Preferimos a Barrabás. Un artículo que se agradece
Preferimos a Barrabás. Un artículo que se agradece
por Juan García Inza
Un artículo muy oportuno
En estos días excelentes columnistas de buena conciencia y educación, están publicando magníficos artículos en defensa de Benedicto XVI, destapando la miseria que hay tras esos ataques cobardes, bien remunerados, de los de siempre. Hay una reacción magnífica, defendiendo la honestidad de los limpios de corazón, echando una mano en defensa de esa barca de la Iglesia que está sufriendo lo envites de una tormenta que, aunque ya pasada, tiene su resaca. Me ha gustado bastante el artículo que Tomás Cuesta publica en ABC del martes día 6 de abril. Por su oportunidad y valentía lo traigo a mi Blog, y lo felicito porque estos “capotes” se agradecen cuando el toro enviste sin piedad.
PREFERIMOS A BARRABÁS
Tomás Cuesta
RESULTA meridiano que el fin último de ese proceso de criminalización-exprés que se ha instruido contra el Papa no es poner barreras a la inmunda epidemia de abusos pederastas, sino abismar al sucesor de Pedro en el infierno de los apestados. De ahí que la condena se haya dictado antes del juicio, sin posibilidad de interponer recurso alguno o de esgrimir argumentos en contrario. Para los ínfimos inquisidores del tribunal mediático la verdad es un concepto utilitario, moldeable, lábil e invertebrado. Es verdad todo aquello que sirve a sus propósitos. Y, a la viceversa, todo lo que les incomode es falso. Según convenga, el capitidisminuido «New York Times» puede ser el vocero del neo liberalismo a saco o el infalible oráculo del humanismo laico. Y, dependiendo del tufo que salga de Internet, la manada se orienta a ojos cegatos. Porque la paradoja duele, y huele, pero no peca de inexacta. El escenario de las guerras culturales es una letrina de iletrados y, en lugar de a un «Watergate» de agua bendita, asistimos a una inundación de aguas fecales.
«Los hombres se parecen más a su tiempo que a su padre». El «dictum» que formulara Guy Debord sigue siendo la clave de la sociedad del espectáculo. Lo que define al totalitarismo posmoderno es la orfandad, la amnesia, el desarraigo. Venimos de la nada, vivimos en la nada y nos conducen, tirando del ronzal, hacia la nada. Hemos enajenado los muebles de familia en la almoneda de la insignificancia para dejar que otros se ocupen de vestimos el alma. Somos, en resumidas cuentas, lo que los arquitectos del poder pretenden que seamos. Es decir, no somos nadie. Nosotros, como Ulises, también nos llamamos nadie. Nosotros, como Ulises, no disponemos· de cartas de navegación.
La cacería desatada contra Benedicto XVI ha prendido en los medios de comunicación con la misma intensidad que una leyenda urbana en una comunidad de analfabetos. De nada sirven los hechos. Que la Justicia norteamericana sobreseyó los casos en los que el «New York Times» atribuye una dilación encubridora al entonces cardenal Ratzinger no cuenta. Que buena parte de las denuncias contra sacerdotes estadounidenses persiguen fines económicos, tampoco. Que quienes con más energía e indignación claman contra el Sumo Pontífice, más mesura y prudencia aplican a sus comentarios sobre el Islam es también un hecho que no se tiene en consideración, pese a que muestra a las claras la relación entre la moral y el valor de los neo-comecuras, herederos del anticlericalismo más rancio. Difamar al Papa es gratis. Ningún predicador extraviado ni ningún vaticanista chalado va a dictar una "fatua” condenándole a muerte. Eso ni siquiera lo admitiría un escritor de best-sellers como Dan Brown, así que leña al mono, que es de trapo. En estas condiciones, no es en absoluto descartable que acabemos como aquellos, clamando al uníson
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