Orar por la unidad en tiempos de duda y lejanía.
Orar por la unidad en tiempos de duda y lejanía.
Vivimos tiempos de duda y lejanía. Tiempos en que la fe se siente observada y juzgada. Juzgada para ser condenada. No es una actitud de determinado sector eclesial, ya que aparece en todas la sensibilidades eclesiales. La condena se convierte en la forma de relación entre hermanos. Tras el escrutinio aparecen las etiquetas basadas en clichés: eres modernista, tradicionalista, heterodoxo, hereje, no eres de los nuestros, vives en el pasado, quieres una Iglesia imposible, etc. Ante el constante escrutinio, sólo caben dos posturas: a) reactiva, que busca imponer un escrutinio contrario; b) pasiva, alejándonos unos de otros para no molestar ni ser molestados. Ninguna de las dos posturas nos llevan hacia la unidad, sino hacia todo lo contrario: la enemistad y la indiferencia. Entre medio, vamos acumulando heridas que no son fáciles de curar.
El pasado domingo vinieron a mi parroquia un grupo de personas de un nuevo movimiento eclesial. Nos ofrecieron asistir a sus reuniones con vehemencia y convicción. Era como si creyeran que todos los asistentes estuviéramos perdidos y sólo ellos podían guiarnos hacia Cristo. El párroco cerró el llamamiento diciéndole al ponente que hablaba mejor que un cura y no le faltó razón. Habló con una convicción que rara vez se encuentra en los sermones dominicales. El problema es que el ponente no señalaba a Cristo como camino, sino a su movimiento. Creo que todos los asistentes optamos por la indiferencia. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Proclamar cada cual su punto de vista y contrastarlos con el ofrecimiento realizado? No sería lógico, crearía un debate innecesario y además, generaría más separación, dolor e indiferencia.
Es curioso que el apostolado se dirija a quienes asistimos a la misa dominical. Quizás se debe a que somos las personas más fácilmente accesibles. Pero no creo que seamos quienes más necesitemos que nos inviten a unirnos a un movimiento eclesial. ¿Por qué no hacer apostolado entre los católicos alejados? Seguramente estos responderían de forma reactiva. A veces, hasta a los que asistimos a misa nos resulta imposible encontrar coherencia y unidad entre nosotros. Personalmente echo en falta el diálogo. Un diálogo que vaya más allá de opciones que se ofrecen como todo o nada. Quizás alguna vez alguna persona se acerque a preguntar las razones que hacen que no nos interese el ofrecimiento.
Quizás este diálogo haría posible que abriéramos los ojos a la realidad eclesial que vivimos. Podríamos hablar de la adoración hacia tantos segundos salvadores y el exclusivismo con el que algunas realidades eclesiales se mueven. Seguramente, nos daríamos cuenta que existen razones humanas que nos impiden ser una verdadera fraternidad cristiana. Tal vez nos daríamos cuenta que lo que debería unirnos es lo sustancial y no lo secundario y lo accesorio. Pero, como todos sabemos, lo sustancial resulta diferente para cada sensibilidad y realidad eclesial. En este contexto de lejanía, indiferencia y enfrentamiento, cualquier paso es arriesgado.
Hay temas, como la Liturgia y la sacralidad que llevan décadas encallados en los acantilados. No existe posible diálogo en estos temas. Hablar de doctrina y de la catequesis también resulta complicado, ya que hay muchas sensibilidades y formas de acercarse a estos temas. Hablar de formas y modos de vivir la fe, tampoco es sencillo. ¿Qué nos queda? ¿Organizar eventos y shows? No todos los católicos están en esa línea, por lo que vuelve a ser complicado sintonizar. Las mismas parroquias se vuelven espacios donde se apoyan ciertas sensibilidades y se ignoran otras. Esto genera una terrible sensación de orfandad que aleja o deja indiferentes a muchos fieles. Como decía antes, el sentimiento de orfandad se contagia rápidamente y nadie parece estar interesado en revertirlo.
