Un sacerdote anciano pidiendo por los jóvenes
Un sacerdote anciano pidiendo por los jóvenes
por Juan García Inza
Me llevé al Encuentro Internacional de sacerdotes en Roma a un anciano sacerdote de una Residencia de Mayores que, apoyado en un bastón porque tiene una pierna mal y además arritmia, se quiso venir al encuentro con el Papa para rezar desde Roma por todos los sacerdotes. En los pocos días que duró el evento anduvo cojeando muchos kilómetros por las calles empedradas de la Urbe romana. Se cansaba, pero no se quejaba. Lo único que repetía constantemente era -“¡qué hermoso es esto!”. Y se le veía emocionado al oír la buena doctrina, y el clamor de tantos miles de sacerdotes (al final nos juntamos 20.000) gritando como si fueran jovenzuelos: ¡¡Viva el Papa!! Y coreando aquel estribillo conocido del encuentro con la juventud: ¡¡¡Benedicto!!! (Tres palmadas), ¡¡¡Benedicto!!! (Tres palmadas), y así un largo rato. En verdad que ponía los pelos de punta. El Papa sensiblemente emocionado, que tuvo que beber un vaso de agua para “ahogar” un suspiro inevitable y seguir hablando. Nuestro cura mayor lloraba de alegría. Un verdadero testimonio para tantos curas más jóvenes que a veces nos cansamos demasiado pronto.
Las intervenciones que siguieron en el segundo día una maravilla. El Cardenal Marc Quellet incidió en la figura del sacerdote como hombre de Dios llamado a ser instrumento de paz y reconciliación. Es muy recomendable leer su disertación en los servicios de documentación de www.vatican.va , y otras páginas. En la Santa Misa un Obispo africano nos hizo ver como el sacerdote es padre y madre. Madre en el sentido de que “engendra” cada día a Cristo y lo da a luz en la Santa Misa. Una magnífica visión de la mayor de las tareas sacerdotales de la que todos pueden disfrutar.
Un grupo de sacerdotes nos reunimos con nuestro Obispo en la Capilla de las Religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, junto al Palacio de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Rezamos Vísperas en un ambiente de total sencillez en aquella casa en donde son acogidos indigentes de Roma que encuentra en la Iglesia una Madre buena. Nos decía una pobre anciana al salir: -Yo rezo todos los días por ustedes. Muchas gracias, fue nuestra justa respuesta.
El jueves por la tarde fue impresionante. Una Vigilia de oración y testimonios presidida por el Papa. Testimonio vivo de una familia que varios hijos entregados al Señor, que dio la clave para la buena educación: que el hombre que se ha de casar de con una buena mujer, y la mujer con un buen hombre. Cuando hay fe y armonía Dios se vuelca porque la tierra es generosa.
Nos habló el actual párroco de Ars, sucesor del Santo Cura. Nos dirigió la palabra el párroco de Hollywood, que celebra y predica al mundo del cine, entre los cuales hay muchísimos católicos. Habló también un sacerdote que vive su entrega a los pobres en las favelas del Brasil. Todos distintos en su estilo pero con la misma misión: llevar a Dios a los hombres hambrientos de Verdad.
En la última parte cinco sacerdotes de los cinco continentes le hicieron cinco preguntas al Santo Padre. Con su genial profundidad y sencillez de gran Teólogo y Pastor fue dando las pautas a seguir en el desempeño de nuestra tarea. Fidelidad a la doctrina, orden en la vida espiritual, saber descansar para seguir trabajando. El sacerdote debe ser humilde para reconocer que con sus solas fuerzas no puede llegar a todo. Necesita la Gracia de Dios, los Dones del Espíritu.
Y la Clausura llenó la Plaza de San Pedro de todo un manto blanco, no era nieve, sino 20.000 sacerdotes revestidos con el alba para la Eucaristía.. Caía un sol de justicia (parecía “eterna”), pero aguantamos desde las ocho de la mañana hasta doce y media. No es fácil describir la Solemne Misa. Son momento que hay que vivirlos. Tras los gorros blancos, o de cualquier color, que nos defendían un poco del agresivo sol romano, se escondían miles de historias de unos hombres que, a pesar de nuestras limitaciones y fallos, intentamos ser útiles a Dios y a los demás. El Papa desentrañó en su homilía la figura del buen pastor. Debemos defendernos del lobo que quiere hacer estragos en las ovejas y los pastores. Para ello hay que utilizar el bastón, el báculo que nos protege de los males que acechan constantemente al rebaño de Cristo.
Terminamos cansados, pero satisfechos del alimento recibido y la ilusión renovada para seguir sirviendo con amor. Nuestro sacerdote mayor arrastrando esa pierna que ha aguantado el peso del día y del calor, sonreía diciendo: “Ha valido la pena. Gracias a Dios”. Y ya, cada uno en su puesto de trabajo, seguimos sembrando y alimentando a las almas con los dones que El pone en nuestras manos, renovados estos días junto a Pedro. ¡Gloria al Señor!
Juan García Inza