El día a día como maestro (I)
El día a día como maestro (I)
por Duc in altum!
A lo largo de tres artículos, contaré algunas cosas sobre lo que implica ser maestro. El Venerable Siervo de Dios P. Félix de Jesús Rougier (18591938), decía que el ritmo de la escuela se parece al de un reloj. Y es verdad, pues entre una clase y otra, el tiempo pasa muy rápido. Comenzamos a las siete de la mañana y, de pronto, ya estamos en el primer receso de 20 minutos, luego, llega el segundo de 30, más diez entre las 12:50 y las 13hrs., hasta terminar el horario. Algunos entramos y salimos, porque tenemos otro trabajo. En mi caso, ejerzo como abogado, pero de todos modos el ritmo se mantiene, así como el estar presentes, no solo para explicar, aclarar o programar actividades, sino también con el objetivo de escuchar y acompañar a los alumnos en sus dilemas. A lo mejor pensamos que como están chicos todo les resulta relativamente fácil, pero no es verdad. Al igual que nosotros, tienen sus problemas y toca ayudarles a contar con buenas referencias.
Creo que combinar la docencia con la experiencia profesional en otro campo, aunque puede resultar un tanto cansado, ayuda a que las clases partan de la realidad, del terreno y que no se quede todo en una esfera meramente teórica, desconectada de lo que pasa en la calle. Implica ir y venir, ser puntual, organizarse en la administración de los pendientes; sin embargo, todo vale la pena, porque si hacemos lo que toca, el cambio dejará de ser una idea para volverse un hecho concreto.
Trabajar en un colegio católico, como es mi caso, le da un “plus”; es decir, apunta a un horizonte más amplio, en el que la fe y la ciencia, pueden encontrarse perfectamente para generar una propuesta creativa, sin perder por ello los rasgos que las distinguen o diferencian. Si no cuidamos esto, les daremos más motivos a los alumnos para ser ateos que creyentes, porque nuestra propuesta tiene que ser sólida y no reducida al sentimiento o una visión superficial de las grandes preguntas. ¿Cómo jugar un buen papel? Entendiendo que no es un rol, sino un estilo de vida. La coherencia siempre será el argumento número uno.
Y luego, están las planeaciones o secuencias didácticas que, de hecho, nos ayudan a evitar caer en la improvisación, pero sabiendo que debemos ser flexibles, porque cada grupo tiene un tipo de “ánimo colectivo” y, a lo mejor, lo que nos funciona en uno, no nos sirva en el otro. Por eso, la planeación y la flexibilidad necesitan ir de la mano. Todo el que haya dado clases sabe a qué me refiero.
Concluyo con tres verbos: Contemplar, planear y adaptar. Contemplar, porque un buen maestro necesita estar con el Maestro titular, con el principal: Cristo. Él formó a los doce, preocupándose por cada uno, sin rehuir a las tensiones normales de los que van aprendiendo. Planear, porque no se vale llegar tarde o inventando cosas. El contenido y la metodología tienen que ser programados con tiempo, identificando los propósitos. Adaptar, pues hay que ser flexibles; sobre todo, cuando los alumnos se animan a poner sobre la mesa preguntas que, aunque puedan tomarnos por sorpresa, nos sirven para reflexionar más a fondo.
Creo que combinar la docencia con la experiencia profesional en otro campo, aunque puede resultar un tanto cansado, ayuda a que las clases partan de la realidad, del terreno y que no se quede todo en una esfera meramente teórica, desconectada de lo que pasa en la calle. Implica ir y venir, ser puntual, organizarse en la administración de los pendientes; sin embargo, todo vale la pena, porque si hacemos lo que toca, el cambio dejará de ser una idea para volverse un hecho concreto.
Trabajar en un colegio católico, como es mi caso, le da un “plus”; es decir, apunta a un horizonte más amplio, en el que la fe y la ciencia, pueden encontrarse perfectamente para generar una propuesta creativa, sin perder por ello los rasgos que las distinguen o diferencian. Si no cuidamos esto, les daremos más motivos a los alumnos para ser ateos que creyentes, porque nuestra propuesta tiene que ser sólida y no reducida al sentimiento o una visión superficial de las grandes preguntas. ¿Cómo jugar un buen papel? Entendiendo que no es un rol, sino un estilo de vida. La coherencia siempre será el argumento número uno.
Y luego, están las planeaciones o secuencias didácticas que, de hecho, nos ayudan a evitar caer en la improvisación, pero sabiendo que debemos ser flexibles, porque cada grupo tiene un tipo de “ánimo colectivo” y, a lo mejor, lo que nos funciona en uno, no nos sirva en el otro. Por eso, la planeación y la flexibilidad necesitan ir de la mano. Todo el que haya dado clases sabe a qué me refiero.
Concluyo con tres verbos: Contemplar, planear y adaptar. Contemplar, porque un buen maestro necesita estar con el Maestro titular, con el principal: Cristo. Él formó a los doce, preocupándose por cada uno, sin rehuir a las tensiones normales de los que van aprendiendo. Planear, porque no se vale llegar tarde o inventando cosas. El contenido y la metodología tienen que ser programados con tiempo, identificando los propósitos. Adaptar, pues hay que ser flexibles; sobre todo, cuando los alumnos se animan a poner sobre la mesa preguntas que, aunque puedan tomarnos por sorpresa, nos sirven para reflexionar más a fondo.
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