Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El borrico, humilde colaborador de Cristo

El borrico, humilde colaborador de Cristo

por Juan García Inza

 
 
En la Pasión del señor nos podemos fijar en múltiples personajes: el pueblo que lo aclama al entrar en Jerusalén, los Apóstoles que le acompañan en la Oración del Huerto, María y las santas mujeres, el Cirineo, Pilatos, Herodes, los saldados… Pero hoy de momento me quedo con un humilde y simpático animal, el borrico, que tuvo la suerte de llevar sobre sus lomos acogedores al mismo Salvador de la humanidad. Desde entonces este animal tiene algo especial, que enternece, que hace sonreír, que comunica a los humanos unos valores que le trascendían a él, pero que inconscientemente los tenía.
                El Papa Benedicto XVI, en una homilía del Domingo de Ramos dice: Jesús entra en la ciudad santa montado en un asno, es decir, en el animal de la gente sencilla y común del campo, y además un asno que no le pertenece, sino que pide prestado para esta ocasión. No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes del mundo, sino en un asno prestado. San Juan nos relata que, en un primer momento, los discípulos no lo entendieron. Sólo después de la Pascua cayeron en la cuenta de que Jesús, al actuar así, cumplía los anuncios de los profetas, que su actuación derivaba de la palabra de Dios y la realizaba. Recordaron -dice san Juan- que en el profeta Zacarías se lee:  "No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna" (Jn 12, 15; cf. Za 9, 9).

Para comprender el significado de la profecía y, en consecuencia, de la misma actuación de Jesús, debemos escuchar todo el texto de Zacarías, que prosigue así:  "El destruirá los carros de Efraím  y  los caballos de Jerusalén; romperá el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra" (Za 9, 10). Así afirma el profeta tres cosas sobre el futuro rey.
                Una gran lección para nosotros, hombres y mujeres de estos tiempos tan soberbios y orgullosos, que nos cuesta arrimar el hombro, que no dejamos que nadie se apoye en nosotros, que queremos pasar por la vida cabalgando con espectáculo sobre los lomos de nuestra vanidad y prepotencia. Al escuchar el Evangelio de este domingo, y contemplar la escena de Jesús entrando en Jerusalén, que nos fijemos con cariño y gratitud en la imagen del borrico. No dice nada, pero está aupando al Hijo de Dios. Si podemos expresarnos así, diríamos que el humilde animal va sonriendo por las calles de Jerusalén.
 
                Y el Papa prosigue sacando enseñanzas del acontecimiento:  En primer lugar, dice que será rey de los pobres, pobre entre los pobres y para los pobres. La pobreza, en este caso, se entiende en el sentido de los anawin de Israel, de las almas creyentes y humildes que encontramos en torno a Jesús, en la perspectiva de la primera bienaventuranza del Sermón de la montaña. Uno puede ser materialmente pobre, pero tener el corazón lleno de afán de riqueza material y del poder que deriva de la riqueza. Precisamente el hecho de que vive en la envidia y en la codicia demuestra que, en su corazón, pertenece a los ricos. Desea cambiar la repartición de los bienes, pero para llegar a estar él mismo en la situación de los ricos de antes.

                La pobreza, en el sentido que le da Jesús -el sentido de los profetas-, presupone sobre todo estar libres interiormente de la avidez de posesión y del afán de poder. Se trata de una realidad mayor que una simple repartición diferente de los bienes, que se limitaría al campo material y más bien endurecería los corazones. Ante todo, se trata de la purificación del corazón, gracias a la cual se reconoce la posesión como responsabilidad, como tarea con respecto a los demás, poniéndose bajo la mirada de Dios y dejándose guiar por Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9).

                Una buena meditación para iniciar la Semana Santa, la gran Semana del cristiano, en la que no debemos quedarnos contemplando las imágenes y las representaciones, sino profundizar en la realidad de Cristo que hoy sigue sufriendo por toda la humanidad, y a causa de los pecados de hoy, nuestro pecados. Bueno sería que abracemos la virtud de la humildad y la sencillez y aupemos sobre nuestro corazón, como simpáticos borricos, a Jesús  que pasa sirviendo y perdonando.
                Feliz Semana Santa.
 
Juan García Inza



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