¿Cómo vivieron y enfrentaron los santos las epidemias?
En estas semanas, personas de todo el mundo estamos viviendo la pandemia del Coronavirus, en algunos países ya se hablan de cifras de muchos muertos mientras en otros recién se están ventilando los primeros contagios. La sociedad, a través de los medios difunde las noticias que cada vez son desalentadoras y esto causa en muchos, tristeza o desesperación. Sin embargo, ¿cómo un católico debería enfrentar estos tiempos de prueba y de tribulación?
Para responder esta pregunta, hemos de recurrir a la vida de algunos santos del pasado que pasaron situaciones parecidas y en peores condiciones, donde la medicina no estaba tan desarrollada, ni contába con todos los avances que tenemos hoy en día.
San Cipriano y la peste chipriota
La peste que azotó Cartago en el 252 y Cipriano, con maravillosa energía, reunió un equipo de trabajadores y un gran fondo de dinero para la atención de los enfermos y la sepultura de los muertos. Fue una plaga que devastó el Imperio Romano en el siglo III d. C. Y llamada Peste chipriota, probablemente causada por una forma de sarampión o viruela, fue tan devastadora que un testigo creyó El mundo estaba llegando a su fin.
«Después hubo un brote de una tremeda peste, y excesiva destrucción de una odiosa enfermedad invadió cada casa en sucesión del temeroso pueblo, siguiendo adelante día tras día con un ataque repentino a personas innumerables, cada uno de su propia casa. Todos temblaban, huían, rehuyendo el contagio, exponiendo impíamente a sus propios amigos, como si con la exclusión de la persona que se iba a morir de todas formas de la peste, pudiera librarse uno mismo de la muerte. Allí yacieron por toda la ciudad lo que ya no eran cuerpos sino los cadáveres de muchos, y, por la contemplación de un destino que podrían a su vez ser el propio, exigía la piedad de quienes pasaban, piedad por ellos mismos. Nadie consideraba nada más que sus crueles ganancias. Nadie temblaba por el recuerdo de un acontecimiento similar. Nadie hizo nada que no fuera lo que uno mismo deseara experimentar» Poncio de Cártado, Diácono biógrafo de San Cipriano.
San Gregorio Magno y la peste de su tiempo
San Gregorio Magno fue elegido papa con el nombre de Gregorio I (540-604).
En aquel tiempo, Italia se hallaba convulsionada por enfermedades, carestía, agitación social y la devastadora invasión lombarda. Entre los años 589 y 590, una epidemia de peste, la temible lues inguinaria, tras haber devastado el territorio de Bizancio en Oriente y el de los francos en Occidente, se desencadenó sobre la ciudad de Roma. Los habitantes de la urbe vieron en dicha epidemia un castigo divino por la corrupción de la ciudad. Gregorio invitó a los romanos a imitar, contritos y penitentes, el ejemplo de los ninivitas: «Mirad a vuestro alrededor y ved la espada de la ira de Dios desenvainada sobre todo el pueblo. La muerte nos arrebata repentinamente del mundo sin concedernos un instante de tregua. ¡Cuántos en este mismo momento están en poder del mal a nuestro alrededor sin poder pensar siquiera en la penitencia!»
El Papa los exhortó a alzar la mirada a Dios, que permite tan tremendos castigos para corregir a sus queridos hijos. A fin de aplacar la cólera divina mandó celebrar una letanía septiforme, es decir, una procesión de toda la población romana, dividida en siete cortejos con arreglo a su sexo, edad y condición social. La procesión partió de las diversas iglesias romanas en dirección a la basílica vaticana entonando las letanías en su recorrido por la Ciudad Eterna. Mientras avanzaban en medio de un silencio sepulcral, la epidemia se agravó al extremo de que en el breve espacio de una hora ochenta personas cayeron muertas al suelo. Con todo, San Gregorio no dejó por un momento de exhortar al pueblo para que siguiese rezando y pidió que un cuadro de Nuestra Señora de Araceli, pintada por el evangelista San Lucas, encabezara la procesión (Gregorio de Tours, Historiae Francorum, libro X, 1).
