Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Se me ha muerto un ángel

Se me ha muerto un ángel

por Juan García Inza

 
                Hoy hemos enterrado a un amigo que se me murió ayer. Se llamaba Luis.  Vivíamos en la misma Residencia, y tenía el síndrome de Down. Luis era un niño mayor. Un verdadero ángel de Dios. Con la sonrisa siempre en la boca y la mirada cariñosa. Cuando volvía yo cada noche a la Residencia, tras un día de trabajo continuado, el era quien me recibía para darme la novedad, que en realidad no era ninguna. Después de cenar me sentaba un rato con él y le gastaba muchas bromas. Siempre me decía lo mismo: - “¡Qué cosas tienes!”.

  No le podía nombrar ni al demonio ni a la muerte. Le daba miedo, como a los niños. Desde que murieron sus padres le tenía pánico a las ambulancias. Nunca quiso recordar aquellos momentos, se ponía triste. Y  me decía que  él nunca se moriría, que era un ángel del Señor, y los ángeles no mueren. Tenía razón. Luis no ha muerto, está ahora más presente en nuestro corazón. Estas personas, que han nacido para ser unos niños permanentes,  se hacen de querer. Con él se me han muerto dos amigos y han dejado dos huecos en el alma.
                Luis iba cada tarde a Misa. Se preocupaba de ayudar a los sacerdotes mayores que concelebran la Eucaristía. Le entregaba la estola y les daba la paz como Ministros del Señor. Con su candidez y alma blanca se confesaba a menudo. Dios derramaba su gracia sobre su alma cristalina. Y él era feliz.
                De vez en cuando le traía un muñeco, y lo celebraba como si fuera una noche de reyes. No sabía cómo agradecerlo.  En realidad uno se sentía bien pagado con su sonrisa de ángel. Me acuerdo como celebró el día que le regalé una cruz. La besaba con cariño, y la llevaba siempre consigo. El Señor le ha acompañado en los pocos días que ha durado su estancia en el hospital, y en su tránsito al cielo.
                Mucha gente ha participado de la Eucaristía de su entierro. Lloraban de emoción y de dolor por la ausencia. Yo me sentía contento porque ya tengo un amigo más en el cielo para que rece por mí. ¡Qué regalo hace Dios a las familias que disfrutan de un ser querido con síndrome de Down! Son la encarnación de los ángeles que nos acompañan. ¿Quién habla de desgracia de estos seres? Tienen una dignidad y una rectitud de intención que ya querría yo para muchos que nos llamamos normales. Se merecen nuestro respeto y admiración. Nos enseñan a ver la vida sin maldad. Tratan de hacer el bien sin pedir nada. Son el modelo de lo que ha de ser un hijo de Dios. Una escuela de humildad y servicio. Una lección para los que pensamos que nuestras cualidades nos convierten en dioses. De los que son como niños es el Reino de los Cielos, dice Jesucristo.
                Luis, un niño mayor ha entrado en el Cielo. Un saludo, y reza por nosotros.
 
Juan García Inza
 
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