Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El hombre de las manos atadas

El hombre de las manos atadas

por Juan García Inza

 
Era un hombre como todos los demás. Un hombre normal. Tenía cosas buenas y cosas malas, como cualquiera. No era diferente.
Una noche llamaron a su puerta y, cuando abrió, se encontró con sus enemigos, que habían ido a buscarle. Eran varios y habían ido todos juntos. Sus enemigos le ataron las manos. Después le explicaron que era lo mejor para él, que así, con las manos atadas, no podría hacer nada malo. Pero no quisieron decirle, o tal vez se olvidaron, que tampoco podría hacer nada bueno. Se fueron y dejaron un guardián a la puerta para que nadie le desatara.
A principio se desesperó y, con todas sus fuerzas, trató de romper las ataduras. Pero fue en vano. Más tarde, cuando se convenció de que su esfuerzo era inútil, intentó adaptarse a la nueva situación y, poco a poco, lo consiguió. En un primer momento le costó, pero con el tiempo logró quitarse los zapatos, beber agua, comer, encender la televisión… Y empezó olvidarse de que antes tenía las manos libres. Entre tanto, su guardián le contaba la cantidad de cosas que acallan en el exterior los que tenían las manos libres. Pero no quiso decirle, o tal vez se olvidó, que también hacían muchas cosas buenas.
Pasaron unos días, meses, años… y el hombre se acostumbró totalmente a sus ligaduras. A menudo, su guardián le recordaba que gracias a que tenía las manos atadas no podía hacer nada malo, pero nunca le dijo que por culpa de eso había dejado de hacer un montón de cosas buenas. De todas las formas, ya estaba tan acostumbrado…
Un buen día o… un mal día…, un día cualquiera, alguien sorprendió despistado al guardián, entro por la puerta y rompió las ataduras de las manos del hombre. Ese alguien le dijo: ¡Ya eres libre! Pero era demasiado tarde. Las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas.
 (Adaptación de un cuento de Carlos Giner)
                Algo parecido está ocurriendo en nuestros días con muchos, mayores y jóvenes. Ciertas ideologías intentan atarnos las manos para que no hagamos nada, ni bueno ni malo. Que no pensemos. Que nos conformemos con ver la vida pasar y dejar que otros piensen y hagan por nosotros. Es querer convertir la sociedad en una multitud teledirigida, en un  ganado con la boca tapada. Solo pueden tener la boca abierta los adictos al régimen de turno. Se sataniza dictaduras pasadas, pero se dicta mucho en el presente. Bajo el paragua de la democracia hay muchos totalitarismos.
                André Gluksmann, filósofo francés, premio de los Derechos Humanos en Auschwitz, afirmaba el sábado en una entrevista concedida al periódico ABC: En París nos manifestamos contra la intervención de los tanques en Praga. El Mayo francés era un movimiento anticomunista. Se dijeron estupideces. Hoy celebramos su entierro… La izquierda que se aferra a la rancia momia del 68 es la representación de la muerte de ese 68… Poco a poco, por fortuna, hay menos marxistas ya. Algún día, si Dios me deja vivir, espero escribir la última necrológica del último marxista… Yo tengo una idea nueva de la Revolución, que viene de Juan Pablo II…
   Y hablando de la liberad del hombre dice: Cervantes encarna el valor del hombre solo frente a las masas… La Guerra Civil española fue el anuncio de todo lo que está pasando incluso hoy en día…
                Debemos aprender de una vez la lección. Con el odio y la revancha no vamos a ningún lado. La democracia es, al menos en teoría, el sistema político que deja pensar al hombre, al ciudadano, y decidir por sí mismo. Desde el momento en que se agrede la inteligencia con campañas y consignas guerra civilistas, estamos intentando atar las manos de los que no piensan como nosotros para que no hagan nada, ni bueno ni malo. Que solo yo, los nuestros, podamos hacer lo que nos dicte nuestra voluntad fuertemente condicionada por la ideología que progreso, aunque vaya contra la dignidad de la persona humana.
                Hay que evitar que sea tarde para liberar las manos de los que pueden hacer algo por la humanidad. Creo que esa es la auténtica democracia.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com
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