Tomás de Aquino: santo y teólogo
Cada 28 de enero, la Iglesia recuerda a Santo Tomás de Aquino. Muchos admiran de él su filosofía, pero no era un filósofo. Era un teólogo que, para hacer teología, desarrolló de manera instrumental una filosofía propia. Muchos otros admiran también de él su teología, pero se olvidan de un dato central para entender su quehacer teológico: Tomás de Aquino era un santo.
La santidad no se entiende sin la caridad —virtud teologal que une al ser humano con Dios—; y para Santo Tomás, la caridad es amistad con Dios. De ahí que uno puede decir que, para Santo Tomás, un santo es un amigo de Dios; y Tomás era un santo. Esto tiene consecuencias profundas en orden a la comprensión de la manera de hacer teología de Santo Tomás. En efecto, para él, la teología no era una ciencia fría de escritorio, sino un modo de entrar en relación con una persona —un diálogo, si se quiere—. Y esa persona es Dios: el amigo, el amado. Hay dos aspectos que nos pueden ayudar a profundizar en esta comprensión.
Participación de la ciencia de Dios
La teología tiene como punto de partida la Revelación, a la cual el ser humano adhiere por medio de la fe. Lo interesante es que, para Santo Tomás, el origen primero de la teología no está en la Revelación misma, sino en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo —qué él denomina la “ciencia de Dios”—. En efecto, Dios se conoce —y se ama— de manera perfecta, y Dios extiende el conocimiento que tiene de sí mismo al ser humano, aunque según la medida del entendimiento de éste. Así, a quienes ya están en el cielo Dios, les manifiesta dicho conocimiento permitiéndoles que lo vean directamente. En cambio, a quienes estamos en este mundo, Dios nos manifiesta dicho conocimiento a través de la Revelación, a la cual adherimos por la fe. De ahí que, cuando uno hace teología, uno empieza a vislumbrar algo del misterio que contemplará cara a cara en el cielo.
Visto de esta manera, el quehacer teológioco está muy lejos de ser una reflexión introspectiva. Por el contrario, la teología adquiere una dimensión contemplativa: cuando uno estudia, se sumerge en el misterio de Dios. Así, los límites entre la oración y el estudio se diluyen, siendo que ambos se comprenden en un único movimiento de ascenso hasta Dios —movimiento en el cual, desde luego, la oración ocupa el lugar central—. Para la comprensión de Tomás, uno no puede ser teólogo si no es también un místico; es decir, uno profundiza en el misterio de Dios en la medida que está unido a Él.
Dios como “sujeto” de la teología
El objeto de una ciencia es aquello de lo cual dicha ciencia se ocupa. Lo interesante es que, para Santo Tomás, Dios no es el “objeto” de la teología, sino su “sujeto”, y esto influye notablemente en la manera como el teólogo se acerca al misterio de Dios. En efecto, el objeto se refiere a algo que puede ser poseído —comprendido, controlado, explicado— por el ser humano. Importan las fórmulas, y lo que se pueda conocer a través de ellas, haciendo que el Dios infinito entre en la finitud del entendimiento humano. El sujeto, en cambio, es una persona viva, que no puede ser encasillada. Se la trata de conocer y comprender, pero se respeta su misterio, reconociendo que es inabarcable. Pero lo central es que se trata de un “alguien” con quien se entra en relación: en teología, Dios habla y el teólogo escucha.
Así vista, la teología no consiste en repetir fórmulas antiguas, acumular citas de autores, o tratar de decir cosas nuevas, sino en profundizar en el conocimiento de una persona. Se trata de un conocimiento cuya nota dominante no es la desconfianza ni la actitud crítica, sino la humildad que caracteriza a quien se sabe superado por la realidad a la cual se aproxima. Y es un conocimiento que no termina en el mero ejercicio intelectual, sino en el amor, pues se busca conocer más a Dios para amarlo más.
Si acaso Santo Tomás es maestro, lo es por ser teólogo y por ser santo. En cuanto teólogo, es maestro porque nos enseña a adentrarnos en el conocimiento de una persona, que es Dios. En cuanto santo, es maestro porque nos enseña que el quehacer teológico supone cultivar una relación viva con Aquél a quien se conoce. Y se trata de una enseñanza que no se restringe a quienes formalmente se dedican al estudio, sino a todo aquel que, desde su lugar, busque profundizar en algo del misterio de Dios.
Texto publicado originalmente en el blog de la SITA Joven.