenzar por ser misioneros por los más cercanos: la familia, los vecinos, los conocidos. Nunca la Iglesia ha perdido su sentido misionero. A iniciativa del obispo de Jaén, en todas las parroquias de la diócesis se harán misiones a partir del inmediato mes de enero, en un amplio programa de actividades que se prolongará hasta octubre.
Los obispos anteriores, sentados sobre la silla de San Eufrasio, nunca olvidaron el sentido misionero de la fe católica. Durante la segunda mitad del siglo XIX llegaron hasta la iglesia conventual de la Merced de Jaén, una comunidad de los Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como los padres claretianos, por su fundador San Antonio María Claret. Fueron ellos los ejes sobre los que rodaron las misiones populares que se organizaron en las aldeas, villas, pueblos y ciudades de la diócesis de Jaén.
Cuando la capital diocesana salía, lentamente, de las heridas de la Guerra Civil y de los horrores del hambre, en el año 1947, hubo una misión general en toda la ciudad. Vinieron, entonces, padres misioneros de varias congregaciones religiosas, quienes repartidos por las parroquias levantaron el ánimo a una ciudadanía perseguida por los sinsabores de unos tiempos duros, y pusieron a punto la fe de un pueblo animado a perdonar y ser perdonado, porque nadie estaba limpio de pecado desde los años republicanos.
Diez años, más tarde, en 1957, la misión general volvió a repetirse en toda la ciudad del Santo Reino. Volvieron los padres misioneros de diversas congregaciones religiosas. Recuerdo entrar con uno de ellos a una taberna del caso antiguo, llena de hombres trasegando vino peleón, acompañado de garbanzos tostados. La sobria sotana negra y la altura física del sacerdote impusieron un silencio sepulcral en el garito. El cura sugirió: “Tengo otro vino mejor que éste. Comienza ahora mismo la predicación para vosotros en la parroquia. Os invito a todos”. Dimos media vuelta y una masa informe de clientes dejaron el local y tomaron asiento en los bancos del templo. La santa misión la viví intensamente. Una de mis abuelas murió aquellos días.
Tras el Concilio Vaticano II, las misiones populares, con aquel estilo, desaparecieron. Pero la Iglesia nunca ha perdido su exigencia misionera tanto en su doctrina como en sus pastores. Ahora mismo, la sociedad vive atravesando un desierto de materialismo, hedonismo, consumismo, agnosticismo y ateísmo, que ha desplazado a Dios de todas partes, ha entrado en una amoralidad injustificada, y en un egoísmo metido en un duro caparazón. Ahora no vendrán padres misioneros porque no existen. En esta nueva misión son los propios laicos quienes, desde las comunidades cristianas, harán de misioneros de los vecinos y conocidos. Recemos ante el Niño Jesús por el éxito de la misión. Feliz Navidad, amigos lectores.
Tomás de la Torre Lendínez