San Carlos Borromeo y la peste de 1576
San Carlos Borromeo (1538-1584), cardenal de la Santa Iglesia Católica y arzobispo de Milán de 1565 a 1583, vivió durante la terrible epidemia de peste de 1576. Los primeros casos se dieron en Milán el 11 de agosto, precisamente cuando llegaba Don Juan de Austria. El vencedor de Lepanto, seguido del gobernador don Antonio de Guzmán y Zúñiga, se alejó de la ciudad mientras Carlos, que había ido a Lodi para asistir a los funerales del obispo, se apresuró a ir allí. En Milán reinaban el miedo y la confusión, y el arzobispo se dedicó por entero a asistir a los enfermos y mandó elevar oraciones públicas y privada.
Organizó los servicios sanitarios, fundó y renovó hospitales, consiguió dinero y víveres y decretó medidas preventivas. Ante todo, hizo las diligencias para proporcionar socorro espiritual, asistencia a los enfermos, sepultura a los muertos y la administración de los sacramentos a los habitantes de la ciudad, que estaban confinados en su casa, entre otras medidas preventivas. Sin temor al contagio, sufragó personalmente los gastos visitando hospitales, encabezando procesiones de penitencia y haciéndose de todo a todos como un padre y verdadero pastor.
San Carlos estaba convencido de que la epidemia era un azote enviado por el Cielo en castigo por los pecados del pueblo, y de que para remediarla era preciso recurrir a medios espirituales: la oración y la penitencia.
San Juan Bosco y el cólera
San Juan Bosco, quien en 1854 - pocos años antes de que fundara la Congregación Salesiana-, vivió junto con sus hijos espirituales - cerca de cien adolescentes del oratorio de Turín- la epidemia del cólera que por entonces afectó fuertemente a la ciudad italiana.
En julio de 1854 se presentaron los primeros casos de cólera en Turín; una epidemia que comenzaba a asomarse y a generar pánico entre los ciudadanos, pero Don Bosco, con una gran confianza en Nuestro Señor y en la Santísima Virgen, calmó los ánimos de los jóvenes diciéndoles:"Si cumplís lo que yo os digo, os libraréis del peligro". Ante todo, debéis vivir en gracia de Dios, llevar al cuello una medalla de la Santísima Virgen que yo bendeciré y regalaré a cada uno y rezará cada día un padrenuestro, un avemaría y un gloria con la oración de san Luis Gonzaga, añadiendo la jaculatoria: Líbranos, Señor, de todo mal". Pasaron los días y la epidemia fue creciendo exponencialmente hasta causar la muerte a un setenta por ciento de los afectados. Muchos de los que contraían la enfermedad eran dejados en el abandono, sin ayuda ni asistencia, incluso por sus propios familiares. Los sepultureros también se vieron obligados a ingresar a las casas para poder sacar a los cadáveres ya corrompidos.
Todo esto sucedía en el vecindario donde se hallaba el oratorio, donde Don Bosco siempre estuvo con sus hijos espirituales, aconsejándoles, con las precauciones pertinentes, pero, sobre todo, llamándolos a mantenerse en estado de gracia ante Dios. En una ocasión les dijo: "Os recomiendo que hagáis mañana una buena confesión y comunión para que pueda ofreceros a todos juntos a la Santísima Virgen, rogándole que os proteja y defienda como a hijos suyos queridísimos". El santo les explicó, además, que la causa de este mal era sin duda el pecado y que "si todos vosotros os ponéis en gracia de Dios y no cometéis ningún pecado mortal, os aseguro que ninguno será atacado por el cólera"; pero que, si alguno se obstinaba en ser enemigo de Dios u ofenderle de manera grave, no podía garantizar que la enfermedad no llegase a ellos.
Conclusión:
Como católicos, debemos buscar en estos momentos más que nunca, acercarnos a la oración diaria y otras prácticas espirituales, así como invitar a nuestros familiares que vivimos la cuarentena, a hacerlo. Esta cuarentena, justamente ha coincidido con el tiempo de Cuaresma que nos invita a convertirnos más al Señor. Es un tiempo de pedir por los enfermos, los fallecidos, por sus familias, por los médicos y todas las personas más expuestas al virus. Dejemos las actividades vanas y busquemos ayudar espiritualmente lo más que podamos. Recemos a la Virgen el Rosario y pidamos clemencia a Dios para que cese esta pandemia, pero con mucha fe y esperanza y sin caer en el pánico ni la depresión. Los santos así lo hicieron y debemos seguir su ejemplo.