Por todo esto es imprescindible orar por la unidad interna de la Iglesia e intentar no generar más dolor entre nosotros. Incluso es mejor esperar en la lejanía que enfrentarnos en luchas internas. ¿Qué hacemos con todas las amargas noticias de enfrentamientos internos y desprecios mutuos? Hagamos como María, guardemos todo esto en nuestro corazón y no dejemos que la Esperanza desaparezca de nosotros.
El pasado domingo vinieron a mi parroquia un grupo de personas de un nuevo movimiento eclesial. Nos ofrecieron asistir a sus reuniones con vehemencia y convicción. Era como si creyeran que todos los asistentes estuviéramos perdidos y sólo ellos podían guiarnos hacia Cristo. El párroco cerró el llamamiento diciéndole al ponente que hablaba mejor que un cura y no le faltó razón. Habló con una convicción que rara vez se encuentra en los sermones dominicales. El problema es que el ponente no señalaba a Cristo como camino, sino a su movimiento. Creo que todos los asistentes optamos por la indiferencia. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Proclamar cada cual su punto de vista y contrastarlos con el ofrecimiento realizado? No sería lógico, crearía un debate innecesario y además, generaría más separación, dolor e indiferencia.
Es curioso que el apostolado se dirija a quienes asistimos a la misa dominical. Quizás se debe a que somos las personas más fácilmente accesibles. Pero no creo que seamos quienes más necesitemos que nos inviten a unirnos a un movimiento eclesial. ¿Por qué no hacer apostolado entre los católicos alejados? Seguramente estos responderían de forma reactiva. A veces, hasta a los que asistimos a misa nos resulta imposible encontrar coherencia y unidad entre nosotros. Personalmente echo en falta el diálogo. Un diálogo que vaya más allá de opciones que se ofrecen como todo o nada. Quizás alguna vez alguna persona se acerque a preguntar las razones que hacen que no nos interese el ofrecimiento.
Quizás este diálogo haría posible que abriéramos los ojos a la realidad eclesial que vivimos. Podríamos hablar de la adoración hacia tantos segundos salvadores y el exclusivismo con el que algunas realidades eclesiales se mueven. Seguramente, nos daríamos cuenta que existen razones humanas que nos impiden ser una verdadera fraternidad cristiana. Tal vez nos daríamos cuenta que lo que debería unirnos es lo sustancial y no lo secundario y lo accesorio. Pero, como todos sabemos, lo sustancial resulta diferente para cada sensibilidad y realidad eclesial. En este contexto de lejanía, indiferencia y enfrentamiento, cualquier paso es arriesgado.
Hay temas, como la Liturgia y la sacralidad que llevan décadas encallados en los acantilados. No existe posible diálogo en estos temas. Hablar de doctrina y de la catequesis también resulta complicado, ya que hay muchas sensibilidades y formas de acercarse a estos temas. Hablar de formas y modos de vivir la fe, tampoco es sencillo. ¿Qué nos queda? ¿Organizar eventos y shows? No todos los católicos están en esa línea, por lo que vuelve a ser complicado sintonizar. Las mismas parroquias se vuelven espacios donde se apoyan ciertas sensibilidades y se ignoran otras. Esto genera una terrible sensación de orfandad que aleja o deja indiferentes a muchos fieles. Como decía antes, el sentimiento de orfandad se contagia rápidamente y nadie parece estar interesado en revertirlo.
Por todo esto es imprescindible orar por la unidad interna de la Iglesia e intentar no generar más dolor entre nosotros. Incluso es mejor esperar en la lejanía que enfrentarnos en luchas internas. ¿Qué hacemos con todas las amargas noticias de enfrentamientos internos y desprecios mutuos? Hagamos como María, guardemos todo esto en nuestro corazón y no dejemos que la Esperanza desaparezca de nosotros.
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